Llanto por el torero muerto, lágrimas por Adrián Gómez, un torero de plata, un torero. Adrián ha sabido impregnar de torería, de hombría de bien, los más de dos años que ha pasado atado a una silla de ruedas, tetrapléjico a consecuencia de una terrible cogida sufrida en una plaza modesta, actuando a las órdenes de un modesto novillero. La gloria del toreo no estaba reservada para él. Sobrecoge recordar la plaza madrileña de Vista Alegre llena hasta la bandera el pasado 1 de marzo en el sincero homenaje que recibió de la afición. Sobrecoge recordar aquella estruendosa ovación que el público le tributó cuando atravesaba el ruedo en compañía de un puñado de figuras del toreo, que le reconocieron como uno de los suyos. Adrián se ha ido sin rencor hacia el astado que le segó la vida. Un ejemplo, un torero.
Toros