En este prólogo flojo y manso de San Isidro, hay que ensalzar la suerte suprema de algunos toreros. Con la razón en nebulosa para apartar los miedos, se han tirado al morrillo con el corazón. A matar o a morir. Literalmente.
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Javier Cortés fue ayer el último en sufrir una horrible voltereta con el sexto cartucho. Se le escapaba sin triunfo su digna confirmación de alternativa en Las Ventas, plaza en la que de novillero soñó e hizo real la Puerta Grande, y se volcó en la hora final. Recordamos entonces su sentencia a ABC: “Asumo con gusto jugarme la vida en Madrid”. ¿De qué mineral están hechos los toreros? Antes, su padrino, Uceda Leal, había dictado los cánones de cómo se ejecuta la suerte. Cosa rara, el agente 007 de los ruedos no cazó al primer disparo al cuarto… Noticia es.
A sangre y fuego fue la estocada de Iván Fandiño en la segunda de feria. Imponían los astifinos pitones del toro de Pereda, pero no le importó. Tampoco a su compañero de terna, Morenito de Aranda, quien hundió hasta los gavilanes un fulminante espadazo. ¿Dónde han quedado aquellos tiempos en los que una estocada de ley valía una oreja? El único que ha cosechado este premio, de momento, se llama Curro Díaz…