Lord God of test-tube and blueprint. Who jointed molecules of dust and shook them till, their name was Adam, who taught worms and stars how they could live together, appear now among the parliaments of conquerors and give instruction to their schemes. Measure out new liberties so none shall suffer for his father’s color or the credo of his choice: Post proofs that brotherhood is not so wild a dream as those who profit by postponing it pretend: Sit at the treaty table and convoy the hopes of the little peoples through expected straits, and press into the final seal a sign that peace will come for longer than posterities can see ahead, that man unto his fellow man shall be a friend forever.
Nota de triunfo, discurso de Norman Corwin que pudo escucharse de costa a costa de Estados Unidos el día de la Victoria en Europa, el 8 de Mayo de 1945.
A finales de Diciembre de 1941, los primeros cinco submarinos se dirigieron al Atlántico con las tripulaciones llenas de ansias de combate, mientras que la jefatura de submarinos les acompañaba con el pensamiento más lleno de esperanza que en ninguna otra ocasión. Me esforcé en recibir más submarinos para las operaciones de América. Y sucedió con pleno éxito.
Los submarinos se encontraron en las costas americanas con condiciones casi de tiempos de paz. La costa no estaba oscurecida, las ciudades brillaban con todas sus luces. Los faros de navegación, las torres de luces y las boyas ardían, auqnue al parecer, con fuerza disminuida. La navegación seguía las rutas de los tiempos de paz con luces encendidas. Aunque habían transcurrido cinco semanas desde la declaración de guerra, parecía haberse adoptado muy pocas medidas contra los ataques submarinos.
Karl Dönitz. La batalla del atlántico. Diez años y veinte días.
Es una lástima que por la noche, cuando estoy delante de Nueva York, no me acompañen 2 grandes submarinos minadores para sembrar de minas toda esta zona, y que, hoy precisamente, no estuviesen aquí, en lugar de yo solo, 10 o 20 submarinos. He calculado que han pasado no menos de veinte mercantes con las luces apagadas, entre ellos, un par de carboneros. Todos iban pegados a la costa.
Reinhard Hardegen. Capitán de corbeta y comandante deL U-123, con el cual hundió un total de 22 barcos.
“La única cosa que durante toda la guerra total llegó a inspirarme verdadero temor fue el peligro submarino”.
Wiston Churchill.
La segunda guerra mundial llegaba a las costas americanas
Un poco después de las dos de la mañana el lunes 19 de enero de 1942, un estruendo enorme despertó al joven Gibb de su cama. Aquello era algo excepcional. Los muebles se movieron estrepitosamente, los cristales, las lámparas temblaron y los libros de los estantes cayeron al suelo junto en el momento en el que un rugido atronador explosionaba en el tranquilo pueblo costero de Avon, en la barra de Outer Banks, la costa Este norteamericana. Sorprendido y preocupado, el padre de Gibb se precipitó a las ventanas y miró hacia el océano. “¡Hay un incendio enorme delante de nosotros!”. Claramente visible en el horizonte, una gran bola de fuego naranja había entrado en erupción. Una columna de humo negro se elevaba, entremezcladas con las llamaradas anaranjadas, borrando las estrellas y oscureciendo aún más el cielo nocturno. No se trataba de un cráter. Era simplemente un enorme barco en llamas.
A sólo siete millas de distancia, un submarino alemán había torpedeado al carguero, “Ciudad de Atlanta”. Una poderosa nave que se hundía irremediablemente frente al cabo de Hatteras. De los 47 tripulantes sólo se salvarían tres. A menos de seis semanas después del bombardeo japonés de Pearl Harbor, las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial habían llegado a la costa este de Estados Unidos y a las playas de Carolina del Norte. Esta no era la primera vez que los submarinos alemanes habían llegado a aguas de Estados Unidos. Durante la Primera Guerra Mundial, tres submarinos hundieron a una serie de barcos norteamericanos, en lo que pretendía considerarse como una demostración del poder naval alemán. Pero en 1942, los submarinos habían vuelto, más rápidos, más eficaces y más mortales. Su presencia en aguas americanas no estaba destinado a “mostrar, ni a causar temor” sino para ayudar a ganar la Segunda Guerra Mundial a toda costa.
