Tenía solo 12 años cuando se acercó a la Escuela de Música de su barrio. Sus padres no le apoyaban pero el lo tuvo claro. Desde entonces su compañero de vida ha sido su violonchelo. “Yo vivía bien de mi trabajo en la música. El sueldo era digno. Yo era muy feliz”.
Reconoce que Chávez fue respetuoso con la música, no forzó su politización. Comprendió que a Venezuela le venia bien que hubiera jóvenes virtuosos que hicieran música de alto nivel, alejados de la calle y sin causar problemas sociales.
Con la crisis estratosférica del país a la muerte de Chávez también se deterioraron las orquestas. Todo empezó a escasear. “Despiertas un buen día y te das cuenta que no puedes desayunar, no sabes siquiera si podrás almorzar y cenar. Dediqué más de 10,000 horas a la práctica musical, mucho esfuerzo, muchas renuncias y mucha disciplina. La devaluación era tan monstruosa que el sueldo mensual solo te alcanzaba para sentarte en una terraza y tomar un café y dices “que ha sido de mi vida…”.
“Me llegaban padres con lágrimas en los ojos, explicando que el niño no había comido, que me lo dejaban un rato mientras iban a buscar cualquier cosa de comer. Todos los días escuchaba estos testimonios durísimos. A veces los niños se desmayaban en clase, famélicos, sin ánimo. Ellos querían seguir yendo a la orquesta, era su momento de escape y de felicidad, pero no podían, no tenían fuerza”.
Una llamada de teléfono desde el exilio le salvó la vida. “Tío, te estas muriendo ¿no te das cuenta? Sal de ahí”. Así era, ya estaba tocando fondo.”Ese amigo me pago el billete, me dio un móvil, me dio dinero para poderme pagar el alquiler de un mes en una habitación renacer aquí en España”.
El empezar de cero le ha enseñado a tener fe en Dios, a no tener miedo. “Si hubiera seguido allá hoy creo que estaría bajo tierra. Lo más duro ha sido aprender a creer en mi mismo. Allí era un músico consagrado, pero al llegar aquí cada día tengo que demostrarme a mi mismo de lo que soy capaz”. Cada mañana baja al metro donde toca con toda su pasión y talento. “Es un ejercicio de desinhibición, si eres bueno en la calle, te pruebas como músico”. Y sueña con los ojos abiertos. “Quisiera entrar en un conservatorio y sacar el título superior en violonchelo, y tocar en una orquesta en Europa y vivir de la música; encontrar la paz interior necesaria para tocar bien. Y así servir a los demás, al prójimo”.
“La salida de Maduro sin duda será un respiro para el país. Entrará la ayuda humanitaria, pero soy realista, y la historia se volverá a repetir por la abundancia de recursos. La corrupción es la enfermedad de mi país”.
Sabe que es un privilegiado y le causa dolor “ver a mis compatriotas caminando la frontera, rompiéndose los pies, muriendo de frío y de hambre y siendo humillados, me rompe el alma. Ellos están sufriendo y yo no”. Aun así, cree que no volverá a Venezuela. “Yo quise, pude y tuve la energía para cambiar el país pero no lo logré. Si regreso voy a vivir una pesadilla de recuerdos del pasado y no me veo capaz”.
Rocío Gayarre
LatinoaméricaRefugiados