Poseerla, admirarla, era lo que deseaban las personalidades que lograron hacerse de ella, atesorada y afortunada vivió durante siglos entre lujosos rumbos. Testigo de aventuras.
A finales del siglo XIII, y sobre todo en el XIV y el XV, se desarrollaron nuevas formas de descripción del espacio marino: cartas náuticasportulanas. La Escuela Cartográfica Mallorquina fue el núcleo aglutinante de la actividad cartográfica en el ámbito mediterráneo entre los siglos XV y XVII. Se mantuvo a la vanguardia y fue potenciada por los monarcas de la Corona de Aragón, coincidiendo con la expansión catalano-aragonesa por todo el Mediterráneo.
Ambiente medieval año 1433, Mallorca. Propietario de taller, Gabriel de Vallseca, producía sus cartas marinas a toda vela con aires de amplios horizontes. Soplaban en varias direcciones y traían interesantes cambios
Maestro cartógrafo de origen judío, debió ser un visionario de carácter esquivo, quimérico, observador de las nuevas tendencias que no le dejaban someterse a las rigideces de las escuelas cartográficas de aquel momento. Su don de espíritu navegante le guiaba a modificar los modelos tradicionales, porque podía captar al vuelo los nuevos cambios que se manifestaban en el aire. Y plasmarlos con sus grafismos a pluma sobre cartas de marear.
Coetáneo de tantos virtuosos cartógrafos. Se respiraba allí a piel de pergamino secándose tendido desde un cordel, a pigmentos de distintos orígenes naturales y conservantes, a instrumentos, aunque sobre todo al ambiente de trabajo de un personaje intelectualmente activo, en aquellas callejuelas dotadas de sabiduría que marcaban la escuela mallorquina de aprendizajes marinos, sus ciencias y teorías.
Gabriel de Vallseca se adaptaba a los ritmos de la actividad en el SXV, donde el margen del beneficio de la actividad era bajo y el tiempo necesario para confeccionar una carta de uso náutico (no decorada) era de una semana, 24 en seis meses, por lo tanto su concurrido taller a ese ritmo, pudo elaborar unas 2000 cartas a lo largo de su período de actividad.
Obraban como centros artesanos de producción seriada, precedentes medievales de obras impresas que se dedicaban a una finalidad utilitaria. La elaboración de las más lujosas y rentables cartas, que en mayoría corresponden a las que se han conservado, debían ser encargos extraordinarios: mapas de ostentación de majestades. Una composición que tendía a combinar recursos de la plástica y ciencia con resultados visuales que inspiraban lecturas. Las que se pretendían.
En la barriada marinera y comercial de la ciudad, nuestro mercader residía en la parroquia de Santa Cruz, se había convertido al cristianismo. De las cartas que se conservan tres están firmadas por el.
La que hoy nos interesa es de 1439, único mapa portulano hispánico conservado en España.
Representa el Mediterráneo, el mar Negro, el mar de Azov y las costas atlánticas de Europa y del norte de África. Las zonas extremas del mapa no forman parte del área portulana, sino que se incorporan diseños convencionales. Su diseño litoral y la toponimia son las propias de un portulano, pero incorpora las novedades que van surgiendo.
La escala entre el Mediterráneo y el Atlántico se representan homogéneas. Se incorporan adaptaciones toponímicas de Beccari en la Península Ibérica y las de la escuela veneciana en el Adriático.
Elaborada sobre un pergamino tan delicado, que indica que su finalidad era la de un artículo de lujo, no para instrumento de navegantes. Su iluminado con miniatura gótica de pigmentos y oros despliega cierta magia para que nunca, lo alcance el olvido.
Perdura, son muchas las razones, al igual que los mapas de sus contemporáneos los judíos Cresques y el cristiano Guillem Soler que han tenido mucho que cartografiar.
Un mapa de vida propia y con aventuras para transmitir, fue de mano en mano, reabsorbiendo otras historias que le pertenecen y le hacen aún más particular.
Posee en su dorso una nota según la cual lo habría comprado Américo Vespucio en 1480, por ochenta ducados de oro, unos 2000 sueldos barceloneses de la época.
Antes de 1785 era propiedad del Cardenal Despuig y Dameto que lo adquirió en Florencia y depositó en Raixa, donde conservaron sus herederos los condes de Montenegro.
En el invierno de 1836 se produce un episodio que le da “otro tinte” a su historia…la escritora francesa George Sand y el compositor y pianista polaco Fryderyk Chopin, en un instante del destino, le derramaron un pocillo de café. Recuerdos. Pasamos página y mas adelante pese a las protestas de los círculos culturales el conde de Montenegro se desprende de la colección en la cual se encontraba el mapa. En 1910 fue vendida al catalán Pere Bosque y Oliver, quien a su vez la vendió a un instituto de estudios, siendo derivada a la Biblioteca de Cataluña. En 1960 concluye sus andanzas en el Museo Marítimo de Barcelona. También siguen en pié otras dos cartas: una datada en 1447 del área mediterránea, conservada en la Biblioteca Nacional de Francia y la siguiente del año 1449 mediterránea, depositada en el Archivo de Estado de Florencia. Existen otras piezas que se atribuyen a su obra.
De valor incalculable para nuestra cultura.
Bello, perdura singular entre el espacio y el tiempo. Los avatares de su navegable trozo de piel emanan todavía sus sonidos. Los soplidos de vientos, sus corrientes, los rumbos de sus rosas, los trazos de sus creencias, los escondites de sus reinos, todas sus costas, sus mares, sus vidas. Huele a pigmentos, a piel que el túnel del tiempo ha secado. Resplandecen todos sus oros. Permanecen sublimes sus gamas de colores.
Incluso de recuerdo, eternamente, su aroma invernal a café.
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