Si alguien cree que ya no quedan lugares en el mundo donde la vida sigue su curso al margen del progreso y la civilizaci贸n, est谩 muy equivocado. Los amantes de descubrir destinos varados al costado de la historia deber铆an visitar Putao, en el norte de Myanmar, un lugar perdido en las estribaciones del Himalaya oriental, en la misma frontera con China.聽Pero para entender Putao, hay que hablar antes de los Morse, una familia de misioneros norteamericanos que, en 1948 y en un 茅xodo formidable, llegaron desde China a esta remota y despoblada regi贸n al frente de miles de familias lisu, que hu铆an del victorioso Mao y su amenazador comunismo. Pronto, sin que nadie se diera cuenta, fueron apareciendo aldeas y comunidades, perfectamente trazadas y organizadas, cada familia con su casa; cada casa con su huerta; todas construidas en madera o bamb煤 sobre altos palafitos techados con paja. Hoy son aldeas de ensue帽o, vivas, limpias, feraces y llenas de chiquillos que juegan en silencio. Los Morse no s贸lo convirtieron a las tribus de esta etnia china al cristianismo, sino que las condujeron a estos apartados valles, las organizaron, las ense帽aron a cultivar c铆tricos y arroz, y a vivir en comunidad, apoy谩ndose unos a otros.聽 Hace ya a帽os que los misioneros fueron expulsados del pa铆s por la Junta Militar birmana, pero su recuerdo vive en el coraz贸n de cada lisu, como el de Mois茅s vive en el de cada jud铆o.
Llegar hoy a Putao, en el remoto y aislado norte de Myanmar, no es una misi贸n imposible, pero tampoco resulta sencillo. Para empezar, hay que descartar hacerlo por carretera, ya que desde el 煤ltimo punto civilizado ser铆an no menos de cuatro d铆as por precarias pistas de tierra sin gasolineras, aldeas, ni alojamientos. Y eso en buen tiempo, en la 茅poca de las lluvias es absolutamente imposible llegar por carretera a la regi贸n de Putao. Cuando lo visit茅, no hace tanto, era obligatorio obtener un permiso especial de la Junta Militar, aunque ahora, con el advenimiento de la democracia, tal vez ya no sea necesario, no lo s茅. Despu茅s, es preciso conseguir asiento en uno de los dos 煤nicos vuelos semanales de Air Bagan que unen la capital, Yang煤n, con esa regi贸n olvidada, dando saltos por la amable geograf铆a de la antigua Birmania. Sobrevolar el mapa de ese pa铆s, siguiendo el curso del r铆o Ayeyarwady, tiene el valor a帽adido de poder contemplar desde el aire las innumerables estupas que erizan el paisaje. Templos campaniformes de albura reluciente, agujas de oro resplandeciendo al sol, dominando la cima de los cerros, sobresaliendo entre el verdor tropical de las m谩rgenes del r铆o, destacando en medio de las planicies peladas鈥 Todo el esp铆ritu religioso de un pueblo cristalizado en estructuras p茅treas que, desafiando el paso del tiempo, siguen asombrando, generaci贸n tras generaci贸n, a propios y extra帽os.
El aeropuerto de Putao es menos que la estaci贸n de Cillamayor y hay que caminar un trecho hasta el 煤nico veh铆culo que espera para llevar a los hu茅spedes al Malikha Lodge, tres cuartos de hora de camino entre una vegetaci贸n exuberante. Enseguida se percibe que se ha llegado a un lugar muy remoto.聽No se ven veh铆culos circulando por la carretera de tierra, salvo alguna 鈥榤otobike鈥 ocasional. Abundan, en cambio, los viandantes que se dirigen a pie de una aldea a otra y los precarios carros tirados por mansas y pacientes parejas de vacas. 隆Ah! Y una vieja camioneta renqueante con la caja llena de mujeres que vuelven de recoger piedras del r铆o.
El Malikha se oculta tras un bosque de bamb煤. Una hilera de piedras alineadas lleva al edificio central, donde una espl茅ndida plataforma聽 de madera se asoma a las aguas del Nam Lan. En el centro, un fuego de le帽a da la bienvenida a los reci茅n llegados, mientras un peque帽o ej茅rcito de diminutas figuras vestidas de negro hasta los pies se afana en que todo est茅 a punto. Tras un breve intercambio de cortes铆as, me dirijo a mis aposentos, fant谩sticos bungal贸s de madera separados por una tupida vegetaci贸n tropical. En total, no suman ni diez.聽Sin tiempo que perder, en unos minutos me cambio de ropa y me presento en el lobby, donde un gu铆a espera para conducirme al r铆o, a hacer un descenso en rafting. Atravesamos a pie la aldea de Mulashidi, la primera comunidad que fundaran los Morse con los pioneros lisuque les siguieron desde China mediado el siglo XX. La 煤nica casa de ladrillo es la que ocuparon los Morse hasta ser expulsados por las autoridades militares. Est谩 deshabitada, pero no abandonada. Es una reliquia para los lisuy a煤n se ense帽a la Biblia en su corral.
