Hoy la frontera sur se ha teñido de rojo. Otra vez. Dos porteadoras han muerto por aplastamiento tras una avalancha en el lado marroquí de la frontera de Ceuta
Son miles. Cada mañana se agolpan en los pasos fronterizos de Ceuta y Melilla. Tras realizar una primera entrada en territorio español recogen pesados y abultados fardos con mercancía variada – lo llaman “comercio atípico” – como mantas, ropa, equipos electrónicos, etc. Los bultos pesan entre 50 y 90 kilos y muchas veces requieren el apoyo de estibadores hombres para colocárselo a sus espaldas amarrados con cuerdas. Este comercio mueve millones de euros a ambos lados de la frontera, pero ellas solamente cobran entre 10 y 24 euros al día, según el contenido y el peso de los bultos y el número de portes que consigan hacer.
Es su medio de vida, es el coste de ser mujer, de ser excluidas en su propia sociedad ya que muchas de ellas son madres solteras, viudas o mujeres maltratadas. Es una salida para llevar el pan a sus familias, pero es un trabajo indigno e inseguro, que realizan a pie, bajo el sol, sin las más mínimas condiciones de seguridad. Y cada día estas mujeres que pasan la frontera, reciben golpes e insultos por parte de las autoridades policiales marroquíes, a las que además les pagan un soborno para poder cruzar.
Mucho más que el peso de los enormes fardos, les pesa su condición de mujeres, y el peso de vivir en una frontera terriblemente desigual que divide la Europa rica y próspera del África empobrecida, el peso de pertenecer a una sociedad que aún maltrata a la mujer por el mero hecho de serlo. Y pesa sobre ellas la amenaza de muerte por aplastamiento, o sencillamente por la indiferencia de Occidente, que mira los pasos del Tarajal en Ceuta y de Melilla sin verlas, porque es más “rentable” hacerlas invisibles. Hoy va por ellas, por Illham y por Souad, y nuestra denuncia a su “invisibilidad”.
Rocío Gayarre
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