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Un día de amor a España en la bella Irlanda

Un día de amor a España en la bella Irlanda
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El historiador Javier López Martín ha asistido en Irlanda a una hermosa conmemoración de historia viva: los 500 años de la accidentada visita del hermano de Carlos V a Kinsale. Estas son sus impresiones.

 

POR JAVIER LÓPEZ MARTÍN

Ayer amaneció un día espectacularmente soleado, con el sol brillando a rabiar, algo inusual para el cielo de Irlanda. Se cumplían 500 años de la llegada del infante Fernando de Austria, infante de Castilla y archiduque de Austria, a la pequeña ciudad de Kinsale, en la costa sur del condado de Cork.

El infante llegó desviado por una tormenta, pues su destino eran los Países Bajos una vez que hubo partido rumbo al exilio —todo hay que decirlo—, por orden de su hermano mayor Carlos, una vez convertido tras el juramento de las cortes castellanas en Valladolid en rey de España. A su repentina llegada a la ciudad de Kinsale, el infante fue recibido por las máximas autoridades, quienes le brindaron toda la hospitalidad a su alcance para que se sintiera como en España, su amada tierra que nunca más volvería a ver ni a pisar.

Ayer Kinsale recordó tan prestigioso viaje con una serie de actos que no pasaron desapercibidos para sus habitantes y multitud de turistas que pasean por su calles y su marina, donde se unen las aguas del mar con las del río Bandon, cuyo estuario baña el puerto de la ciudad.

Kinsale ha tenido una relación muy estrecha con España, pues no solo el infante Fernando recaló aquí, sino que también llegaron soldados procedentes de los barcos dispersos de la Armada de 1588, y continentes enviados por Felipe III al mando de don Juan de Águila en 1601 para evitar la reconquista de Irlanda por las tropas británicas. Con razón hay infinidad de nombres que adornan las calles de Kinsale y evocan un pasado unido a España tales como un restaurante llamado ‘The Spaniard’, un pub (mejor Gastro Pub irlandés del año 2010) cuya fachada homenajea a Juan de Águila, o simples placas a la entrada de las bonitas casas que dan a la ribera del río Bandon, una por ejemplo que simplemente anuncia una palabra: ‘Sonrisa’. Hoy Kinsale sigue llena de presencia española, pues hay unos 200 españoles que viven en los alrededores.

El acto de conmemoración estaba organizado por el Dr. Hiram Morgan, historiador del Colegio Universitario de Cork, quien ha realizado un trabajo previo sobre el infante Fernando. Los actos empezaron a las 10.30 de la mañana cuando una comitiva teatral se dirigió hasta la iglesia normanda de Multose, erigida en el año 1190. Allí llegó el infante Fernando (Riley Liao) acompañado de su séquito (todos del Departamento de Teatro del Kinsale College) en el que destacaba el cronista Laurent Vital (Satya O’Rafferty), quien en calidad de ayudante de cámara había acompañado a Carlos en su primer viaje a España en septiembre de 1517. Menos de un año después, Vital regresó a los Países Bajos acompañando ahora al infante Fernando y tal y como hizo en el viaje de ida, en el de regreso también se dedicó a reflejar con ahínco todas las anécdotas y percances ocurridos durante el viaje, así como realizar una descripción minuciosa de las gentes y costumbres de los irlandeses tras su llegada a Kinsale.

Ayer, los acompañantes del infante Fernando fueron gente sencilla, estudiantes de teatro, profesionales de música y canto y hasta profesores de la universidad de Oxford, como Glyn Redworth —del departamento de historia de dicha universidad—que quisieron participar en el evento. Los trajes los consiguieron de compañías de teatro irlandesas que los cedieron gratuitamente, pero cuatro de ellos vinieron directamente desde España, del maravilloso pueblo asturiano de Tazones en concreto, pues la Asociación Cultural Primer Desembarco de Carlos V, de Tazones, que preside Cristina Carneado, también los cedió con agrado. Todo sea por recordar nuestra historia, valorarla y no dejar que se pierda.

