Argentina se desayuna cada día con más de lo mismo. Esto es, corrupción en estado puro en forma de sobornos infinitos durante la eterna década kirchnerista. Nunca antes, en democracia, el país había tenido a la vista mayor cúmulo de pruebas del latrocinio sistemático de sus gobernantes. En este caso, del matrimonio que formaron Cristina Fernández y Néstor Kirchner. La voracidad por engordar las alforjas propias, con los dineros públicos, no tiene precedente en un país donde la “cometa” (comisión ilegal o soborno) tiene vuelo propio desde el siglo pasado.
En época de vacas flacas la población pierde el entusiasmo o la ilusión (si alguna vez la tuvo) de tener un futuro mejor. Los más optimistas miran a largo plazo convencidos de que se encuentran ante el principio del fin de prácticas enquistadas en todos los niveles de la sociedad y de las administraciones (provinciales y nacional). Los pesimistas ven estos episodios como capítulos de una serie con el final de siempre: “No tenemos remedio”, se lamentan.
El Gobierno del ingeniero Mauricio Macri, entre las cuerdas de la inflación y el rincón de la desconfianza, procura salvar proyectos de obras públicas necesarios para Argentina. La Justicia descubrió en él a un político que no entorpece su trabajo y parece estar convencido de que su promesa electoral de “cambio” es un hecho por más alta que sea la factura que tenga que pagar.
Macri, con los números en rojo, se agarra al clavo ardiendo de las PPP (Participación Pública Privada) pero choca con el frontón de los bancos que temen conceder créditos a empresas cuyos nombres están impresos en letras de molde en los llamados “cuadernos de la corrupción”. El desfile de ejecutivos dispuestos a entonar el “mea culpa” (por acoso, debilidad o costumbre) frente al juez federal Claudio Bonadío, únicamente encuentra parecido en la historia reciente de Brasil con el caso “Lava Jato”.
Es posible que las elecciones del próximo año encuentren a un Macri desgastado y desganado. La hipótesis de que el presidente no quisiera “repetir plato” no suena descabellada aunque tampoco parece probable. El Gobierno y su coalición (Cambiemos) atraviesan un momento duro. El amparo del FMI (Fondo Monetario Internacional) aunque más barato que el resto de la deuda, no le sale gratis. El contexto internacional no le favorece y la odisea judicial del “mani pulite” y los arrepentidos “truchos” (falsos porque cantan para evitar condenas y no por convicción) alivia a la gente pero, hoy por hoy, son un boomerang para avanzar en el desarrollo del país. En cualquier caso, la Argentina de hoy y de mañana, no volverá a ser la que era. Y eso, es mejor que bueno.
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