Rosario Pérez el 13 ene, 2014 Son las N de la mañana. En punto. Así lo marcan todas las agujas de una céntrica relojería de Madrid. Somos testigos de una historia que nos atrapa. Tras el rostro de una mujer se adivina la leyenda de Juan Belmonte. Como paisaje de fondo, el Pasmo, el torero que quiso gobernar en su propio tiempo. Aquella mujer pide un reloj, que podría ser cualquiera. El tesoro no se esconde en el oro externo, sino en las entrañas de la esfera. “Quiero uno como el de Belmonte”. Y muestra una fotito con tan añeja joya, desconocida para la mayoría. Aquel tictac trompeteaba en el alma del trianero, el “coronel” que sí tuvo quien le escribiera, el hombre que fue amo en los ruedos y quiso ser dueño de su destino. Ese tictac de toreo revolucionario se paralizó en la anochecida, en la llamada “hora de Belmonte”, cuando el genio apretó el gatillo. El tictac no sonaba ya en su finca “Gómez Cardeña”, bombeaba dentro de un cofre en el mismo Sevilla. Ni la propietaria sabía cuál era el mágico sonido que habitaba tras la cajita. Juan Belmonte había regalado la reliquia a su última confidente, un romance furtivo de secretos y primitiva confianza, como Andrés Amorós relataba en un precioso reportaje abecedario. Las conquistas ya estaban retratadas y la revolución ya había acabado. No había más misiles que los que explosionaban en esa guerra que se disputa más allá del campo de batalla. Cuando destapó el cofre, resplandeció el reloj, el mismo que vieron ojos como los de Morante en una exposición. Al fondo, tras el cristal, una esfera sin números. Cada cifra había sido sustituida por las iniciales de J (1)- U (2) – A (3) – N (4) – B (5) – E (6) – L (7) – M (8) – O (9) – N (10) – T (11) – E (12). Una docena con esencia. Doce letras que contados nombres y apellidos poseen. El nombre de la mujer que a las N de la mañana (las diez, por la hora belmontina) quería inmortalizarlo también las reunía. Quién sabe si aquellas iniciales eran las de tu bautizo… Nota: el relojero admiró la joya y le dijo a la mujer que su maquinaria no podía poner letras en la esfera. La recomendaron una relojería de Sevilla. Allí decidió entonces inscribir la leyenda de otro nombre con larga vida y revolución para contarlas. Ella parecía la hija del Alba. Otros temas Comentarios Rosario Pérez el 13 ene, 2014