Es totalmente comprensible que existan profesiones y puestos laborales que requieran estar disponibles las veinticuatro horas del día. Lo que desconocía, es que ser imprescindible es algo propio de personas con edades, responsabilidades y perfiles tan distintos. Siempre he asumido que una persona ajetreada tiene muy claro el valor de su tiempo y por eso quiere aprovecharlo. La sociedad actual nos lleva a pensar que aprovechar el tiempo consiste en hacer todo a la vez y la mayor ventana a «nuestro todo», es el móvil. Ahí está tu correo electrónico, tu WhatsApp, tus redes sociales y tu agenda personal animada por multitud de notificaciones que van saltando constantemente.
Ahora estamos en el cine (bueno, cuando volvamos) y si la persona de la fila delantera considera que tiene algo más importante que hacer, o no le gusta la peli, nos premia con un chorro de luz de su móvil, porque tiene que escribir o leer algo, o revienta. No da la sensación de que sea una emergencia, en ese caso saldría de la sala a toda velocidad. Tampoco parece que los peatones autómatas, que se juegan la vida cada vez que cruzan una calle con sonrisa boba sin levantar la vista del móvil, estén recibiendo un mensaje de extrema importancia. No creo que nadie se pueda entregar a la lectura de un libro medianamente profundo, mientras contempla el bailecito del último reto de Instagram. Dentro de esta manera de vivir, por supuesto, también tenemos eso de hablar con el móvil paseando por el gimnasio o, mucho peor, mantener dicha charla telefónica ocupando una cinta de correr o una bicicleta. No es que les tenga especial cariño a estas máquinas, es más, diría que la gran mayoría del uso que se les da es perder el tiempo, especialmente si lo estamos invirtiendo en comentar el partido del día anterior o el plan del fin de semana charlando con el móvil.
Si en tu gimnasio hay carteles que dicen claramente que no está permitido utilizar el móvil en la sala, te estás saltando las normas. Si no te gustan esas normas ¿por qué no elegiste otro gimnasio? Si con la charla se te va el tiempo que pasas subido a la cinta de caminar, es una falta de respeto hacia otra persona que está esperando para utilizarla. Si hay alguien a tu lado que le gusta concentrarse en el ejercicio y nada más, igual le obligas a ponerse música a todo trapo para no estar escuchando cómo explicas a voces (es normal que quien está al otro lado no te escuche bien) los trucos de las recetas de tu suegra. Si eres una persona muy ocupada ¿por qué no te concentras en lo que estás haciendo para pasar en el gimnasio veinte minutos aprovechados en lugar una «hora basura»?
Una de las ventajas de las clases colectivas es que la gente está a lo que está y no da tiempo a hablar por el móvil. Aun así, alguna vez ocurre y no suele ser por una emergencia, sino más bien una falta de consideración hacia el profesional que está dando la clase y tus compañeros. Además, esa costumbre afecta de manera directa al resultado de tus ejercicios. Si en tu caso hablamos de entrenamiento de fuerza, hay unos descansos, unas series, unas repeticiones que si se interrumpen con conversaciones de móvil no tienen sentido. Si eres de los fanáticos del cardio, por encima de un 60% de tu frecuencia cardíaca máxima no te resultará cómodo hablar y si estás en un 80% te resultará casi imposible. Si coges el teléfono a alguien ejercitándote a un 90% de tu FCmax, la persona que esté al otro lado solo puede pensar dos cosas, que tiene que llamar al 112 o que te ha pillado en un momento íntimo un tanto incómodo, así que mejor ni lo intentes. Si eres capaz de estar hablando un buen rato, es que a duras penas estarás sudando y si habías empezado a hacerlo, igual hasta te enfrías por el aire acondicionado. Todos tenemos circunstancias que justifican un móvil cerca, pero abusamos de él. Si no sabemos dejarlo a un lado quince minutos, tenemos un problema. Todo cunde más si estamos concentrados en lo que hacemos, en el ejercicio ocurre lo mismo. Exprime el tiempo que inviertes en tu salud física y con mucha menos duración, obtendrás muchos más beneficios. En este caso no solo físicos, sino también emocionales. Un rato de desconexión real es un tesoro impagable. Dale duro y que la fuerza te acompañe.
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