Se mueve por su casona palaciega de Catania sin otra prenda que una fina túnica de tela marrón, tal como lo haría un senador romano. Pero este mecenas del siglo XXI detesta la política. Lo que le inspira es la belleza, a la que vive dedicado en cuerpo, alma… y talonario.
Su padre amasó una ingente fortuna, digamos que a la siciliana por no entrar en más detalles. Antonio, aplastado por la fuerte personalidad del progenitor, que jamás supo entender su especial sensibilidad, decidió a la muerte de éste empeñar hasta el último euro de la cuantiosa fortuna heredada en lavar la brutezza de esos bienes, dedicándolos a promover el arte como medio de trasformar la sociedad.
– “Yo regalo belleza”, – me dijo una tarde.
– “¿A cambio de qué?”- le pregunté ingenuamente.
– “De nada. Esperar algo a cambio de lo que se da es una inversión, no una dádiva”
Es justamente esta conciencia social la que le distingue de los clásicos mecenas, a los que tanto se acerca en otros aspectos. Antonio cree que sólo la belleza puede salvar al mundo. Así ha creado La Fiumara del Arte (Torrente de Arte), una serie de creaciones artísticas emplazadas en lugares estratégicos a lo largo del escarpado Valle de Nébroli, al norte de Sicilia. La primera de estas obras, situada en un promontorio muy próximo a Petineo, el pueblo donde nació su padre, es un colosal arco vaginal que representa el nacimiento. La última, sobre el cauce de un torrente que se seca todos los veranos, es una compleja escultura, blanca y negra, hecha de piedra caliza y lava, que simboliza la muerte. Entremedias, los atónitos visitantes pueden admirar distintas alusiones al mar y al viento.
Muy cerca de allí, a orillas del Tirreno, se halla el Atelier sul Mare, un hotel ciertamente singular en el que cada habitación ha sido concebida por un artista distinto buscando influir sobre el ánimo de quien la ocupa antes que proveerle de confort. Jamás he dormido en un lugar tan surrealista.
Lo que ocupaba todo el tiempo de Antonio a la sazón era el proyecto Librino, que así se llama el barrio más pobre y conflictivo de Catania, lo que equivale a decir de toda Italia. Al imaginativo mecenas se le ocurrió fotografiar a los jóvenes del barrio, muchos de ellos alevines de delincuentes, para proyectar su imagen en pantallas gigantes que cubrían las paredes de los edificios más altos como si fueran estrellas mediáticas, entendiendo que así recuperaran la autoestima. Una autopista elevada divide este enorme barrio en dos guetos. Para combatir la fealdad del cemento desnudo, Antonio se propuso cubrir tres kilómetros de pared con hermosas figuras de terracota y frases de eximios poetas, involucrando en el proyecto a los más de mil alumnos del vecino Instituto Campanella-Sturzo… y a un sin fin de artistas y colaboradores que revolotean constantemente en su entorno como mariposas ante de la luz.
Su palacio de la Piazza Stesicoro de Catania es tan surrealista como todo lo que le rodea. Las paredes están pintadas de fuertes colores que contrastan con los delicados frescos que aún se conservan en algunos techos. Todo es espartano, desnudo, vacío, surrealista. Como en un convento o en una vieja escuela de filosofía, Antonio asume el rol del maestro. Todos a su alrededor le respetan y admiran. Bueno, todos menos la mafia local, que, tras incordiarle durante algún tiempo, ha terminado por olvidarse de él porque creen que no está en sus cabales.
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