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Exvotos marineros de Vizcaya: las voces del olvido de nuestro patrimonio marítimo (I)

Exvotos marineros de Vizcaya: las voces del olvido de nuestro patrimonio marítimo (I)
Xabier Armendariz el

“Hallándome en la zona tropical de América, en los días 4 y 5 de Septiembre del año 1864, en la altura de 28º lat. N. y 61º 30′ long. O., fui sorprendido por un terrible huracán del N.NE. y de todos los cuadrantes de la brújula. El día 4, de madrugada, noté que había bajado el termómetro, cosa extraña en aquella región; el viento arreciaba progresivamente, y maniobrábamos aferrando velas. A eso de las cuatro de la tarde, sobre un chubasco fuerte, arribé en popa, como disposición mas acertada para no arriesgar los costados, y con ánimo decidido de huir de vientos y mares en todas direcciones. De pronto reinó unos momentos de calma; oyóse luego un trueno ronco y prolongado, y se dio la voz de alerta: por el EN.E. avanzaba hacia nosotros el vórtice ó focus de la tormenta; el horizonte estaba oscuro y aterrador. Cerca de las cinco empezó a soplar de nuevo el huracán y siguió reinando con furia creciente. Luchábamos con él y preveíamos todos los riesgos de la tempestad desencadenada […] (sic)

 

Este relato aterrador no es parte de ninguna novela de navegación, tan en boga en los últimos años, ni tampoco se trata de la secuencia de guión de una película hollywoodiense. Aunque parezca actual, esta voz no es otra que la del capitán don Pedro de Garay, marino bilbaíno que en septiembre del año 1854 navegaba al mando del bergantín Piedad rumbo a América. El eco de su periplo se hubiera perdido para siempre en el olvido si no hubiese sido porque, tras la tormenta y creyéndose a salvo por la intercesión de la Virgen de Begoña, decidió, junto a toda su tripulación, llevar a la basílica una vela del barco y un pequeño cuadro en el que se muestra el bergantín en medio del temporal y al pie del cual figura esta escueta leyenda:

“Bergantín español Piedad, de la matrícula de Bilbao. Luchando en la tormenta con el palo mayor abatido”

“Suceso ocurrido al capitán D. Pedro de Garay en el Bergantín Español Piedad los días 4 y 5 de Setiembre de 1854 en alta mar en la latitud 27°30′ Norte y Longitud 61°3o’ Oeste, ó sea en la zona que comprende la isla de Cuba y las Bermudas” (sic)

 

Durante los últimos once años, con el apoyo de la Diputación Foral de Vizcaya, he dedicado parte de mi actividad profesional a inventariar exhaustivamente todos aquellos exvotos y ofrendas marineras presentes en iglesias, ermitas, museos e incluso colecciones particulares de Vizcaya. Sospechaba, como otros muchos, que tras estos cuadros que languidecían en las paredes de algunos templos o las maquetas que colgaban majestuosas de las bóvedas, se escondían cientos de historias.

Fruto del desconocimiento y de la acertada desaparición de los exvotos de tierra, es decir, las piezas más o menos escatológicas, como piernas de cera, muletas, etc, los exvotos marineros han sobrevivido casi “milagrosamente” a los avatares del tiempo y las normas de los concilios, tan sólo por razones que nada tienen que ver con la piedad y el ánimo de sus hacedores; esto es, por su belleza y por la idea falsa de tratarse de meros objetos decorativos puestos por los marineros de la zona.

Lo cierto es que los exvotos marineros, en cualquiera de sus tipologías existentes y que desgranaremos en Espejo de Navegantes, atesoran una información valiosísima desde una óptica poliédrica. En primer lugar, como no podía ser menos, desde la antropología y etnografía marítimas, puesto que reflejan los miedos, actitudes y creencias de un mundo tan privativo como la gente del mar. Pero no termina ahí su interés, en tanto se hace patente que fueron fabricados, o mandados hacer por los mismos protagonistas que tripularon aquellos pesqueros, mercantes y buques de guerra, y por todas las capas sociales existentes en el variopinto mundo marítimo. Esto posibilita tener representaciones de barcos, tanto en cuadros como maquetas, en ocasiones, muy humildes e ingenuos, pero en otros casos de una calidad técnica solo comparable a maquetas de arsenal o grandes obras pictóricas. Esta autenticidad de origen nos posibilita extraer una información técnica de primera mano, tanto para historiadores y arquitectos navales, como maquetistas especializados. Así mismo, y como si de una suerte de matrioskas o muñecas rusas se tratara, algunos exvotos han conservado la noticia de su origen y el suceso que los motivó gracias a la labor de algunos celosos responsables de los templos y técnicos de patrimonio de museos que se molestaron en recoger esta información, no quedándose solamente en el aspecto material de la ofrenda. Este es el caso que nos ocupa, la relación que envió a la basílica de Begoña el capitán don Pedro de Garay, ampliando la información sobre el exvoto y que fue, por fortuna, fielmente recogida por el Presbítero Silveiro F. de Echevarría en su obra Historia del Santuario e imagen de Nuestra Señora de Begoña, publicado en Tolosa en 1892.