Así pues iban todos ataviados con estos magníficos trajes y, con el infante bajo palio, la comitiva se dirigió desde la iglesia hasta el castillo Desmond, levantado en 1500 en lo alto de la ciudad. Allí se les unió una escolta de tres guerreros (Gallowglasses) irlandeses —la infantería pesada tradicional de la Irlanda medieval— con un aspecto que realmente daba miedo por su fiereza (Dave Swift, Smiley Austmann y Keith O’Dwyer, del grupo An Claiomh). De allí marcharon todos juntos hasta el Mástil del Galeón donde les recibió el alcalde del condado de Cork, Declan Hurley.

Paseando por las calles a toque de tambor y ante el asombro de turistas y ciudadanos, el desfile acabó en el Temperance Hall, edificio victoriano construido en 1885, donde se cerró la representación con la actuación al arpa de Paul Dooley —uno de los máximos exponentes del arpa irlandesa— acompañado de la voz de Pádraig Mac Cárthaigh —físico que parte de su tiempo lo emplea en el Instituto Max Planck de Munich. Luego se ofreció un vino español, con jamón español, queso español y membrillo español, todo servido por una empresa española asentada en Cork. Muchos de los presentes lamentaban no hablar español, otros lo balbuceaban, mientras que algún otro lo hablaba con soltura. ¡Hasta una mujer alemana quería aprender euskera! Daba gusto sentirse como en casa. Tras la comida vino la tarta, adornada en azúcar con el magnífico retrato del infante que Hans Mahler realizó en 1521, hoy en el Kunsthistorisches Museum de Viena. El alcalde cortó sin piedad la tarta y repartió pedacitos del retrato entre los comensales.

La tarta que Kinsale hizo para conmemorar al infante

Con la digestión vinieron las conferencias a cargo de Alain Servantie, Hiram Morgan, Katy Bond, Mary Raines, Regina Sexton y quien esto suscribe, y que versaron sobre diferentes aspectos de la vida en España e Irlanda en tiempos del infante. Hubo algún que otro problema con las conexiones de las ponencias pero al contrario que en otros eventos, aquí nadie se puso nervioso; al contrario, se reían con alegría de la electrónica.

Había motivo para ello y era que estábamos todos juntos recordando un hecho ocurrido hace quinientos años que nos había unido y lo estaba volviendo a hacer en esos momentos. Hubiera estado bonito que alguien, a la vez, lo hubiera recordado en España y hubieran invitado a algunos irlandeses, académicos o no, para recordar el suceso en alguna ciudad española, no tenía porqué haber sido únicamente Madrid, Alcalá de Henares —donde nació el infante—, o Santander —desde donde zarpó al exilio—, sino cualquier otra, no hubiera importado.

Por desgracia, una vez que el infante salió de España nos olvidamos de él. Sus más allegados colaboradores y sirvientes marcharon con él a los Países Bajos y de allí a Innsbruck, ciudad que se convertía en el centro de su poder. Los que se quedaron perdieron sus bienes, títulos y propiedades tras la revuelta comunera. Más tarde Fernando fue rey de Hungría, de Bohemia y a partir de 1558 emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, casi nada.

Por desgracia es una figura que no ha atraído prácticamente a casi ningún estudioso español y sus mejores biografías fueron escritas por eruditos alemanes. En fin, lo de siempre.

Tras las conferencias y clausurar los actos, nos fuimos todos a cenar salmón irlandés regado para empezar con unas buenas pintas de Guiness, porque el vino de la cena volvió a ser español.

Es agradable saber lo que se quiere a España fuera de nuestras fronteras. Esta vez ha sido en la bonita Kinsale, en la verde Irlanda. ¿Cuando haremos algo por nosotros mismos para recordar con orgullo y entusiasmo nuestra propia historia?

[Lee aquí la crónica de los preparativos, la tarta y el castillo]

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