Así fue como la guerra trastocó el horizonte tranquilo de Avon, un pequeño pueblo costero que hace de avanzadilla en el azul que rodea al cabo Hatteras. Al fin y al cabo una zona oriental y estratégica de los Estados Unidos, punto clave para la navegación y lo más importante a efectos arqueológicos; «el cementerio del Atlántico» debido a la gran cantidad de barcos de todas las épocas que naufragan en sus márgenes. Uno de los más célebres, el “Monitor”de su famosa guerra de secesión, entre otros. En la segunda guerra Mundial, foco de incursiones y hundimientos de las naves de escolta americanas contra los submarinos alemanes. Aquella porción de tierra tranquila. Con casas de madera pintadas de blanco y acariciadas por la arena del océano. De iglesia y bandera en la plaza, la segunda guerra mundial había llegado a sus costas.
“Ese verano tuvimos que dejar de bañarnos, la playa y el mar era toda una balsa de aceite y fúel”. La señora Ormond Fuller nos recordaba el escenario existente en aquel pintoresco pueblo costero, completamente anegado por el petróleo derramado por los petroleros torpedeados. El joven Gibb Gray, además de aquel sobresalto nocturno, recordaba años más tarde el enorme engorro del crudo pegado a la piel: “Teníamos que fregarnos los pies y las piernas con trapos empapados en queroseno. Era muy difícil quitarse aquellas manchas de petróleo”. Se estima que 150 millones de galones de petróleo se derramaron en el mar y en las playas a lo largo de los Outer Banks y el cabo Hatteras durante 1942. Hoy traemos a espejo de navegantes una historia, olvidada de un lado, con trazos de arqueología y debate, pues se trata de naves pertenecientes a marinas de guerra, todo ello aderezado por la puesta en valor a nivel mundial, acertadamente por parte de la NOOA, en su línea de transparencia y objetividad divulgativa, del proyecto baseline sobre u-boats. Los hundimientos, más allá de las fronteras, banderas y cirscunscripciones tienen siempre una historia que contar.
“Estábamos muertos de miedo. Mirábamos a través de nuestras ventanas y puertas por la noche por primera vez en la historia“. Todo el mundo era sospechoso de ser espía extranjero y de trabajar para el enemigo en medio de aquella paranoia. Muchas personas que vivían a lo largo de la costa norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial recuerda haber tenido que apagar sus luces de la casa durante y tener que poner la cinta negra sobre sus faros de los coches, todo para que las luces en tierra no ayudaran a los alemanes a encontrar su camino en la oscuridad. A pesar de ello, el gobierno no ordenó un apagón general hasta agosto de 1942. De hecho los comandantes de los submarinos alemanes se quedaban incrédulos cuando, al llegar a aquellas costas tan lejas de su tierra, veían a través de sus periscopios aquellas escenas de las ciudades iluminadas en la costa americana.
El “golpe de efecto” submarino
En Enero de 1942, después de la llegada de los submarinos alemanes a Norteamérica, fueron hundidos por estos submarinos , según datos ingleses, 62 barcos, con 327.357 toneladas que se fueron en definitiva a pique. Buena parte de ellos en la zona del Cabo de Hatteras. De hecho, el capitán de corbeta que rozó la costa de Nueva York con sus yemas, a la sazón el tal Hardegen, sería llamado a la cancillería de Berlín para cenar con el propio Adolf Hitler por su cacería en aguas del atlántico sobre esas fechas. Tanto a él, como su compañero Erich Topp le otorgaban las hojas de roble en sus galones por el número de hundimientos. Durante la cena, Hardegen la lió. Es lo que tenían los comandantes de submarinos. Quizás fuese porque el 75% de las tripulaciones de submarinos fallecieran. Quizás fuese porque aquella podía ser la última misión y morirían bajo el mar, en cualquier lugar de la nada. Der Fuhrer terminó rojo de ira a la hora de llegar al postre. Con todo el respeto del mundo, el joven oficial criticó fuertemente la falta de prioridad que se daba a la guerra submarina por aquel que tenía delante suya en la mesa. Alfred Jodl, al terminar repentinamente la cena le afeó el gesto. A día de hoy Hardegen vive en Bremen y digo vive, porque a 2016, tiene que ser de los pocos oficiales de submarinos, por cuestión de edad, que sigue vivo.
