Ya queda menos para los próximos Juegos Olímpicos que se celebraran este año en París. En la actualidad, estamos acostumbrados a que los Juegos sean lo más previsibles posibles, es decir, que los deportistas compitan y consigan triunfos, pero hubo unos Juegos en que esto no ocurrió, en concreto en los Juegos Olímpicos de San Luis 1904, oficialmente conocidos como los terceros Juegos Olímpicos de nuestra era.
Se celebraron en la ciudad de San Luis (Misuri, Estados Unidos), entre el 1 de julio y el 23 de noviembre de 1904. Participaron 651 atletas (645 hombres y 6 mujeres) de 12 países, compitiendo en 91 eventos de 16 deportes olímpicos. Los Juegos se llevaron a cabo como parte de la Feria Universal de San Luis del mismo año. A pesar de las enormes inversiones de dinero en la organización, el número de atletas participantes procedentes de otros países solo fue de 42; los organizadores apenas lograron interesar a los atletas de Europa en cruzar el Atlántico para participar en el evento. La baja cantidad de delegaciones con pocos atletas de otros países que terminaron por asistir, permitió al equipo estadounidense adueñarse casi exclusivamente del medallero tras obtener una enorme cantidad de triunfos.
Anteriormente, en el afán de globalizar la competición, una primera edición de los juegos se celebró en Atenas simbólicamente en 1896, teniendo lugar la segunda en París cuatro años después. Ese año se caldearon los ánimos entre los participantes y algunos resentimientos perdurarían años después, sobre todo, en los estadounidenses, ya que se quejaron de que los franceses lo ganaron casi todo imponiendo sus reglas, por lo que cuando llegaron los Juegos de San Luis los americanos entrarían en escena imponiendo entonces ellos sus reglas.
Bajo este caldo de cultivo, el 30 de agosto, en las bulliciosas calles de la ciudad, se celebró la particular maratón. Peculiar, por los diferentes acontecimientos que ocurrieron durante su celebración. Una historia curiosa que nos traen en formato cómic el dibujante José Luis Munuera (Lorca, 1972) junto al periodista y escritor Kid Toussaint (Bruselas, 1980). En La carrera del siglo (Astiberri) nos narran esos curiosos y desafortunados hitos deportivos, y sobre todo, extradeportivos.
En lo deportivo ha pasado a ser la peor marca de todos los tiempos con un terrible tiempo de 3 horas, 28 minutos y 53 segundos, para el ganador, que fue el estadounidense Thomas Hicks. Pero incluso la carrera de Hicks estaba lejos de ser convencional ya que fue este atleta el primer caso de dopaje conocido, pero como en la época no había controles ni estaba penalizado, no pasó nada, solo el riesgo para la salud del propio Hicks.
Tan solo 14 de los 32 corredores consiguen acabar la maratón más tramposa de todos los tiempos. Los pobres tuvieron que aguantar temperaturas de más de 30 grados, un recorrido mal señalizado, y salió ese primer caso registrado de dopaje organizado, además de tener un primer ganador que no fue reconocido porque había hecho trampas, fue Frederick Lord, el finalista bromista ya que recorrió 17 kilómetros subido cómodamente en un coche al ser recogido por un paisano.
Entre los participantes había una mezcla de especialistas en media distancia o novatos en carreras de distancia que nunca antes habían intentado nada parecido a una distancia de maratón en sus vidas, también estuvieron Len Taunyane y Jan Mashiani, miembros de la tribu Tswana de Sudáfrica que estaban en San Luis debido a la Feria Mundial y se convirtieron en los primeros atletas africanos en participar en unos Juegos Olímpicos. Otros de los corredores, fue el cubano Félix Carvajal, que llegó listo para correr completamente vestido con pantalones largos, camisa blanca y zapatos para caminar. Compadeciéndose de él, otro competidor le cortó los pantalones a la altura de las rodillas para facilitarle la carrera y así otros participantes que compitieron con circunstancias personales algo especiales.
Un cómic que destaca por el sentido del humor, tanto en lo visual como en el guion y los diálogos, acompañado con el trazo de Munuera, que me recuerda algo al dibujo clásico de Disney en sus formas alargadas y expresivas de los personajes cargados de dramatismo y verosimilitud, que sin obviar ese humor se pone el dibujo al servicio de una historia bien contada, que viéndola desde esa perspectiva cómica es totalmente surrealista para los tiempos de hoy.
Digna de haber sido creada y escrita por los mismísimos directores de cine Blake Edwards y Billy Wilder. Una comedia real tan delirante como absurda que tiene todos los ingredientes para entretener al lector y adentrarse en esa historia que no parece nada que haya sido real. Estamos ante un acontecimiento que suena hoy del todo improbable cuyo legado sigue vivo en los anales olvidados del deporte mundial. Una historia tan real como poco conocida.
Cómic