También mis amigos venezolanos dijeron, ante la emergencia de Hugo Chávez, que lo de Cuba en su país era imposible tal como mis amigos españoles lo dicen de Podemos y mis vecinos de la CUP. Y mira lo que está pasando.
Lo de Cuba -con el añadido del caos- es lo que empieza a suceder en la Venezuela de Maduro en la misma medida que es guerracivilista la dialéctica de Podemos. La CUP -como Ada Colau cuando era activista- viene a buscarnos a nuestras sedes y a nuestras casas, y esto en Cataluña siempre ha acabado en las cunetas de la Arrabassada. Es admirable la fe que tenemos en el progreso pese a los severos desmentidos de la Historia.
“Éramos felices y no lo sabíamos”, dicen hoy los venezolanos en el exilio. En la mejor mesa de Via Veneto, que es la mía, algunos de mis amigos independentistas han llegado a proclamar “es que peor no podemos estar”. Y por ahí campa el pobre tonto de Pedro Sánchez, que tengan por seguro que pactará con Pablo Iglesias si vuelve a ser secretario general. “Entre Holanda y Portugal” -sentenció el otro día en Las Palmas- “mi modelo es Portugal”.
Cuba está siendo posible en Venezuela tal como Venezuela será lo que tendremos en España si algún día gobierna Podemos. La CUP es la FAI por mucho que la derecha soberanista -si es que todavía existe- insista en convertir a sus verdugos en compañeros de viaje.
Más de fondo, resulta un penoso espectáculo la frivolidad y arrogancia con la que los que se llaman a sí mismos los “indignados” desprecian lo mucho que tienen gracias a los impuestos de aquellos a los que insultan, como si encima se les debiera algo. Su rabia de niños mimados, y su forma de expresarla, tiene mucho más que ver con la ingratitud que con un verdadero estado de necesidad.
Además, si la extrema izquierda mandara, nosotros podríamos marcharnos con lo nuestro a cualquier otra parte; pero vosotros, que sois felices y no os dais cuenta, como mis amigos venezolanos, entonces sí que sabríais lo que es pasar hambre y eso si no os matan.
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