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Cómo se va a Disney con tu novia, muy joven. Primera Parte

Salvador Sostres el

Llegar a París.

Llegar a París es llegar al Hotel Costes. Es el único hotel del mundo que cuando cierras los ojos y los vuelves a abrir te dices: “esto sólo puede ser el Hotel Costes de París”. El lujo, en una tremenda incomprensión de lo que es y representa, se ha homogeneizado en las últimas décadas. Todos los hoteles se parecen. Si abres los ojos en medio de un pasillo, es imposible saber si estás en el María Cristina de San Sebastián o en el Hotel d’Angleterre de Copenhagen. El Costes es el único hotel único. Sólo llegar, el olor te eleva. Es un perfume de Olivia Giacobetti que arrastra tu procacidad hasta el punto ciego en que no puedes pensar en nada más que en el deseo como tu única forma creativa. Vuelas. Sientes la fuerza del deseo pero no la carga. De un lado, el perfume te hace sentir como Dios jugando con un niño malo y todos somos Michael Jackson en Neverland antes de que tantos padres cínicos abusaran de su inocencia tan frágil; del otro, los camareros y camareras son tan hermosos, tan estilosos y despreciativamente parisinos, que la excitación toma formas muy concretas, y tras el check-in llegas a la habitación con una imperiosa necesidad de llevarlo todo por delante. “Arde París conmigo dentro”.

La iluminación, muy tenue, penumbra, -se decora con la iluminación, querido- le acaba de dar este aire de misterio teatral al espacio. El colchón y las sábanas constituyen una de las experiencias sensoriales más extraordinarias que he vivido. Si queréis cenar, el restaurante, además de precioso, es más que correcto. Jean Louis Costes, el dueño, no aspira a ninguna estrella Michelin, pero tiene buen gusto en todo, y la cocina del hotel, sin ninguna pretensión creativa, es sabrosa e inteligente en todas sus propuestas. Hay caviar en la carta. Yo no lo tomaría, la calidad es convencional y el precio es de cuando mi abuela lo compraba salvaje a Kaspia. El mismo espacio sirve para tomar copas. La terraza -allí conocida como “court”- es mágica. No hay otra terraza comparable en Europa. Ni por el espacio, ni por el servicio, ni por los clientes. Se puede fumar. Hay chicas que fuman con tal elegancia que el humo que exhalan parece no oler a nada.

Despertar.

Despertarse en el Hotel Costes después de una noche de tanta intensidad sensorial, en que todo tú como ser sensible fuiste tomado al abordaje, más la intensidad que vosotros ya en la habitación le pusierais, tiene el tacto sedoso de una caricia suave. No hay nada más dulce, entonces, que volver a hacer el amor, pero mejor, de otra manera que la noche no puede imaginarse. Lo que unas horas antes era lujuria y procacidad, se convierte en paz, luz domada por la azotea a través de la ventana y esa carnosidad excitada por el tacto del cuerpo y del ajuar, nada urgida por las hadas impacientes de lo oscuro y totalmente comprendida en la humanidad generosa y profunda de la mañana. Llegar a París es llegar al Hotel Costes. Despertarse en el Hotel Costes es emerger en tu parte bonita, liberada, sanada. Y todo esto es estar ya en Disney aunque todavía no hayamos llegado.

Llegar a Disney.

A Disney hay que llegar en taxi, por mucho que os digan que hay autocares, trenes e incluso una estación del TGV, que la hay, y va muy bien, pero para marcharse. A Disney hay que llegar en taxi, y el único hotel en el que uno puede hospedarse es el Hotel Disneyland, el que está a la llegada, casi dentro del parque. Ellos lo venden como que está dentro del parque, pero créeme, es una exageración comercial.

Un trabajo previo que hay que haber hecho desde Madrid es haber conseguido negociar, o en su defecto comprar, el Fast Pass VIP. Este Fast Pass VIP, mucho menos eficaz que el de Port Aventura, da acceso rápido sólo a un total de 10 atracciones: Peter Pan, Space Mountain, Buzz Lightyear, Big Thunder Mountain (Tren de la Mina), Indiana Jones y Star Tours. En el parque Disney Studios, Ratatouille Twilight Tower (caída libre) y la Rock and Roller. Es un pase insuficiente y caro (120-150 euros) pero imprescindible. Como clientes del Disneyland Hotel suelen ofrecerlo as a courtesy.

Cuando en la recepción os entreguen las entradas con las llaves del hotel, estad seguros de que el Fast Pass Vip va con vosotros. En esta misma recepción, reservad tarde (15:00) para comer en el restaurante Walt’s. No es bueno, no es malo, pero es el único restaurante medio decente del parque. La hamburguesa está bien. El salmón ahumado es comestible. Está en Main Street, a la izquierda, a pocos metros según entras.