El 14 de abril de 1942, el primer submarino alemán fue hundido por la marina estadounidense, a dieciséis millas al sureste de Nags Head. Había terminado el anhelado “golpe de efecto” que reclama Dönitz. Ahora tocaba responder en el tablero de juego y de guerra a los Estados Unidos. Por ese mes de julio, el comandante de los submarinos alemanes se desanimaba. Sus submarinos comenzaban a hundirse en el teatro norteamericano tras la euforia de llegar a aquel teatro de operaciones. Los ingleses habían empezado, y esta es una de las claves, muy desconocida de la segunda guerra mundial, a detectar submarinos mediante el procedimiento de localización con ondas cortas electrónicas, llamada “radar” en sus orígenes, que se denominaba ASDIC, (Anti-Submarine Detection Commite) lo que en un futuro y en la actualidad conocemos como “sónar”, que fue aplicado de manera estándar en 1948 por exigencias de la OTAN.
Su historia, la del descubrimiento de estos apartos que permitían localizar a los submarinos, es apasionante. El cómo lo consiguieron inventar a marchas forzadas, ya que aquellos submarinos alemanes estaban disponiendo en jaque al comercio y la logística, en definitiva a la economía aliada entre Sicilia y las aguas del Hudson, Múrsmank y Dover. Y lo consiguieron . La obra de Stud Terkel, la “guerra buena” y especialmente “la guerra que había que ganar”de Allan Millett, recientes y rigurosas nos dejan bien claro los entresijos, los Alan Turings, las estrategias y los documentos desclasificados que actualizan sobre dicho episodio histórico. Por qué ganaron los aliados de Richar Overy (Fábula busquets editores), una de las mejores obras de análisis del conflicto en donde el autor establece, como dejó bien claro Churchill en su momento, una de las claves para entender la victoria aliada en la segunda Guerra Mundial, que es la de solucionar el problema de la guerra submarina de forma eficaz. Tampoco podemos olvidar, ya que en las aguas españolas hay más de una treintena de u-boats hundidos, la reciente obra del periodista español Santiago Mata, u-boote, “el arma submarina alemana durante la segunda guerra mundial”. Investigador de la cuestión y sobre todo buen conocedor de los entresijos y las cuestiones del patrimonio sumergido. España y su encrucijada geográfica, como el cabo de Hatteras, supone también un cementerio de submarinos que merece especial atención, ojalá también de estudio. Aguas, las hispanas ,en donde tenemos decenios de años de trabajo y de investigación, debido a su rico patrimonio arqueológico submarino por descubrir. No podemos olvidar que Dönitz denominaba, por su peligrosidad y contienda, a las aguas del Mar de Alborán y del estrecho de gibraltar, como “la zona asesina”. Es indudable el interés que ostenta dicha cuestión, objeto de otro post de espejo de navegantes, incluyendo los testimonios de los investigadores en el archivo principal de u-boats en Wilhemshaven y algunos de los eruditos sobre el tema que existen en Europa e incluso en nuestro país, pero deberá ser en otra ocasión, volvamos al cabo Hatteras y a sus restos arqueológicos…
Hatteras; Un cementerio de u-boats
Pero volvamos a la costa Norte de Estados Unidos. Con el paso de los años, la mayor parte de la evidencia física de la Segunda Guerra Mundial y los encuentros con los submarinos en la costa de Carolina del Norte parece que se ha desvanecido. Es lo que tiene una guerra submarina, que no se ve porque sus hallazgos se encuentran bajo el mar. Sin embargo, bajo aquella superficie nos encontramos al menos con los restos de al menos 60 barcos y un sin número de torpedos, cargas de profundidad sin explotar y minas de contacto. Incluso hoy en día, los pequeños parches de arena ennegrecidas por el petróleo de las naves hundidas, actúan como recordatorios de los derrames de crudo masivos en aquel fatídico 1942. En la isla de Ocracoke y en el cabo Hatteras, sus escondidos cementerios contienen las tumbas marineros, cruces que también nos hablan del sacrificio de canadienses, alemanes, británicos y americanos especialmente. Muchas personas que viven actualmente en aquella paradísiaca zona no tienen ni la más remota idea de que la segunda guerra mundial llegó tan cerca, tal y como atestiguan los convecinos de aquellos lares cuando se les cuestiona sobre aquel oscuro pasado. Para que no se olvide, la arqueología de un lado y Kevin P. Duffus. Escritor y documentalista especializado en la historia marítima, pública para que aquello no se lo lleven las olas de la melancolía y el olvido, tan propio de la mar. Sin lugar a dudas es uno de los principales éxitos que generan este tipo de campañas de investigación subacuáticas, el conocimiento de la historia de su tierra.
