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Un gran corsario español casi olvidado

Un gran corsario español casi olvidado
Agustín Ramón Rodríguez González el

A menudo se dice que las palabras “corsario” y “español” nunca o muy pocas veces debieron ir juntas, lo que es un grave error, pues si los primeros reyes de la Casa de Austria fueron refractarios a conceder tales permisos o “patentes” a particulares, la situación varió completamente desde Felipe IV, con casos como el mismísimo Capitán Contreras o con los demoledores escuadra y corsarios hispano-flamencos de Dunquerque. En el XVIII destacó especialmente Antonio Barceló, pero hubo muchos otros corsarios, y muy eficaces, como los que en la “Guerra del Asiento”, de 1739 a 1748, hicieron más presas a sus enemigos británicos que las sufridas por los buques españoles.

También se suele asociar la acción de los corsarios a mares muy distantes y hasta exóticos, donde la vigilancia enemiga es pequeña o inexistente, y a que sus presas fueran casi siempre mercantes poco o nada armados. Lo que es bastante acertado en líneas generales.

Pero hubo otros casos muy distintos, como el excepcional que narramos aquí, de un virtualmente desconocido corsario español, que brilló en una campaña que pocos o ningún paralelo tiene en la Historia Naval de todas las épocas.
Se llamaba Miguel Villalba, y mandaba un pequeño buque por nombre “San Francisco Javier”, alias “El Poderoso”, nombre que llamaba un tanto a comentarios irónicos, pues se trataba de un barquito de 43 hombres de tripulación y sólo tres cañones: uno grande a proa de a 24 libras de bala y dos pequeños de a 6 en las bandas, aptos sólo para combatir de cerca. Barco, patrón y hombres eran de Tarifa, y su peligrosísimo campo de actuación eran las aguas del Estrecho de Gibraltar, infestadas de enemigos mucho más potentes. Y era también una época muy difícil, finales del año 1800, cuando los marinos británicos barrían literalmente todo ante sí.

El 2 de diciembre por la mañana, y en medio de una espesa niebla, avistó un buque, al que se acercó, hasta que despejando, advirtió que era un buque de guerra enemigo y mucho más potente. En efecto, se trataba del bergantín “Paisley”, de la “Royal Navy”, con 16 carronadas de a 12 libras, con 58 hombres de dotación y al mando del Teniente de Navío Charles Nevins. Era como para pensárselo, pero los corsarios se animaron a la lucha, ya que la huida no era factible.

A menos de medio tiro de cañón, ambos buques izaron sus banderas respectivas y empezó el fuego, de metralla por ambas partes dada la corta distancia, haciendo el cañón de a 24 español nada menos que 35 tiros de esa clase de munición. Pero viéndose los españoles en desventaja, pues a sus dos piezas por banda y 30 libras de bala contestaban ocho británicas con 96 libras, intentaron un abordaje, que fracasó por maniobra del enemigo, probaron en una segunda ocasión, también fallida, y como suele ser proverbial, lo lograron a la tercera, rindiéndose el bergantín. Los españoles habían tenido un muerto y siete heridos, entre ellos el condestable Juan de Rey, que pese a tener el pecho atravesado por una bala de fusil en el primer abordaje, fue de los primeros en pasar al buque enemigo en el tercero y decisivo. El “Paisley” sufrió tres muertos y diez heridos, entre ellos su propio comandante, hecho que decidió la suerte del combate. Estaba a 3 leguas al sur del Peñón de Gibraltar, cuando arrió su bandera, tras echar al mar los mensajes oficiales que llevaba a la plaza desde Plymouth. Habían transcurrido dos horas y media entre la caza y el combate.

Tales habían quedado los aparejos de uno y otro, que derivaron hacia Ceuta sin poderlo remediar, hasta que, hechas las reparaciones más indispensables y desembarcados los heridos de ambos lados, pudieron volver el vencedor y su presa a Algeciras, base de la cañonera, ante el asombro de todos, fondeando a la una de la tarde del día 4.

Charles Nevins fue juzgado en Consejo de Guerra por el Almirantazgo, aduciendo en su defensa su herida, lo que era bien cierto, y que le atacaron dos buques, en lo que faltó a la verdad, como cuando dijo que le habían cañoneado a gran distancia con sus grandes piezas, sin poder él contestar debidamente con las carronadas, de menor alcance. Tal vez los severos lores almirantes no se creyeran tales asertos, pero debieron considerar que ya era bastante bochornoso el asunto como para dar otra alegría al enemigo con la ruina de un oficial de la “Royal Navy”, y decidieron absolverlo, así, y por otra parte, silenciaban bastante los hechos.

De Don Miguel Villalba nada más sabemos, salvo que la misma “Gaceta de Madrid” de que hemos sacado estos datos del parte del combate, completando los muy escasos que da Fernández Duro, recordó, al dar noticia de otra de sus victorias, que había apresado desde septiembre de 1799 hasta noviembre de 1801, en 26 meses de campaña en aquellas peligrosísimas aguas, nada menos que 16 buques enemigos, armados con 95 cañones en total y con 293 prisioneros, logros que enorgullecerían a cualquier corsario, no digamos a quien los consiguió al mando de su “Poderoso” de tres cañones y 43 hombres.

Y es muy significativo que nada más sepamos de este gran corsario, como también es muy significativo el que unos años después, por Real Decreto de 13-I-1807, se nombrara “Almirante General” de España e Indias a Manuel Godoy, que en su vida había mandado un buque, y mucho menos ganado un combate naval, por no hablar de sus responsabilidades en los hechos que llevaron a Trafalgar. Al lector dejamos la tarea de sacar las conclusiones oportunas de estos hechos.

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Agustín Ramón Rodríguez González el

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