Solo dos días después de iniciarse la guerra Alina Volik publicaba en su cuenta de Tik Tok un video que se hizo viral, con más de 16 millones de visitas, dónde nos sumergía en su nueva normalidad. “Vives en Ucrania y al lado de tu cama tienes una mochila de emergencia ya lista con tu documentación, dinero y un botiquín. Has sellado las ventanas de tu casa para que no se hagan añicos. Duermes vestida porque las alarmas antiaéreas pueden sonar en cualquier momento, teniendo que salir corriendo a los sótanos y tus amigos comparten videos desde los refugios”. El contraste con el tono alegre y desenfadado de sus vídeos anteriores era demoledor, las redes sociales se habían teñido de guerra.
Sobrepasan ya los cinco millones las personas refugiadas que han huido de Ucrania en poco más de dos meses. Alina, hija única, estudiante, blogger e influencer, con solo 18 años es una de ellas. Su ciudad, Zaporiyia, situada al sureste del país, ha saltado a las noticias estos días por ser centro de acogida de los desplazados que escapan de las zonas colindantes bajo control ruso, estando el frente a solo 60 kilómetros al sur. “Al principio no nos planteamos marcharnos. Pero los días pasaban y la guerra nos iba arrebatando la libertad y la seguridad”.
A las 6 de la mañana empezaron a sonar los teléfonos en su casa. Nadie cogió. “Seguíamos dormidos. Tenías clase de español, pero recibí mensaje de que se anulaba. No me lo podía creer. Pero comprobé en las noticias en internet que Rusia habían atacado selectivamente edificios estratégicos durante la madrugada. En los días siguientes empezamos a escuchar estallidos y las sirenas antiaéreas a lo largo de todo el día. Sonaban a lo lejos, pero ahí estaban. Nos paralizó el miedo”.
Recuerda bien los protocolos de seguridad y emergencia. “Evacuación a los sótanos o mejor aún a los refugios, pero podías permanecer en tu propia casa si conseguías protegerte en un lugar con dos paredes delante. Dentro de la bañera también se podía buscar cobijo”. Paradójicamente los días eran todos iguales. “Con miedo a dormir profundamente, sin mucha actividad, solo pendientes de las noticias, queriendo entender la magnitud de la invasión, procesando la incredulidad y el miedo. Después de la primera semana, nos acostumbramos y empecé a salir a la calle”.
Su padre al principio no fue partidario de que su madre y ella se marcharan. “Pensaba que no merecía la pena ese riesgo y que era mejor esperar”. Pero empezaron a huir otras familias. “De hecho fui la última de mis amigas en salir”. Quizás ella fue más consciente que sus padres del peligro real. A primeros de marzo ya empezaron a ver que la invasión se intensificaba y que el frente se iba acercando cada vez más. “España nos pareció un buen destino. Ya conocía un poco el idioma y la gente me parecía hospitalaria y abierta. Era un buen lugar para empezar de cero”.
Su familia de acogida se ha volcado con ellas. “No se dónde vamos a vivir las siguientes semanas, pero sabemos que nos están buscando sitio y nos están dando un apoyo total. No siento que no esté en casa. Son más que familia. Nos ha conmovido su generosidad y su hospitalidad”.
Las noticias de su región son preocupantes. Está viviendo la guerra a distancia a través de las imágenes de la devastación y la crueldad. “Son aterradoras y no las logro olvidar. Están pasando hambre y sed. Están pasando días de terror escondidos y sin esperanza”. Habla a diario con su padre y de momento está sereno. “Es soldado, luchó en África de joven y puede defender nuestra casa y nuestra ciudad”.
Ella está a salvo, pero no olvida que en su país la gente está pagando con sangre. Ese sentimiento cuesta procesarlo. “Ver las imágenes de Bucha, Mariupol o Irpin son tan brutales que casi parece una película. Esa devastación, esos cadáveres inertes tendidos en las calles, esos edificios rotos en pedazos me parten el alma”. Alina ya no es la misma. “Ahora agradezco todo. No solo las cosas que se pueden comprar. Lo que más vale son otras cosas. Las cosas materiales, la fama o el éxito, hoy las tienes y mañana no. En una situación de guerra puedes perder todo en un momento. Por eso lo que realmente importa son las cosas que no se ven con los ojos y las que no se compran con dinero: la seguridad, la esperanza, las oportunidades y la justicia”.
Rocío Gayarre
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