Ignacio Gil el 12 jun, 2017 En abril se han cumplido 25 años del inicio de las guerras de desintegración de la antigua Yugoslavia, conflicto que fue particular por la dimensión de la violencia contra los civiles, en base a las diferencias étnicas: hubo genocidio, tortura y violación en masa de mujeres como arma de guerra. La más sangrienta de ellas fue la que devastó Bosnia, entre 1992 y 1995. Se calcula que se cobró más de 100.000 muertos, la mayoría de ellos musulmanes, y aproximadamente dos tercios de la población fue desplazada de sus hogares. A finales de octubre de 1992 las fuerzas serbias atacaron la ciudad de Jajce, provocando un éxodo masivo, Marko fue uno de esos miles de refugiados. Como tantos de los habitantes de Bosnia, nació en una familia mixta, su padre era croata y su madre serbia. “Iba paseando con un amigo por un puente y vimos caer granadas justo delante nuestro. Los serbios estaban en las colinas, rodeando la ciudad, ocupando posiciones estratégicas, aunque quedó una vía de salida. Mi padre estaba absolutamente en contra de la guerra pero cuando ves caer las bombas en tu tejado, te ves obligado a defenderte. El conflicto te arrastra.” Marko fue “mensajero” en el ejército improvisado croata. Recuerda que para el, aun demasiado joven, “todo era una aventura, una aventura gris, pero no eres plenamente consciente de lo que está pasando. Mis padres los vivían de otra manera. Si pudiera volver el tiempo atrás, no me volverían a pillar. Me iría inmediatamente, lo tengo clarísimo. Recuerdo la noche anterior a la caída de la ciudad, en el puesto de mando, hubo un abandono de las trincheras, y los serbios llegaron a doscientos metros de donde estaba. Pensé que iban a alcanzarnos y que me iban a matar. Ese miedo es increíble. Nadie quiere morir. Quedé paralizado”. Esa madrugada cruzó el río con muchísimos otros musulmanes y croatas, “Los vecinos de los pueblos del camino salían a nuestro encuentro para darnos comida y fruta. Más adelante había francotiradores en la carretera. Los sorteamos y no paramos hasta llegar a Croacia”. Marko explica como fue el proceso de refugio: las ongs y los vecinos se volcaron. No pasaron hambre ni frío, había escasez pero la comida de ayuda humanitaria llegaba. La llegada del invierno hubiera sido durísima, por lo que la evacuación se estaba realizando con cierta agilidad. Tras una entrevista a su familia les confirmaron que iban a ser acogidos en España. Marko denuncia lo que están pasando los refugiados ahora. “Nuestro proceso de refugio fue ejemplar. La acogida fue de primera, lo menos traumática posible. Yo me siento de Cuenca, nos recibieron de maravilla. Lo que veo ahora me avergüenza, me parece tremendo. ¿Como podemos permitir esto? ¿Donde está la humanidad?” ¿Los recuerdos duelen? le preguntamos. “Cuando me acuerdo de mi infancia, son bonitos pero se ven oscurecidos por el dolor de la guerra y del exilio. No me despierto con pesadillas por la noche, pero no desaparece la tristeza. No quiero hablar de la guerra. Los detalles me producen nauseas. Creo que hay que olvidarlos. Hablar de lo que pasó sirve para sensibilizar a la gente, para intentar que no ocurra de nuevo. No se radicalizan las religiones, se radicalizan las personas y el discurso nacionalista y xenófobo es una trampa”. Rocío Gayarre Refugiados Tags BalcanesBosniaGuerraRefugiados Comentarios Ignacio Gil el 12 jun, 2017