Mauricio Macri quema los últimos cartuchos de su Gobierno a sabiendas de que el FMI le va a respaldar hasta el último día. El presidente de Argentina ha necesitado dos años y medio para asumir que su plan de “gradualismo” no ha funcionado. A Macri, como a los dueños del circo, parece que le iban creciendo los enanos cuando más los necesitaba para que el espectáculo no se convirtiera en esperpento o drama.
El presidente tiene razón cuando advierte que el mundo cambió en tiempo récord y ese cambio perjudicó a Argentina (Trump, China, Turquía …) También, cuando recuerda que hacer un cesto potable con los mimbres podridos que le dejó el kirchnerismo, era una tarea de héroes. Lo que dice el sucesor de Cristina Fernández en la casa Rosada, es cierto pero también lo es que se negó -y estaba sobradamente avisado- a decir “la verdad” en la que embandera su Administración e hizo de la terquedad la razón de ser de un modelo que pudo funcionar pero lo cierto es que no lo hizo.
Meter el bisturí a fondo, los primeros meses de Gobierno, le habría dado mejores resultados, permitido ahorrar reservas y evitado contraer más deudas para la historia. Es cierto que “la calle” le tenía ganas y el kirchnerismo estaba encendido pero acababa de ganar las elecciones con el respaldo de la mayoría de los argentinos y ese, era su principal escudo contra el fanatismo.
Gobernar es ejercer el poder, ordenar, arriesgar y asumir las consecuencias, algo más fácil los primeros meses que cuando queda menos de año y medio de Gobierno. Ojalá Mauricio Macri logre recuperar la confianza (palabra mágica) en los mercados y los argentinos. Ojalá, las cosas, ahora, le salgan bien porque de su éxito depende el futuro de Argentina.
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