Y así, nos encontramos que seis u-boats descansan en el fondo del mar cerca de Cabo Hatteras. Sus rumores, sus historias si son posibles escuchar en los puertos y en las tabernas del lugar, aún a día de hoy. Aquellas tripulaciones se hundían enteras con sus letales armas submarinas y cada una de aquellas naves tenía su peculiar y singular historia. Incluso hubo supervivientes. Sus restos, oxidados por el paso del tiempo y la corrosión marina, ahora fotografiados por la visita de los buzos experimentados, se encuentran allí. ¿Para siempre?.
El U-352. Los primeros prisioneros que pisan suelo americano
Rathke optó por hacerse el “muerto”, dado los graves daños que tenía el submarino en un intento de ocultarse del “Ícaro”, el guardacostas que cual sabueso se puso en la zona a olfatear a su presa submarina. Entre el rastreo y las andanadas anti-submarinas, se vió obligado a subir a superficie porque sus daños eran críticos. Al llegar a superficie el submarino se desmoronó irremediablemente. Allí acabo su aventura. Yace a día de hoy al sur de Morehead City, a 35 metros de profundidad y de nuevo, escorado. Un periplo, que le llevó de Saint Nazaire, una de las principales bases de submarinas alemanas en Europa, a Morehead, el lugar de su tumba definitiva. Como precisamente publicaba ayer Jesús Calero, este submarino, como el HMS Tarpon, localizado recientemente en aguas de Dinamarca, como tantos otros en buena parte de los mares del mundo, son un mosaico de tumbas, de sarcófagos de marinos de guerra que murieron en acto de servicio. Cuestión muy a tener en cuenta en este tipo de hundimientos. En el U-352 se perdieron unos 15 marinos, el resto de supervivientes se convirtieron en los primeros prisioneros de guerra alemanes en suelo estadounidense, un dato histórico. Fueron llevados a Charleston Carolina del Sur, donde fueron encarcelados. Aquellos uniformes alemanes eran los primeros que se veían por aquellas tierras. los primeros prisioneros “boches”. Para aquellos marinos empezaba un largo cautiverio, pero ante todo, Su salvación. El submarino fue descubierto en abril de 1975. La fotografía que adjuntamos más abajo es impresionante. El pecio finalmente ha sido incluido como yacimiento arqueológico, protegido e inventariado en el llamado “registro nacional de lugares históricos” de la administración pública norteamericana muy recientemente, en 2015. En la actualidad es muy conocido y visitado por los buceadores técnicos.
El U boat 701
A pesar de que la alerta de “aire” sonaba una y otra vez, el U-701 estaba atrapado en la superficie marina y siendo bombardeado desde el aire por un douglas. El asalto aéreo resultó fatal, desgarrando el casco por la presión tras un bombazo certero. Diecisiete hombres incluyendo su oficial al mando, un tal Horst Degen, sobrevivieron al hundimiento, pero sólo fueron siete los vivos dos días más tarde, cuando fueron vistos por un dirigible y rescatados de la mar. Los restos del U-701 se encuentran cerca de Avon, nuestro pueblecito encantador y testigo imprevisto de toda la escandalera de la estrategia de la jefatura de submarinos alemana. El pecio se encuentra de nuevo a poca profundidad, pero en esta ocasión en una zona de diíficiles corrientes que impiden su acceso.
El proyecto Baseline. La puesta en valor arqueológica del u-boat.