Las m谩rgenes del r铆o son dos inmensas pedreras. Subimos a una zodiak y nos dejamos arrastrar por la corriente. El descenso, un agradable paseo por unas aguas mansas y superficiales, permite observar tranquilamente la vida alrededor. No hay ni rastro de聽 aldeas en las orillas, pero s铆 mujeres lavando la ropa, ni帽os pescando, b煤falos ba帽谩ndose, hombres mirando鈥 La prudencia y el sentido com煤n habr铆an aconsejado a estas tribus levantar sus casas en la espesura, algo alejadas del r铆o, a resguardo de sus crecidas. Pero pronto desembocamos en las aguas m谩s poderosas del Malikha y aquello empez贸 a ponerse bravo de verdad. La zodiac se hincaba de morros en los remolinos, con lo que el agua entraba a mares en la parte delantera, donde Rainer y Sabine se aferraban empapados a los asideros, mientras yo, a popa, no ten铆a otra preocupaci贸n que mantener el equilibrio y聽 proteger mi equipo fotogr谩fico.
El r铆o se amans贸 de pronto al entrar en una especie de garganta de empinadas laderas selv谩ticas. Todos nos relajamos de inmediato y empezamos a disfrutar del paisaje, de la belleza de las orillas cubiertas de jungla y salpicadas de hermosas playas de arena tan blanca y fina como la del Caribe. En casi todas las calas se ve铆a alguna choza de paja y algunos buscadores de oro faenando. La majestad del r铆o en ese tramo se ve铆a embellecida por el reflejo de las caprichosas聽 rocas de las orillas duplic谩ndose en el espejo del agua. Al final nos detuvimos en una islita de roca y fina arena, donde unas empleadas del Malikha nos hab铆a preparado un picnic por todo lo alto. Tengo que a帽adir que la pareja suiza y yo 茅ramos los 煤nicos clientes del hotel, un establecimiento de lo m谩s exclusivo, que no vale menos de mil euros la noche, eso s铆, incluyendo comidas y excursiones.
Concluido el picnic, regresamos al hotel en una lancha a motor. En la habitaci贸n me esperaba una enorme tina redonda de madera de teka llena de agua caliente y cubierta de p茅talos frescos. Tras el ba帽o reparador y con la chimenea crepitando, dos j贸venes de riguroso negro ultimaban en silencio (todo se hace all铆 en silencio) los preparativos para un masaje. Por un momento so帽茅 con la experiencia principesca de una sesi贸n a cuatro manos, pero no, la masajista era聽 s贸lo una, me dijeron, la otra har铆a las veces de 鈥榦bservadora鈥, ya que los usos y costumbres tribales no aconsejan que una mujer permanezca sola con un hombre, y menos enredada en la intimidad de un masaje.
Tras una suculenta cena y una agradable conversaci贸n en el foyer del lobby, me retir茅 a descansar. Las noches son fr铆as en Putao, pero las diligentes mucamas hab铆an introducido un par de bolsas de agua caliente entre las s谩banas de mi cama. Se lo agradec铆 desde el fondo de mi coraz贸n, mientras ca铆a a plomo en un sue帽o profundo. Amanec铆 entre tinieblas con la sensaci贸n de haber sido abducido. Desorientado, aguc茅 el o铆do. Un chasquido tan leve que habr铆a pasado desapercibido de no haber estado tan alerta dirigi贸 mi atenci贸n hacia las puertas del porche trasero, donde un ballet de haces luminosos bailaba en la oscuridad. De pronto, la chimenea comenz贸 a arder con llamaradas que me permitieron ver c贸mo dos sombras silenciosas atravesaban la puerta y se desvanec铆an en la noche. Entonces record茅 que el director me hab铆a prometido encender la chimenea de mi cuarto a las cinco de la ma帽ana para que encontrara la habitaci贸n caliente al despertar.聽A las seis ya estaba en el mercado, un peque帽o recinto al aire libre lleno de zabarceras que exhib铆an sus productos en el suelo o en toscas mesas de madera. Predominaban las naranjas y los pomelos m谩s grandes y sabrosos que he visto jam谩s. El silencio era religioso, casi irreal, hasta el punto de que el traj铆n del mercado parec铆a una pel铆cula muda.
Acompa帽ado de mi buen gu铆a Sai, inici茅 una marcha para conocer algunas aldeas. Caminamos durante muchos kil贸metros por un paisaje buc贸lico de praderas v caminos de tierra que atravesaban las aldeas como los abalorios de un collar. Lemewaki, Mudon, Tusa鈥βeran los nombres que iba desgranado Sai, a medida que avanz谩bamos, pero a m铆 me parec铆a que transit谩bamos a lo largo de un sola, inacabable aldea, cuyas casas jalonaban casi sin fisuras el camino. No circulaban m谩s veh铆culos que viejas carretas tiradas por bueyes y alguna bicicleta ocasional. Tampoco se ve铆an tiendas, ni bares, ni lugares de encuentro social. S贸lo ni帽os jugando en silencio delante de las casas. Todo era buc贸lico, pausado, como un mundo del que hubieran desaparecido la prisa, la ambici贸n y la competitividad.
S贸lo puedo a帽adir que me sent铆 muy feliz all铆 y pienso volver a caminar por la selva con Sai, a descubrir nuevas comunidades apartadas de lisu, shan y kachin, a conocer sus costumbres y a escuchar las incre铆bles historias de sus gentes. Amen.
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