Yolanda Gómez el 14 feb, 2014 Los precios apenas han subido un 0,2% en el último año. De hecho, de los 57 productos que componen la cesta de la compra, 19 son más baratos hoy que en enero del año pasado. Pagamos menos que hace un año por el teléfono, el azúcar, el pan, el cordero, el pollo o el alquiler de la vivienda. Y eso, en un entorno de congelación o caída de sueldos y pensiones, es una buena noticia para los ciudadanos, por mucho que algunos agoreros empiecen ya a hablar del fantasma de la deflación. Lo que no era normal, digan lo que digan, es que con una economía en depresión, los precios subieran un 2 o un 3% al año. Al menos el estancamiento del IPC permite a los ciudadanos mantener su poder adquisitivo y a las empresas competir con sus productos en el exterior. También los ahorradores se benefician de una baja inflación, ya que aunque los intereses que reciban no sean muy altos, al no haber inflación, la rentabilidad real probablemente sea más elevada que en las épocas de altos intereses y fuertes subidas de precios. Es verdad que la inflación es buena para diluir las deudas y que, por tanto, un IPC elevado es positivo para aquellos que tienen enormes hipotecas o para el propio Estado, cuya deuda alcanzará en breve el 100% del PIB. Y una inflación alta también permite engordar artificialmente los ingresos ya que el IVA y los impuestos especiales crecen más cuánto más elevados sean los precios. La economía española se empieza a recuperar y la contención de precios y salarios la hace más competitiva. Desde luego, esta situación no puede ni debe ser eterna, pero de momento, lejos de ser una amenaza para la economía, me parece una gran ventaja para España. Otros temas Comentarios Yolanda Gómez el 14 feb, 2014