“Esto no es sólo el descubrimiento de un único naufragio. Hemos descubierto un campo de batalla importante que es parte de la batalla del Atlántico. Estos dos pecios descansan sólo unos cientos de yardas de distancia el uno del otro y juntos ayudan a interpretar y compartir sus historias olvidadas”, declamó Joe Hoyt, jefe científico de la Oficina de Santuarios Marinos, que en expedición con la NOAA, encuentra los pecios y se torna como uno de los responsables de la campaña de investigación.
Los dos pecios a los que se refería y que yacían juntos, pertenecían a una misma historia y es cuando poco curioso. Víctima y verdugo, en este caso, a tenor de la documentación histórica, donde paradójicamente el lobo pereció a manos del cordero. La nave mercante “Bluefields” no sufrió ninguna baja durante el hundimiento, pero todos, los 45 tripulantes del submarino se perdieron para siempre…
Al mando del U-576 ese día de julio estaba un Kapitänleutnant, llamado Hans-Dieter Heinicke. Heinicke había comunicado por radio a los comandantes en la lejana Francia ocupada el 13 de julio, que el submarino estaba dañado y que regresaba a Alemania después de una patrulla de un mes de duración sin éxito. Por aquel entonces y en su misma estela, el convoy KS-520, con 19 buques mercantes y cinco acompañantes se antojaba como la presa perfecta para salvar aquella campaña americana. No salieron los planes como se esperaba.
“A pesar de la nave dañada, Heinicke decidió atacar a toda costa, sin embargo, a las 4:00 pm, justo antes de que pudiera disparar sus torpedos, uno de los barcos de la Guardia Costera recogió un contacto de sonar, la temible arma que los detectaba. La tripulación del guardacostas dejó caer sus cargas de profundidad irremediablemente sobre la zona”. Ensarzado en pleno ataque, el U-576 hundió al carguero con bandera de Nicaragua llamado “Bluefields” y dañaba seriamente otras dos naves. En respuesta, los aviones de la marina, que proporcionaban cobertura aérea del convoy, bombardeó al u-boat alemán, mientras que el buque mercante Unicoi lo atacó con su cañón de cubierta. El submarino alemán se hundió en cuestión de minutos. Murió toda su tripulación. Como anécdota, el comandante Heinicke falleció en su submarino. Tal y como ocurriría como su padre en 1916, muerto y hundido junto a su nave. Los restos del submarino quedarían en el silencio de los océanos, hasta que los buques de investigación de la NOAA, el Explorador Okeanos y SRVX , lo localizaron.
La expedición científica “la batalla del Atlántico” que supone el proyecto Baseline, ha sido un éxito. Su localización, grabación y diagnóstico arqueológico tiene un peso importante a la hora de narrar lo que aconteció en aquel episodio histórico que fue la segudna guerra mundial en las costas americanas. También para protegerlos de cara al futuro y no dejarlos al olvido, sin conocer su paradero ni existencia. Como le ocurría a muchos galeones hispanos que surcaron esas aguas desde hace siglos, por desgracia la campaña de inmersiones, se tuvo que detener temporalmente debido a las condiciones del mar, agitadas e impulsadas por las tormentas tropicales que asolaron la costa de Carolina del Norte en el transcurso de las mismas,. aún así los datos han sido satisfactorios. Tuvieron que pasar diez inmersiones del mini submarino para llegar a datos concluyentes. Su registro e inclusión en el catálogo de yacimientos arqueológicos de la administración pública de Estados Unidos supone uno de los logros del proyecto. Entre otras cuestiones, con esto se consigue dejar bien claro que aquellos u-boats son patrimonio histórico a salvaguardar y evitar que aquellas naves de guerra, pudieran ser expoliadas. El mensaje de la administración norteamericana en las aguas nacionales de sus parques es muy clara, (no podemos olvidar el caso del Juno y la Galga, fragatas españolas hundidas en esas mismas aguas y en donde la fiscalia norteamericana impedió a los grupos de cazatesoros dañar a las naves históricas), hay que respetar los yacimientos arqueológicos submarinos. Si no sabemos donde están, no podremos protegerlos.
