Salvador Sostres el 06 abr, 2017 El Barça se enfrentó ayer a Sampaoli, el entrenador que quiere tanto entrenarnos que dicen que ha llegado a ofrecerse al club, y al parecer le hemos dicho que no. Iniesta salió de inicio, y sus primeros toques, aunque intrascendentes, fueron de esa rara delicadeza que cuando comparece nos hace recordar por qué nos gusta el fútbol. 3-4-3 de Luis Enrique, gran fluidez en la circulación del balón, recuperaciones inmediatas, soberbio disparo de Messi al travesaño que Sergio Rico ni vio, Barça mayúsculo en los cinco primeros minutos y lo que siguió. El Barcelona es el equipo que más balones ha estrellado en la madera, con la de ayer de Messi, 17. Qué hermoso es el fútbol cuando se juega sin borrones. Sampaoli tendría que dejar de vestir chándal si algún día quiere entrenar al Barça. Neymar volvió a cambiarse las botas en el minuto 11, lo que empieza a parecer una campaña publicitaria porque lleva varios partidos haciéndolo y en el mismo minuto, el de su camiseta. Si realmente es algo publicitario, es muy poco serio. El Sevilla reaccionó y en el minuto 16 sólo Ter Stegen -que últimamente va peinado como el niño de Cabaret que canta “Tomorrow belongs to me”- separó a N’Zonzi del gol. Brillantes cambios de ritmo de Iniesta, autor intelectual de la disposición ofensiva de un Barça que rendía a su mejor nivel, aunque sin conseguir marcar, y eso es siempre peligroso cuando juegas contra equipos como el Sevilla, que con muy poco son capaces de generar mucho peligro. Si a Sampaoli había que reprocharle el chándal, Luis Enrique deslucía la tarde con una incomprensible chaqueta verde. Y en el 24 y de tijera -centro de Messi y remate de Suárez- llegó el primer gol del Barça. Extraordinaria acción de Messi, que se fue de dos por la banda, y amagó con centrar y centró con su acostumbrada precisión, y meritorio remate acrobático del uruguayo cazador. Tres minutos más tarde, el Barcelona completó su espléndida primera media hora con Suárez devolviéndole la asistencia a Messi para que el argentino marcara el segundo. Mansa la lluvia empezó a caer sobre el Camp Nou. No pisaba el césped sino volaba el equipo catalán, que mediante un potente disparo de Messi, desde dentro del área, marcó el tercero. Apabullante demostración de poderío azulgrana, que llega al decisivo mes de abril omnipotente, como en la primera temporada de Luis Enrique, en la que consiguió el segundo triplete de su historia. El Barça disfrutó y el Sevilla sufrió: fue el resumen de la redonda primera parte local, seguramente su mejor primera parte de la temporada. La segunda mitad empezó con el mismo dominio barcelonista con el que habíamos llegado al descanso. Pero todo más aburrido porque estaban todos más cansados y el partido estaba resuelto. Piqué, que ya había visto la amarilla que buscaba para descansar contra el Málaga y llegar limpio al tramo final de la temporada, jugaba con fuego protestándoselo todo a Clos Gómez. A este chico le falta un hervor y nunca hay que confundir con la valentía la falta de inteligencia: y es como mínimo poco inteligente coquetear con la expulsión -que le provocaría sanción sin limpiarle el ciclo anterior de tarjetas- a estas alturas del curso. El Sevilla actuaba con más solidez y buscaba el gol. Sarabia disparó duro y Ter Stegen rechazó con el pecho. Fue un aviso pero sin burofax. Descanso para Suárez, entró Alcácer. Clos Gómez empezó a hacerse un lío con la ley de la ventaja, y los propios jugadores empezaron a aplicarla con criterios más humanitarios que los del colegiado. Poco más que consignar salvo una deliciosa asistencia de don Andrés que Alcácer no supo aprovechar. También Rakitic se hizo enseñar su quinta amarilla para descansar en Málaga para no perderse el Bernabeu. Es entrañable el ritual -prohibido, por cierto- de hacerse amonestar. El mejor Barça llega con el instrumento afinado a los partidos importantes de la temporada. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 06 abr, 2017