Carmen de Carlos el 23 sep, 2018 Hace unos días el juez, Claudio Bonadío, procesó y ordeno la prisión preventiva para la ex presidenta y actual senadora Cristina Fernández, como presunta cabecilla de una organización ilícita destinada al cobro de sobornos a empresarios, a cambio de adjudicaciones de obras públicas. El Senado, por medio de Miguel Angel Pichetto, advirtió que sólo le suprimirá los fueros cuando haya sentencia firme. La Cámara Alta estira el chicle de la impunidad en un caso de corrupción sin precedente que despierta la ira de una población que sufre la crisis económica pero empieza a no tolerar la moral. El peronismo tendrá que pagar –y quizá sea en las urnas- el precio del paraguas de complicidad con el que cubre a la mujer que concentró más poder de la historia y que demostró no tener escrúpulos ni límite en su voracidad por hacerse con el dinero de las arcas públicas. El auto de procesamiento de Claudio Bonadío también destaca la colaboración voluntaria de los CEO de compañías emblemáticas y les reprocha su decisión de formar, por decisión propia, parte del mecanismo de corrupción de mayor dimensión conocido en la historia de Argentina. El juez tiene razón al no considerar víctimas a todos los ejecutivos. Hecha la salvedad, en Argentina, nacionales y extranjeros, no desconocían que había que pagar “peaje”, “cometa”, “coima” o como quiera llamarse a los diferentes sinónimos de soborno. No había otra opción si querías seguir colocando un ladrillo por allí, ampliar la empresa de seguridad por allá, echar unos cables de telefonía por acullá o poner la caña (la red) para que entrase el langostino o picase el calamar austral. El magistrado menciona las campañas políticas (donde terminaban parte de los sobornos) y eso, en Argentina, es hablar de poner “plata” cada dos años (legislativas y presidenciales). Las empresas nacionales y multinacionales (y España fue durante años primer inversor) pusieron lo que había que poner (dinero) en las elecciones, incluídas las del matrimonio kirchner. El problema de esta pareja , en lenguaje local, es que “no tenían códigos”, recuerda un ejecutivo histórico. El entusiasmo por pasar la gorra fue incesante y la “palabra dada”, de no molestar al “donante”, rara vez se cumplía. “O pagabas o no te dejaban trabajar. Estabas hundido”, estos comenatrios resultaron comunes en buena parte de los inversionistas españoles. En ese contexto, en los doce largos años de Kirchnerismo sin límite, destacó un hombre hoy caído en desgracia. Juan José Aranguren, ex CEO de Royal Dutch Shell en Argentina y primer ministro de Mauricio Macri de Energía. Aranguren jamás se doblegó a las presiones del kirchnerismo ni a sus intentos de asalto a la compañía que, de acuerdo a su testimonio, Kirchner se planteó comprar, “con la ayuda de la petrolera venezolana PDVSA” y “ante la imposibilidad de lograrlo”, el ex presidente “hizo un boicot ”. Aranguren fue víctima del acoso del poder K hasta el último día pero aguantó firme. Ni el “enfermo del dinero”, como definió recientemente a Néstor Kirchner, ni su viuda lograron que formara parte del engranaje de corrupción siglo XXI que marcó Argentina. Lo logró por varias razones pero, sin duda, porque en La Haya, donde están las oficinas centrales de Shell, pensaban lo mismo que él. Política Comentarios Carmen de Carlos el 23 sep, 2018