Sin embargo, y a pesar de la gran cantidad de información científica extraíble de estas obras y su registro documental, se encuentran más que nunca al borde del abismo de la desaparición. El progresivo envejecimiento de los responsables de los templos, (algunos ya de edad muy avanzada), que guardaban la noticia oral o documental del origen del exvoto, hace que esta información cada vez más escasa y su descontextualización progresiva, estén poniendo en grave peligro una fuente documental de nuestra historia marítima de primer orden y lo que es peor, irrecuperable.

 

El fin primordial de este trabajo ha sido en todo momento, primero, inventariar todos los objetos presentes en Vizcaya, continuando mi labor por extensión cultural o vecinal a todo el País Vasco y Cantabria. Una vez asegurada la documentación física de la pieza, en segundo lugar, recopilar toda la información histórica y documental posible, antes de que se pierda, para que otros investigadores hagan uso de ella o continúen profundizando en el trabajo.

 

Al término razonable del inventario de Vizcaya, puesto que aún sigue abierto a la espera de nuevas incorporaciones, del 9 de mayo al 23 de julio de 2016 estará abierta en la Sala Ondare de la Diputación Foral de Bizkaia, la exposición Exvotos de Bizkaia-Creencias del Mar. Una muestra con cerca de 35 piezas significativas de las casi 130 de las que se compone hasta hoy el inventario.

Una exposición llena de navíos de guerra, tripulaciones aguerridas, mujeres victorianas misteriosas, fragatas negreras, exvotos perdidos, conchas gigantescas, y piezas de animales míticos. Pero sobre todo, la memoria que emana de la belleza de este patrimonio injustamente olvidado.

 

Habíamos dejado al capitán Garay en medio de la tormenta, y como todo relato de suspense que se precie, quizás sea hora ya de saber su desenlace:

 “[…] en un momento de angustia, reunida toda la tripulación sobre cubierta, me parece que fue el piloto quien propuso que implorásemos el auxilio de la Santísima Virgen: todos vinimos en ello con afán y la prometimos que si salíamos libres de la borrasca, iríamos a honrarla en su Santuario de Begoña. Era esto entre siete y ocho de la noche y el huracán seguía arreciando: una hora después la furia del viento y del mar era tan grande, que fue preciso aferrar la pequeña vela de gavia y quedarnos a palo seco. A cosa de las diez, un gran golpe de mar entró sobre cubierta; fue un momento angustioso; cortamos algunas jarcias y cabos, cayó el palo mayor con todos sus aparejos, y fue todo ello que ningún marinero, por valiente que fuera, se determinaba a subir a la primera cofa del palo para salvar éste y cortar lo demás de la arboladura. Continuamos navegando a palo seco durante la noche, con todos los marineros de guardia. En la mañana siguiente las furias del viento eran todavía mayores, y enormes montañas de agua se abalanzaban sobre nosotros, amenazando sepultarnos en los abismos. Una de las olas montó la popa del barco, derribó las puertas del toldillo, golpeó al timonel contra la rueda que manejaba, y envolviendo al capitán lo arrastró hacia la proa. Por fortuna, caí a bordo y en el momento en que los marineros acudían en mi auxilio. En vano el piloto, cogiendo una gran vasija de aceite, empezó a derramarlo por el conducto del timón, y concluyó por echar al agua toda la vasija: el mar no se aplacaba en sus embestidas; los elementos bramaban desencadenados, todo conspiraba contra la pobre nave. Así pasamos algunas horas más… y ¡bendita sea la Virgen! todavía nos encontrábamos a flote: la tormenta comenzó a amainar y siguió amainando hasta las tres o cuatro de la tarde, hora en que reinó un viento frescachón favorable del Sur. Con él seguimos navegando hacia Europa, a poca vela del palo que nos restaba, y con las obras muertas destrozadas por el costado de estribor; horas después resolvimos tomar rumbos a los Estados Unidos, y con vientos favorables en diez o doce días logramos ganar el puerto ballenero de New-Bedford.

Reparadas las averías del casco y arboladura, salí para mi destino de Bremen (Alemania); de allí regresé Bilbao; y un domingo subí con la tripulación a Begoña, llevando los marineros una vela del barco, y en el Santuario cumplimos con agradecimiento y devoción lo prometido a la Santísima Virgen, una Misa cantada, con sermón que predicó un religioso para alabar a la Madre de Dios, tan piadosa con los navegantes y con los que la invocan en las tribulaciones.” (sic)

 

Quizás, de entre todas las obras presentes en la exposición Exvotos de Bizkaia -Creencias del mar, el cuadro del bergantín español Piedad no sea el de más perfecta ejecución, ni el que más información técnica ofrezca, pero las palabras de su capitán son absolutamente definitorias del grandísimo error que cometieron en el pasado aquellos que consideraron que los exvotos marineros eran objetos poco interesantes, incluso naïfs, desdeñándolos como fruto de la religiosidad más popular. Para ellos, son las palabras del capitán Pedro de Garay, como colofón a su aventura que bien podría ser las frases finales de cualquier novela marítima de éxito o el relato de cualquier marino actual.

 

“No es posible describir lo que es un ciclón o torbellino en medio del mar, donde todo se vuelve ruido que ensordece, confusión y bramidos horribles. En lances tan apurados solo pueden salvar al navegante la serenidad y pericia marinera, con la protección de Dios y de la Santísima Virgen. Oímos de varios buques que fueron alcanzados por el mismo huracán en los siguientes días, en meridianos más occidentales, experimentando grandes averías y arribando a diferentes puertos de los Estados-Unidos”.

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