Main Street es precisamente la calle que os vais a encontrar en la entrada. Es esencial disfrutar casi en silencio de este momento, con el castillo al fondo. Es fundamental entrar en el mundo Disney, dejarse llevar por la magia, conectar con el niño profundo y volver a vivir desde él este instante. El castillo al fondo y tú dentro de tus cuentos. Es un paseo breve, pero profundo, introspectivo, donde los parámetros habituales de lo que es real y lo que es imaginativo quedan suspendidos y tú eres el centro del mundo y sólo existe aquello en lo que crees (y el capitán Garfio, claro, “allá, donde sólo una inexplicable caridad nos hace acogerle en nuestra mente”). Hay que vivir este paseo, prepararse para vivir este paseo y acordarse de estos versos de Cernuda: “No digas que no esperabas/ todo esto en el principio/ y acepta como si iguales/ lo soñado y lo vivido”.

Las Muñecas.

Disney podría tener sólo una atracción y bastaría. Todo lo importante está en Las Muñecas, esta atracción que oficialmente se llama It’s a Small World, y que imperiosamente, angustiosamente, como si fuera asunto de vida o muerte, tiene que ser la primera a la que subáis. Ayuda que esté más o menos en la entrada del parque. Main Street a la derecha cuando llegues a la segunda rotonda. Bien.

Atracción rosa, que es el único color posible. Las cosas que no son rosas, no es que no sean rosas, sino que “aún” no son rosas, aún no han descubierto su niño interno y franquiciable, su humor, su metáfora, su propio centro en el mundo. Hay cosas -y personas- que morirán sin haber sido nunca rosas, y sólo podemos compadecernos de ellas, y guardar mientras se van un respetuoso silencio.

Las Muñecas, rosas, tienen una cola que puede parecer larga pero es en cambio muy rápida. Rara vez acabas esperando más de 10 minutos. Si ves que hay una aglomeración fuera de lo normal, en esta atracción, precisamente porque está muy cerca de la entrada del parque, suele funcionar el truco de tu novia y el tampax. Vas a la salida de la atracción, llamas al encargado de turno, y le dices que tu novia, con las prisas y emoción por entrar al parque, no se ha dado cuenta de que estaba a punto de bajarle la regla, y que justo cuando estabas a punto de entrar, “tras haber hecho esta larga cola”, has tenido que salir a toda prisa para acompañarla al hotel a que se cambiara. Tú todo esto tienes que decirlo muy humildemente, buscando la complicidad y la empatía del encargado, haciéndote el novio enamorado que queriendo salvar a su princesa, ha quedado atrapado. Tu novia tiene que estar a una cierta distancia, que la vean pero que no esté en la conversación (y mi recomendación es que no se entere de la literalidad del truco, porque las novias, y lo sé por experiencia, suelen tomarse mal que se negocie con su sangre). In the other hand, no te harán falta más de 2 minutos para convencer al encargado, que seguro que os deja pasar. Con el feminismo, que algo bueno tenía que tener, se ha disparado la sensibilidad con el periodo.

Entonces, y es un gran “entonces”, hay que pedirle al que se ocupa de organizar la cola y rellenar las barcas, que te deje montar en la primera fila de una barca rosa. Hay barcas azules, amarillas y rosas. Es imprescindible, y en esto me has de creer porque te hablo muy en serio, que la barca tiene que ser rosa. Sólo en una barca rosa se comprende lo que en realidad Las Muñecas quieren decirnos. Lo de la primera fila, supongo que no hace falta que te diga que es porque nosotros lideramos, vamos siempre delante, firmamos nuestros artículos, y queremos una relación nítida, limpia, directa con la experiencia y de ninguna manera vicaria, gregaria, secundaria o condicionada por los demás. Puede ser que ante tales peticiones te miren un poco raro. Tú has de limitarte a responder, amablemente, pero un poco con la mirada del loco que ya se ve que no va a negociar, que estás dispuesto a esperar todo lo que sea necesario hasta que te puedan dar lo que necesitas.

Las Muñecas, que son la esencia de Disney, y la explicación de por qué lo esencial es rosa, no tienen nada que ver, curiosamente, con ningún muñeco o personaje de la factoría. Bajo la repetición de una sola y maravillosa canción -maravillosa por la desbordante cantidad de azúcar que llega a contener, y que le da la vuelta a la cursilería por el otro lado, hasta llegarse a convertir en tratado filosófico de primer orden- pasas con tu barquita rosa por muñecas que representan distintos lugares del mundo y que se mueven de un modo tan pretecnológico y absurdo que, como en el caso de la canción, lo que podría parecer ridículo, se vuelve una genialidad de superación imposible. Es la atracción más punky, osada, deslumbrante del mundo. Nadie más se atrevido a hacer algo ni remotamente parecido. Hay que tener el arrojo de un ejército romano para atreverse a pensar y a plasmar Las Muñecas. Probablemente te haga falta montar tres o cuatro veces para amortiguar el impacto y procesar el sentimiento. A mí a la primera me bastó, pero yo soy muy inteligente. Y además, el lenguaje de “lo rosa” ya era el mío, yo ya había ocupado el centro, de modo que yo no es que “descubriera” Las Muñecas, sino que fue más bien un encuentro inevitable. El significado por fin halló el significante.

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