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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

44 escritores de la literatura universal

44 escritores de la literatura universal
Pablo Delgado el

La persona que escribe, es por todos conocida como un escritor, por lo tanto, todos somos escritores, desde que aprendemos a juntar las primeras letras, ya somos unos escritores consumados. Pero la palabra escritor connota algo más que simplemente el acto de escribir unas frases y construir así unos párrafos. Detrás de esos párrafos hay historias que cambian el rumbo de muchas personas en particular y de sociedades en general. Palabras que sirven de ayuda para aquellos lectores que buscan sumergirse en otros mundos, para poder alcanzar un conocimiento mayor de todo aquello que le rodea, sea real o pertenezca al imaginario de la ficción, que toma esa realidad como sustancia esencial del desarrollo nativo de la historia y que el escritor cuenta a través de sus palabras. Nuevos mundos, retratos de una realidad cotidiana inundan las páginas con palabras creadas por los escritores.

Ante la figura del escritor solemos acercarnos a través de su obra escrita, ¿pero cómo era él? ¿Tuvo una infancia difícil? ¿Por qué se dedicó a escribir? ¿Cuándo y cómo comenzó a escribir sus primeras obras? En 44 escritores de la literatura universal, el también escritor y periodista Jesús Marchamalo (1960), nos acerca a la figura de varios escritores que marcaron un antes y un después en la historia de la literatura universal contemporánea. A través de una biografía escueta pero cargada de información, nos hacemos una primera idea de cómo fueron estos grandes escritores, desde su infancia, su trayectoria y anécdotas de su vida, Marchamalo nos incita a que no nos quedemos en estas páginas y abramos los mundos de estos genios del lenguaje. Con sus hábitos, sus manías, sus avatares familiares, sus problemas y cómo los resolvieron.

Cuenta al inicio Marchamalo que saber cómo vivieron los grandes creadores de la literatura universal ayuda a entender, explicar y razonar mejor su obra. 44 escritores de la literatura universal propone un ligero recorrido por la literatura europea y norteamericana de los siglos XIX y XX, a través de esos nombres imprescindibles, y de las claves y sucesos e historias que ayudan a conocerlos de una forma más íntima. La lista de nombres incluye autores representativos de las letras francesas, inglesas, italianas, alemanas, estadounidenses, rusas…Y algún que otro autor predilecto de Marchamalo y de su compañero de viaje, el ilustrador y artista Damián Flores. Junto a sus retratos de trazo escueto y prominente, podemos apreciar los rostros de la literatura contemporánea acercándonos a la búsqueda de una singularidad y destello que ilumina a cada personaje. Marchamalo escribe unos textos muy directos de lo que significa cada uno de los escritores, destacando semblanzas como su infancia desgraciada, pobreza, deudas, enfermedades, alcohol, muerte prematura… “la vida de los escritores no siempre ha sido cómoda y complaciente; y la genialidad, el compromiso con la obra, con la literatura, suele pasar una factura muchas veces fatal. La quemadura de la gloria”.

Si nos sumergimos en este viaje breve biográfico nos encontraremos con figuras como Fiódor Dostoievski (1881-1821), que “vivió una vida de Antiguo Testamento: humillación, pobreza y algo de esa gloria efímera que era como la tierra prometida. Un largo peregrinar de exilios y pensiones, deudas, usura, préstamos que nunca o casi nunca devolvía: un abrigo para poner un telegrama, una vez; unos zapatos para comprar papel, otra… Vivió el destierro, el rayo pertinaz del infortunio, la muerte -su mujer, su hermano, su hijo-, la tentación del juego, y aquella enfermedad que era como un demonio, dulce, que se acercaba por sorpresa, seductor, arrogante, y lo arrojaba al suelo como un saco, vueltos los ojos, la boca con espuma; la epilepsia, desde los nueve años. Así desposeído, escapado, en ese paraíso de bujía, tinta y papel, escribió El idiota, Los hermanos Karamazov, Crimen y castigo, El jugador (…)”

Fiódor Dostoievski

A Alexandre Dumas que  “escribía en hojas de colores, para no hacerse un lío: las novelas en azul; en rosa, los artículos, y en papel amarillo los poemas. Siempre con su letra como de exposición, limpia, gris y ordenada. Sin tacha. Historias que publicaban los diarios y con las que toda Francia vibraba al unísono como una claque (…) Tinta y agua de seltz, la fórmula secreta de su genio, y una memoria prodigiosa que le hacía recordar todo lo que vivía, había leído, o le contaban (…).

