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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Viajeros del espíritu

Los primeros viajeros de la historia eran peregrinos que buscaban acercarse al misterio

Viajeros del espíritu
Francisco López-Seivane el

En estos días de celebración y excesos mundanos en toda la cristiandad cabe preguntarse qué misterio encierran las religiones que les ha permitido vivir y crecer durante milenios y, aún en estos tiempos de materialismo y descreimiento, mantener vivo ese reducto de misterio que guarda los secretos de la existencia. Lo ‘sagrado’ es un ámbito interior que se localiza en lo más profundo del ser, allá en las riberas de la consciencia pura. Por su inefabilidad nadie puede describirlo ni entenderlo, pero todos sentimos su presencia de algún modo. Es como si intuyéramos que más allá de lo que la mente percibe existe en algún sitio un atisbo de eternidad, cuya naturaleza y esencia escapan por completo a la comprensión humana. Quizá por eso el hombre siempre ha levantado en su entorno lugares dedicados a lo sagrado, a esa parte de sí mismo que le trasciende y le supera, y en la que deposita también todas sus esperanzas. Los templos fueron desde el principio un monumento a lo sagrado, un intento de dar naturaleza física a ese ámbito inalcanzable que guarda todos los secretos de la existencia y donde coexisten los tres mayores anhelos de toda criatura inteligente: el conocimiento, la inmortalidad y la dicha absoluta.

La Iglesia de las Naciones en el Monte de los olivos de Jerusalén concita a peregrinos de toda la cristiandad. Foto: FLS

Los lugares sagrados que ha construido el hombre desde el origen de los tiempos son de muy variadas formas, pero todos tienen en común que concitan el mayor respeto y trascienden lo meramente humano. Sus formas, cúpulas y altares se proyectan a lo desconocido, acercando de alguna forma al individuo a esa parte misteriosa de su esencia a la que no se puede acceder de otro modo. En los textos védicos, los libros más antiguos de los que se tiene noticia y que recogen la sabiduría ancestral de la humanidad, se les denomina tirthas, lugares de encuentro entre los hombres y los dioses, donde a los místicos les resulta mucho más fácil trascender la consciencia, y a los dioses manifestarse o encarnarse en la tierra. Son, por tanto, poderosos centros de energía espiritual que han atraído sin cesar a millones de buscadores desde tiempo inmemorial.

El templo dorado de Jerusalén concita a musulmanes de todo el mundo. Foto: FLS

A pesar de que la mayoría de los lugares sagrados han estado siempre adscritos a algún tipo de creencia, éstos ya existían mucho antes de que las distintas religiones pusieran nombre al misterio: Brahman, Jeová, Alá… Esos lugares eran ámbitos muy especiales donde los místicos primitivos encontraban inspiración y a los que los peregrinos acudían en masa en busca de la salvación. Aparte las grandes migraciones, los peregrinos fueron, en efecto, los primeros viajeros de la historia. Hoy, muchos siglos después de aquellas extenuantes caminatas, la leyenda de algunas de las ciudades, templos, catedrales, sepulcros y lugares sagrados de todo el mundo que ya concitaban la devoción de los fieles de las distintas religiones en la antigüedad, lejos de borrarse, se ha agrandado. Algunos de aquellos destinos míticos (Benares, Jerusalén, Meca…) son, a la vez, hontanar y cauce, fin y camino, que los modernos peregrinos siguen transitando con alegría y fervor, guiados por su fe. 

Adoración al Ganges en los ghats y playas de Benares. Foto: FLS

Ahora –todo hay que decirlo-, que el mundo se ha hecho descreído y materialista, cada vez son menos quienes viajan en aras de la fe y más, muchos más, quienes lo hacen buscando explorar la historia, admirar el arte o, simplemente, curiosear y comprar souvenirs. Los viajeros del espíritu y los paseantes lúdicos se funden y confunden cada día en los lugares sagrados de cualquier rincón del planeta. Como los cruzados de la Edad Media, que se decían mitad monjes y mitad soldados, muchos viajeros actuales son mitad peregrinos y mitad turistas, pero eso no anticipa ni preconiza el final de lo sagrado. Tras un día de negros nubarrones, el sol vuelve a brillar en todo su esplendor. Del mismo modo, en el trasfondo de la naturaleza humana siempre vivirá ese ámbito inalcanzable en el que el tiempo se desvanece y el hombre se da la mano con Dios.

En la isla de Shikoku, en Japón, la adoración a Buda es universal y cada rincón está impregnado de motivos religiosos. Foto: FLS

En la India, Benarés, o Vanarasi, es considerada una ciudad sagrada por los hindúes desde tiempos anteriores a la historia. El cristianismo actual está atomizado en numerosas denominaciones, pero si hay un lugar sagrado que concita el fervor de todas ellas, ése es el Santo Sepulcro. Muy próximo a él y en la misma ciudad santa, Jerusalén, se halla el conocido como Muro de las Lamentaciones, meca indiscutible de todo judío. La Meca por antonomasia,   cuna del Profeta y sancta sanctórum del Islam, es un lugar prohibido a los no musulmanes, que, sin embargo, si pueden visitar el Mausoleo de Ahmed Yasaui, en Turkestán, el asceta más venerado por los sufíes. Aunque, curiosamente, el más ecuménico de todos los lugares sagrados de cualquier religión quizá sea el monte conocido como Adam’s Peak, en Sri Lanka, un lugar sagrado para budistas, musulmanes y cristianos por igual. 

Las orillas del Ganges han visto pasar ríos de devoción religiosa desde los orígenes de la humanidad. Foto: FLS

No cabe duda de que el misterio que impulsa a los viajeros del espíritu sigue tan vivo en nuestros tiempos como lo estuvo en el pasado. Pero me pregunto si ésos que no dudan en recorrer los lugares sagrados de las distintas religiones no estarán buscando, paradójicamente y acaso sin saberlo, llegar al fondo de sí mismos.  

 

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