Las guerras son la principal lacra del ser humano que le han ido acompañando a lo largo de toda su historia. El enfrentamiento entre seres humanos parece -por desgracia- que va implícito en la condición humana, pero lo que sí sabemos, es que es una de las partes más oscuras en la que se puede involucrar. No solo por el hecho del enfrentamiento, sino también por todos los demás daños colaterales que genera. Como por ejemplo, los desplazamientos en masa de las personas que buscan salvar sus vidas en otras tierras.
La migración de las personas por los conflictos armados están a la orden del día, según en qué parte del planeta, son más cruentos unos que otros. No quiere decir que porque no aparezcan en las noticas todos los días ya no existan. Están ahí. De una forma u otra. En la parte que nos toca, en España, también se tuvo que sufrir en el siglo pasado ese desplazamiento forzado por parte de los vencidos a causa de una guerra civil.
El llamado exilio republicano, que se produjo en masa en 1939, fue una catástrofe humanitaria – a parte de la guerra en si misma-. La emigración principal fue hacia el país más cercano, Francia, que se aceleró de manera importante durante el transcurso de la Batalla del Ebro y los meses posteriores, en un movimiento de «retirada». El éxodo de ciudadanos provenientes de Cataluña fue masivo después de la caída de Barcelona el 26 de enero del mismo año, rompiéndose el frente oriental y precipitando la derrota de las fuerzas republicanas. Los refugiados huyeron a través de los Pirineos por la Junquera, Portbou, Le Perthus, Cerbère y Bourg-Madame. En marzo de 1939 el número de refugiados españoles en Francia se estimó en unas 440.000 personas según informes oficiales. Los historiadores han estimado en 465.000 exiliados, de los que 170.000 fueron civiles.
Sin desmerecer a ninguna de las personas que tuvieron que sufrir el exilio, e incluso en condiciones catastróficas, uno de los máximos exponentes y figura representativa de la cultura repúblicana fue la persona de Antonio Machado. En la tarde del 28 de enero de 1939, Machado ya con 64 años, se bajó de un tren lleno de gente que venía de Cerbère. Después del periplo del éxodo, llegó a su última noche en suelo español, en Viladasens. Apenas a medio kilómetro de la frontera con Francia, tuvieron que abandonar los coches embotellados en el colapso de la huida, donde quedaron también sus maletas, al pie de la larga cuesta que tuvo que recorrer bajo la lluvia y el frío del atardecer hasta la aduana francesa, y que solo gracias a las gestiones de Corpus Barga (que disponía de un permiso de residencia en Francia) pudieron superar.
El camino al exilio fue muy largo para Machado desde aquel noviembre de 1936, cuando se organizó el Quinto Regimiento de evacuación del asediado Madrid de un número significativo de intelectuales, y que de mala gana tuvo que abandonar la capital el poeta. Lo acompañaban entre otros su madre y su hermano Manuel. El poeta estaba ya agotado cuando se acercó a Francia. Se trasladaron hasta Collioure (Francia), donde el grupo encontró albergue en la tarde del día 28 de enero, en el Hotel Bougnol-Quintana. Allí quedaron a la espera de una ayuda que no llegaría a tiempo. Antonio Machado murió a las tres y media de la tarde del 22 de febrero de 1939.
Tras el éxito de Vida y muerte de Federico García Lorca, el prestigioso hispanista Ian Gibson (1939) y el reconocido ilustrador Quique Palomo vuelven a unir sus talentos para contarnos la vida del poeta Antonio Machado en «Ligero de equipaje. Vida de Antonio Machado» (Ediciones B) en un cómic hermoso y digno de agradecer, para así acercar una de las figuras esenciales de la nuestra poesía a los más jóvenes.
En las páginas de este libro nos relatan los autores, entre muchas otras vivencias, cómo Machado apoyó la Segunda República y compuso algunos de los versos elegíacos más hermosos de nuestra lengua. Cómo cantó el paisaje castellano y la angustia del tiempo que fluye imparable. Y cómo, durante la Guerra Civil, denunció a los sublevados y a sus aliados fascistas y terminó muriendo, «ligero de equipaje», al otro lado de la frontera.
Comienza la obra con la infancia de un Machado que «no nació en un rincón cualquiera de la capital andaluza, sino en un paraíso interior digno del huerto biblíco del ‘cantar’ de los cantares. Se trataba del palacio de las Dueñas, propiedad de los duques de Alba, alquilada entonces, en parte, a unas once o doce familias modestas, una de ellas, la encabezada por el padre de Antonio. Este nunca olvidaría, estuviera donde estuviese, su edén infantil. Para entonces Sevilla seguía siendo un puerto comercial floreciente. Los abuelos maternos de Antonio eran de Triana, su barrio más marinero».
«Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero».
Machado tuvo en su abuelo paterno una gran influencia por «su sed inapagable de conocimiento, dispuesto a transformar su sociedad a golpe de cultura… Hay que sumar la de su padre, Antonio Machado Álvarez, alias demófilo. Abogado de profesión, a quien podemos dar el título de primer flamencólogo por haber logrado transcribir fonéticamente 881 coplas, que publicó en su importantísima colección de cantos flamencos. La abuela Cipriana Álvarez era buena pintora y sobrina del polígrafo Agustín Durán, primer director de incipiente Biblioteca Nacional. Coleccionaba coplas y cuentos y transmitió a su hijo la pasión por la cultura popular. Sin olvidar al padre de Cipriana, José Álvarez Guerra, filósofo, político, autor de un tratado de metafísica».
«Flamencólogos, escritores, pintores, filósofos, políticos: los Machado cultivan el arte del diálogo, tienen facilidad para los idiomas y empeño en aprenderlos. Se trataba sin duda de una de las familias más cultas de Sevilla, y ello influiría poderosamente en los hermanos».
Un cómic original, en el que su valor radica además de los textos de Gibson, en la visión gráfica de Palomo, convirtiendo cada página en una lectura fluida y onírica, obviando las tradicionales viñetas para así dejar que fluyan los dibujos, por cada una de las páginas como caminos: «¿para que llamar caminos a los surcos del azar?… Todo el que camina anda como Jesús sobre el mar».
Machado es descrito como un intelectual progresista, amante de la naturaleza, contestatario que aparece de repente en un punto olvidado de Castilla. Y el cómic es, en definitiva un verso de Machado, sencillo, elocuente, embriagador, que cuenta y describe el tiempo del poeta a base de trazos, palabras y dos colores elementales. Una biografía necesaria de conocer tanto como el futuro, ya que el pasado está plagado de enigmas y misterios que nos visitan con regularidad obsesiva para obligarnos a dar una explicación a las decisiones que han dirigido el curso de la existencia.
«Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tomar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos del mar».