O William Faulkner o “Falkner, sin u, porque fue su primer editor el que, para darle mayor envergadura, decidiría añadir a su apellido una vocal. (…) Fabulador, mentiroso huraño, taciturno, esquivo, borde… Fue de todo: pescador, fogonero, pintor de brocha gorda y, durante gran parte de su vida, prisionero en su pueblo, allí en el sur (…) En una entrevista le preguntaron por los mejores escritores de su tiempo. Dudó, apenas un segundo: Hemingway, dijo, Mann Dos Passos, y yo”.

William Faulkner

Del fanfarrón, mujeriego, algo exhibicionista, bebedor compulsivo, víctima de su propia leyenda, y que construyó su vida como una novela y sus novelas como reflejos de su propia vida, la de Ernest Hemingway (1899-1961), pasamos al dublinés James Joyce (1882-1941), que “durante siete años se dedicó a Ulises, un libro en el que no pasa nada, así en general, y que es como una caminata campo a través, con abruptas subidas, recodos polvorientos y zonas pedregosas -muchas sin puntos, ni comas, ni indicaciones, nada-, tan difícil que había mecanógrafas que se negaban a transcribir el manuscrito, porque les daba flato”.

Todo ello sin olvidar al gran Thomas Mann (1875-1955) que “tuvo predilección, obsesiva, por los números redondos. Una vocación secreta de contable, de brujo o cabalista, que le hacía cuadrar fechas y efemérides. Nacido en 1875, veinticinco años -exactos- más tarde publicó Los Buddenbrook y veinticinco después La montaña mágica. Así que en 1950, según sus cuentas, le tocaba morirse. Se equivocó”. Y de ahí pasamos a una magdalena, la que se tomó un día en su desayuno Marcel Proust (1871-1922) y que “en ese día cuando la mojó en manzanilla montó todo el lío: se encerró en una habitación con las paredes forradas de corcho, las ventanas cubiertas con gruesos cortinajes que nunca se abrían, y un polvo en el aire, para el asma, que hacía que todos los vecinos protestaran. Un lugar irrespirable, al tiempo abrigador, oscuro, donde pasó diez años, metido en la cama con dos o tres jerséis, o con abrigo -friolero hasta el ridículo-, escribiendo. Un escenario de lámparas de tulipa verde, plumillas, tinteros, portaplumas, varios pares de gafas… El mártir de la literatura”.

James Joyce 

Para llegar al aventurero y visionario amante de la geografía, las bibliotecas y la tecnología, Jules Verne (1828-1905) que firmó un contrato con el editor Hetzel, que le obligaba a entregar de por vida tres libros al año. “Y allí, cercado, cerrado, rodeado, en una casa cada vez más grande, y llena de criados, con su dolor de cabeza y su parálisis, fue terminando, uno tras otro, los libros que le harían inmortal: Cinco semanas en globo, Viaje al centro de la Tierra, 20.000 leguas de viaje submarino, De la Tierra a la luna…

Por lo tanto no es necesario encerrarse como Verne para leer 44 escritores de la literatura universal, todo lo contrario, es un libro abierto constantemente, al que se puede regresar todas las veces que quieras para descubrir en esas grandes pinceladas proporcionadas por Marchamalo y rematadas por Flores, de lo que ha sido y es la literatura más allá de nuestras fronteras, pero que son parte muy importante para poder entender en parte a la figura del autor y también a la sociedad en la que vivimos ahora. Una delicia de lectura a la par que entretenida, ideal para acercar a los jóvenes a la figura algo misteriosa y desconocida de la figura de escritor.

“44 escritores de la liteatura universal” // Jesús Marchamalo y Damián Flores // Ediciones Siruela // Rústica 14,90 euros // 2017

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