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Pesa mucho la soledad

Lamia Al Ali (Siria)

Pesa mucho la soledad
Ignacio Gil el

Siria sigue siendo un infierno tras nueve años y medio de cruenta guerra, una de las más inhumanas desde la II Guerra Mundial. Las cifras son escalofriantes: más de la mitad de la población ha tenido que abandonar su hogar, muchos desplazados internos, pero también muchos refugiados en otros países, más de seis millones de personas. Y detrás hay historias de vida complicadas, y como denominador común personas que quieren y merecen vivir en paz.

Lamia tiene siete hijos, el mayor de trece años y la pequeña de solo tres. “Los mayores me ayudan mucho”. Procura sonreír a pesar de la situación precaria en la que se encuentra en la actualidad.

Es de Alepo, una de las ciudades más castigadas por los bombardeos. En el inicio del conflicto armado aún tenían la esperanza de poder sobrevivir, de que todo pasara y volviera la paz. Sin embargo, transcurrido un año huyeron de los horrores de la guerra y buscaron refugio en el vecino Líbano. De esa etapa convulsa guarda en su memoria un amasijo de recuerdos punzantes.

Allí nacieron los dos más pequeños y lucharon por empezar una vida nueva, ansiando la estabilidad necesaria para sus hijos. “La gente allí no fue buena con nosotros, no fue hospitalaria, nos traban mal y nos insultaban. Ojalá hubiéramos podido volver a Siria, nuestro país, pero nuestro hogar había sido ocupado, las fronteras estaban cerradas y el peligro era constante”.

Lamia y su numerosa familia entraron en el programa de protección internacional de ACNUR, la agencia para personas refugiadas de Naciones Unidas, durante su estancia de casi cinco años en el Líbano. Tras un proceso de entrevistas y pruebas les destinaron a Madrid, donde viven desde mayo del 2.018.

Aquí están contentos, durante estos primeros años la agencia les ha dado mucho apoyo, principalmente proporcionándoles un piso y cubriendo sus gastos básicos. En la parroquia de San Juan de Dios de la UVA de Vallecas, bajo la solidaria batuta del Padre Gonzalo, reciben también alimentos y apoyo familiar. “Tengo una vecina que también me ayuda muchísimo y le estoy muy agradecida, les ha confeccionado las mascarillas a mis hijos, por ejemplo y me hacía la compra cuando no podía salir durante el confinamiento, ha sido fundamental para mí”.

A pesar de su resiliencia, la realidad no es ni fácil ni esperanzadora. Dentro de pocos días termina la ayuda que le han estado dando, y en teoría, perderán su casa. “No sé qué va a ser de nosotros”. Ahora mismo están en la cuenta atrás y aún desconoce cuál será el siguiente paso en su incierta hoja de ruta.

Mohamed, Shukri, Maram, Kutayba, Hassan, Hussein y Rama salpican el encuentro con sus sonrisas, sus juegos alegres y su curiosidad. “Estoy muy orgullosa de mis hijos, son muy trabajadores, sacan buenas notas, se ayudan mucho entre sí y en lugar de darme problemas me dan satisfacciones. Sin embargo, no estoy tranquila, estoy viviendo una etapa inquietante”. Encontrarse en situación de refugio y sola al frente de la educación de sus siete hijos ha obligado a Lamia a sacar lo mejor de sí misma. “Cierto es que convivo con la tristeza y el cansancio, es normal en mi situación, pero a veces me sorprende comprobar lo fuerte que soy”. Mientras lo dice, se le deslizan unas lágrimas por la cara. Porque, sin duda, la soledad pesa, y mucho.

Rocío Gayarre

 

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