Periodistas que narran la historia desde los barcos y los sumergibles
Mike Ruane, escritor del personal para el Washington Post, se unió a la expedición y se lanzó a bordo de un sumergible tripulado. Se ha tratado de otro de los aspectos novedosos de la campaña. Su ojo de cronista y su pluma de narrador tuvo inspiración suficiente como para legarnos una buena crónica que serviría a los americanos y a todos los demás a conocer mejor su historia. Comoocurre con generaciones posteriores que viven en escenarios bélicos costeros, muchos de los jóvenes desconocen, que hasta aquellas latitudes llegaron los tambores de guerra y los caídos en combate en la segunda guerra Mundial: “Hay tantas piezas de esta historia: La expedición, la historia de los barcos y la tripulación, y el aspecto de poder ver el objeto, el pecio en directo ,de otro tiempo y época. La parte inferior es lisa, no hay nada allí y entonces de la penumbra, aparece esa gran forma oblonga negra que es el casco, emergiendo lentamente de las profundidades turbias”. Conocedores de la importancia de sensibilizar acerca de la protección de los yacimientos arqueológicos submarinos y del esfuerzo de cooperación entre las administraciones públicas y los centros de investigación, los responsables del proyecto han podido dar a aconocer al mundo su actuación en Carolina del Norte. El periodismo sensible hacia la historia y la protección del legado histórico también a tenido su lugar.
“Lo único que me asustó de verdad durante la guerra, es el peligro de los submarinos”
Incluso Hitler, cuya comprensión de los asuntos navales era rudimentaria, opinaba en Abril de 1942 que la victoria ;”depende de de la destrucción del máximo tonelaje aliado”. En Junio ya estaba completamente convencido: el submarino acabará decidiendo el resultado de la guerra. La estrategia, sencilla. Destruir, destruir y destruir toneladas de metal de los barcos. Lo único que me asustó de verdad durante la guerra, escribiría Churchill, fue el peligro de los submarinos. Posiblemente la guerra, dió un giro de 180 grados gracias a la carrera de la ciencia. En 1941 la marina británica patrocinaría la búsqueda de longitudes de ondas. El descubrimiento se hizo en tiempo record en la universidad de Birmingham. A finales de 1942, la batalla del Atlántico había alcanzado un equilibrio delicado. Los barcos aliados seguían siendo vulnerables, la moral de los marineros estaba por los suelos y las bajas eran elevadas. También iba en aumento las pérdidas entre los submarinos alemanes, y sus tripulantes se encontraban ante la dura realidad de que ahora no sobrevirían a tres misiones como máximo. La llegada del radar fue vital. Después de años de doloroso desgaste, la amenaza de los submarinos alemanes se liquidó en seis meses. Las intercepciones radiofónicas pronto indicaron que los submarinos se habían ido…. Un extraño silencio cayó sobre el campo de batalla”…
Churchill comentaría más adelante, que en la clase de guerra submarina y naval, no había ni pizca del sabor del pasado, “de grandes batallas y deslumbrantes hazañas”. En su lugar, el resultado consistía en estadísticas, diagramas y curvas que la nación desconocía y el público encontraba incomprensibles. A día de hoy tan solo queda los estudios históricos que nos hablan, que la batalla submarina casi inclina la balanza de la guerra en su objetivo de “guerra económica total” por parte de alemania. También ahora, para no olvidar los restos arqueológicos en forma de la silueta negra de los inconfundibles u-boats que yacen, gracias a proyectos como el Baseline, en coordenadas geográficas. Coordenadas que sirven especialmente para su protección, para evitar su expolio y su olvido. Coordenadas para investigar y no dejar a merced del mar, de su erosión y de su olvido, importantes fragmentos de la historia que con su redescubrimiento nos sirven desde la historia marítima y sus profesionales contar el legado que nos deja. Una historia que hoy hemos acercado en una porción de tierra y de mar, gracias a la actualidad del proyecto que la administración pública Norteamericana, una NOOA tan activa en todas sus facetas, nos lega. Una historia que a día de hoy sirve para ilustrar las páginas de los principales diarios del mundo, de sus revistas científicas e incluso de documentales para poner a la historia a la vanguardia del presente.
La vida y la muerte en el mar eran especialmente duras. “En los submarinos no hay margen para el error”, dijo en cierta ocasión Sir Max Kennedy Horton a los tripulantes británicos destinados en Malta. “O estás vivo o estás muerto”.
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