Salvador Sostres el 20 dic, 2019 Plácido Domingo fue homenajeado el domingo en La Scala de Milán con una ovación de 18 minutos. Fue una ovación a Plácido pero también a La Civilización. El arte se dirime en los teatros y la vida, si es necesario, en los juzgados. Contra el linchamiento, contra la rabia oscura y ciega, contra las ejecuciones sumarias y salvajes, el domingo La Scala proclamó la importancia de la Cultura y su propia importancia como templo inviolable. Ningún juzgado ha condenado al señor Domingo, sólo lo ha hecho la rumorología indemostrada de la calle. Ni siquiera ha sido presentada contra él denuncia alguna en ningún juzgado. Cuatro semipús anónimas hurgándose el sexo para encontrar el instante de gloria que el talento nunca les concedió. Debería hacer falta algo más para destruir el prestigio de uno de los artistas más importantes de nuestra era -y para destruir la vida de cualquier hombre. La ovación de La Scala fue la ovación de los hombres libres que reconocen la belleza y rechazan la barbarie de la turba amontonada, y de las sanguijuelas que cuando se les agota la ganancia de su oficio -el más antiguo del mundo- se quejan del precio y dicen que no las trataron con amor, para convertir en victimismo lo que simplemente fue una transacción -si es que llegó a serlo. Los que se han sumado al linchamiento del tenor -teatros, instituciones, etcétera- son indignos de cualquier idea de cultura y son un insulto a La Civilización, que tanto cuesta mantener -y proteger sus fronteras del ataque inminente de los bárbaros. Hay una reflexión de fondo, que tiene que ver con el talento y con la belleza y que va más allá de los ataques escalofriantes a Plácido, aunque también los comprende. Y es que el verdadero protagonista de la historia es el Mal, y no el Bien. El Mal siempre vuelve, es el eterno retorno. Toma nuevas formas, se reúne o se dispersa, pero siempre permanece y su existencia está ligada a la misma existencia del mundo. Es el auténtico protagonista. El Bien depende de nosotros, porque Dios es amor, pero también libertad. El Mal es inherente, el Bien una lucha sorda y constante, un oneroso abordaje, una elección agónica, muchas veces imposible y que aún así se hace realidad. Las victorias del Bien son efímeras y la Humanidad siempre tiene que volver a enfrentarse a una nueva representación del Maligno. El abismo del Mal tienta al hombre por el hecho de ser hombre; el Bien es una intemperie que no sólo no te tienta sino que te suele hacer dudar de si tiene algún sentido batallar tanto, y hace falta mucho coraje, y una persistencia titánica para salir a defenderlo. Hce falta mucha fuerza, y mucha ternura, y mucha esperanza, para salir en defensa de la luz bondadosa. Los hay que han arriesgado la vida, y la han perdido. A veces hay que aprender a aceptar la derrota, y que sólo perdiendo puedes asegurar la supervivencia de aquello en lo que crees. Jesús lo aprendió en el Calvario y en la Cruz. Muchos padres lo han aprendido queriendo, defendiendo, viviendo y muriendo por sus hijos. El mal siempre vuelve y vivir significa vivir de pie. No conozco al señor Domingo. No me gusta la ópera. Pero conozco lo que hacen las mujeres como las que han acusado al tenor. Conozco a la camarera del Alexanko en Papendal y a la de DSK en el Sofitel de Nueva York. Entran en la habitación de la celebridad, se hacen las encontradizas, se tiran al incauto y luego le exigen dinero bajo la amenaza de acusarle de violación. Normalmente son hombres casados, que tienen miedo de que se descubra su infidelidad, y pagan y callan, y estas mujerzuelas lo saben y por eso tantas veces funciona muy bien el chantaje. El Mal siempre vuelve. A veces en forma de igualitarismo, de ecologismo, de antisionismo o de coranisme. A veces con cuerpo de fulana. El Bien es siempre una resistencia y cuando gana puede celebrar poco rato la victoria y enseguida debe volver a empezar. El Bien es un esfuerzo agotador, normalmente sin ganancia, normalmente sin tener la opción de un corte limpio y claro, y después de todas las heridas y de toda la desesperación debes conformarte con una imprecisa tonalidad de gris, a medio camino entre el instinto correcto y tu impotencia para poderlo concretar, y te miras al espejo, y tienes 44 años, y esta suciedad de color de ala de mosca es lo que más puedes acercarte a la virtud, y es todo lo que en fin puedes hacer. La peor crueldad de la edad es cómo te rebaja la euforia, dejándote muy solo en el centro de una epopeya trágica. Tal vez habíamos vivido siempre aquí pero no nos habíamos dado cuenta. Por eso si, muy de vez en cuando, un teatro se pone de pie para proclamar la luz y la verdad, para reconocer los dones de la Creación y para agradecerles; por eso si, de repente, y haciendo una excepción, la profundidad del Bien consigue deshacer la oscura conspiración de la más despiadada maldad, todo el mundo habla en todas partes del pequeño instante, y este pequeño instante se vuelve grande y poderoso, y parece la metáfora de la solución universal. La solución, sin embargo, no existe nunca, y sólo podemos equilibrar las fuerzas. No sabemos si Dios nos volverá a enviar a su Hijo en algún otro momento de la Historia. Pero sí sé que si nos lo volviera a mandar, volveríamos a crucificarle. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 20 dic, 2019