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El primer submarino obra de un español

El primer submarino obra de un español
Planos del primer prototipo de submarino
Agustín Ramón Rodríguez González el

Este año se cumple el Primer Centenario del Arma Submarina Española, nacida por Real Decreto de 17 de febrero de 1915, dentro del programa de construcciones propuesto por el almirante Miranda y aprobado por las Cortes.

Tal fecha no puede pasar desapercibida para este espacio dedicado a la Historia Naval y con énfasis en la arqueología submarina, sobre todo si contamos que implicó, poco después, la creación de la primera Escuela de Buceo moderna en nuestro país, asociada obviamente a los nuevos y revolucionarios buques. Por eso dedicaremos varias entradas de este blog a un tema siempre apasionante y en continuo avance y desarrollo, tanto en lo militar, en lo deportivo o en lo referido a la investigación subacuática.

Comenzamos con la poco conocida historia del primer español que ideó, diseñó y probó con todo éxito un submarino, que no es, como normalmente se dice, Narciso Monturiol y Estarriol, sino un personaje muy diferente, aunque su ventaja fue realmente escasa: menos de un año.

El personaje era Cosme García Saéz, nacido en Logroño el 27-IX-1828, hijo de un modesto ebanista. De formación autodidacta, pronto destacó por su habilidad en la mecánica y creatividad, aprendiendo y destacando entre otros oficios en el de impresor y armero. Hacia 1854 se trasladó a Madrid con su familia, buscando horizontes más amplios, ocupando durante algún tiempo el cargo de Regente de la Imprenta Nacional, o colaborando en periódicos de la época.

Cosme García Saéz en una fotografía de la época

 Pero su creatividad se mostró con tres simultáneas patentes de inventos en mayo de 1856, sobre tres máquinas bien distintas: un fusil de retrocarga, una imprenta portátil y una máquina de Correos para fechar cartas y objetos postales. El fusil, pese a las pruebas satisfactorias, terminó siendo rechazado por ser un arma demasiado avanzada para la época, en que aún imperaban las armas de avancarga, y considerarse, de forma un tanto timorata, que sus complejos mecanismos serían demasiado frágiles para los azares y fatigas del combate. Con la imprenta se imprimieron las sucesivas ediciones de una de las primeras gramáticas de griego de la época, debida al catedrático y luego rector de la Universidad Complutense D. Lázaro Bardón. Pero el éxito fue rotundo con la maquina de Correos, pues fue la primera realmente fiable utilizada por el todavía joven servicio, estando en uso durante más de veinte años y proporcionando grandes ingresos al inventor.

 Justamente viajando por toda España para enseñar el uso, mantenimiento y reparación de sus máquinas, Cosme García recaló en Barcelona, concibiendo allí la revolucionaria idea de inventar un buque que navegara por debajo de la superficie del mar. Para ello, y con mejor criterio que muchos inventores posteriores, ideó primero un prototipo pequeño, como base de experimentación, que serviría para madurar mejor el modelo definitivo. El pequeño buque era metálico, de tres metros de largo, 1’5 de manga y 1’6 de puntal, y aún se movía por la acción de remos, probándose en el puerto de Barcelona en 1858, tras su construcción por “La Maquinista Terrestre y Marítima”, pionera en España de las construcciones metálicas. Por supuesto que el modelo no consiguió hazañas portentosas, pero era un obligado primer paso indispensable.

Planos del primer prototipo de submarino

 Hombre de concepciones rápidas, Cosme García encargó a la misma empresa poco después el segundo y más maduro modelo, que tras realizar sus pruebs preliminares en las mismas aguas, fue conducido a Alicante, donde realizaría las oficiales, empezando la nueva serie de ensayos en el verano de 1859 y solicitándose la patente el 9 de julio de ese mismo año.

 El nuevo submarino era considerablemente mayor ( 6 x 1’75 x 2’3 ), también enteramente metálico, y ya con las formas exteriores muy parecidas a las de un sumergible convencional, en lo que acertó el inventor, pues hasta mucho después los submarinos navegaban normalmente en superficie y las formas ahusadas o de corte circular, muy apropiadas para al inmersión, eran completamente inadecuadas para superficie. El buque ya era impulsado a hélice, y gran avance: contaba con timones de buceo a proa, un detalle fundamental en un submarino y que faltó en proyectos posteriores y mucho más sofisticados.

Planos del primer prototipo de submarino

Concebido en principio para el rescate de restos sumergidos, el buque tenía múltiples aberturas acristaladas para observar el fondo, así como otras para los brazos metálicos necesarios para la recogida de restos. Su mayor limitación fue que se utilizaba la fuerza humana para mover la hélice, pues en aquella época sólo existía la proporcionada por las máquinas de vapor, completamente inadecuadas para un submarino. También, para su uso bélico, se ideó un cañón de retrocarga y se sugirieron otras armas.

 El 4 de agosto de 1860 se celebró finalmente la prueba oficial, sumergiéndose el inventor con uno de sus hijos en aguas del puerto y permaneciendo bajo el agua durante tres cuartos de hora, con plena facilidad de movimientos o parado entre dos aguas, atestiguando oficialmente el hecho el Gobernador Civil de la Provincia, el Comandante de Marina del Puerto y numerosos testigos, que avalaron oficialmente con sus firmas lo conseguido. De su primacía no cabe duda, pues el Ictíneo I de se probó en el mismo lugar, pero el 7 de mayo de 1861, y cabe señalar que este primer modelo de Monturiol era de casco de madera, poco mayor en dimensiones, y que la fuerza empleada era igualmente humana.

 Animado por el éxito, Cosme García solicitó una entrevista con los reyes, entonces Isabel II y Francisco de Asís, esperando el apoyo oficial, que no obtuvo, con la excusa de los recientes y grandes gastos de la Guerra de África. El inventor, que había invertido todos sus beneficios con la máquina de Correos en sus dos sucesivos prototipos, recurrió a patentarlo en la vecina Francia, el 25 de abril de 1861, pero la Marina de Napoleón III tenía su propio proyecto de submarino (que resultó un completo fracaso) y rechazó el del español.

 Buscando un éxito que se le regateaba, Cosme García volvió al diseño de armas, con una nueva patente de fusil de retrocarga, que consistía en la reconversión de los viejos de avancarga. El modelo triunfó totalmente en las pruebas y se encargaron una serie de 500 ejemplares a la fábrica de armas de Oviedo. Es de señalar que los cerrojos de su invención no podían fabricarse en España, por su elevada técnica, por lo que hubo que encargarlos a la industria belga, entonces puntera, como había sido también el caso de las máquinas de Correos. Todo parecía ir de la mejor manera posible, pero el Ejército decidió cambiar sus especificaciones y las armas recién fabricadas no tuvieron continuación.

El último modelo de fusil de rertocarga, fabricado en serie

 Un arruinado y decepcionado Cosme García pasó sus últimos años en la miseria, ayudado solamente por algunos buenos amigos y falleciendo el 23 de junio de 1874 en Madrid. Poco antes de su muerte, habiéndosele reclamado los derechos de anclaje de su submarino, que había permanecido en Alicante, ordenó a uno de sus hijos que lo adentrara en el mar y lo hundiera.

 La Armada Española, en reconocimiento a su mérito, ha dado su nombre sucesivamente a tres submarinos: el “A-2”, comprado a Italia en 1917, el “S-34”, cedido por los Estados Unidos en 1972, y más recientemente al “S-83”, en construcción, y significativa y dolorosamente, el primer submarino que lleva su nombre que es de construcción española.

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Agustín Ramón Rodríguez González el

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