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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Escrito en Hanoi

Escrito en Hanoi
Francisco López-Seivane el

Seguramente ya sabéis que la desbordante vitalidad de las ciudades asiáticas nunca he podido soportarla más que en pequeñas dosis. Durante días me he movido entre el millón y medio de motocicletas y otras tantas bicicletas que hormiguean diariamente por las calles de Hanoi buscando, en medio de un caos indescriptible, los lugares más apacibles y apartados, lo que me llevó a descubrir rincones insospechados, como el de la portada. Lo único que parecen tener claro los vietnamitas es que pararse es de cobardes, así que en los pasos de cebra se desvían, zigzaguean, aceleran…, lo que haga falta con tal de no frenar ni echar el pie a tierra.

Los rincones que esconde Hanoi son sencillamente indescriptibles

En ningún sitio parece tan verdad como aquí aquello de “bienaventurados los que creen en los pasos de cebra porque ellos verán pronto a Dios”. El tráfico en las calles de esta ciudad es una auténtica pesadilla: una riada incesante de vehículos que se mueven en todas las direcciones sin respetar norma alguna. Sin embargo, en ese caos aparente que obliga a ceder y transigir constantemente, sin voces ni aspavientos, para que todo el mundo encuentre su camino, he dado con algunas claves que explican la compleja idiosincrasia de este pueblo. Los vietnamitas parecen preferir el pacto a la ley, y buscan el acuerdo pragmático y amistoso entre las partes en cada pequeño trance de la vida; de esa manera van sacando adelante sus intereses sin ruido y sin mucho gasto de energías inútiles.

Lo del tráfico en Hanoi hay que verlo para creerlo.

Desde el primer momento en que puse el pie en sus calles, Hanoi ya me pareció una ciudad singular, que combina sin estridencias todas las esencias de Oriente con un inconfundible toque francés. La revelación me sorprendió en mi primera salida del hotel, cuando en plena calle me llegó, entreverado con los especiados olores de Asia, el inconfundible aroma del pan caliente que una zabarcera portaba sobre su bicicleta, camino del mercado. Y es que, herencia de la dominación francesa, las baguettes forman ya parte de pleno derecho del  rico paisaje urbano de esta sorprendente ciudad.

Todo se vende y se transporta en bicicleta por las indescriptibles calles de Hanoi

Algo así debió de percibir también en su día Amadeo, un español de ascendencia italocatalana, que llegó a Hanoi hace veinticinco años, nadie sabe a ciencia cierta si buscando la luz o huyendo de las tinieblas, conoció a la hija de un general del Vietcong, se casó y decidió autoexiliarse aquí, montando con su mujer un próspero negocio turístico. Hoy es gente en la ciudad. Invitado habitual en las fiestas de todas las cancillerías, pasea a los visitantes más ilustres por la bahía de Halong en sus lujosos juncos de madera de teka. Lo primero que me espetó en la espléndida terraza del bar Latino del Hotel Melia, el lugar más in de la ciudad, en pleno Barrio Viejo, es que este país no se parece a ningún otro.

  • “Aquí el comunismo es un fenómeno singular que convive perfectamente con una economía de mercado. Sólo hay corrupción de baja intensidad y cualquier intento de comparar la realidad de Vietnam con la de Cuba o China, por ejemplo, sólo puede hacerse desde la ignorancia. Este es un gran país, muy bello y singular, donde viven gentes trabajadoras, educadas y responsables”.

Ya había oído yo hablar de ese contradiós que impera en el Vietnam actual, donde los ciudadanos pueden ganar todo el dinero que quieran, pero no expresar libremente sus ideas políticas. ¿No ocurría algo parecido en la España de los sesenta? ¡A qué rasgarse la vestiduras, pues!. Amadeo tuvo la amabilidad de invitarme a un crucero por la Bahía de Halong en uno de sus espléndidos barcos. Harto de la vorágine urbana, acepté encanado el envite y me puse en marcha hacia al golfo de Tonkin.

En este punto he de deciros que para cruzar el río Rojo ya no se utiliza el famoso puente de hierro de Long Bien, aquel que diseñara Eiffel -sí, sí, el mismo que levantó la torre de París- cuando agonizaba el siglo diecinueve. Durante la guerra con los americanos fue considerado por ésos objetivo estratégico y bombardeado en repetidas ocasiones. De una u otra manera, el ejército del vietcong siempre se las arregló para recomponerlo, hasta que optaron por hacer trabajar en él a prisioneros de guerra norteamericanos y los bombardeos yanquis cesaron de inmediato. En la actualidad, el uso de ese puente está restringido a peatones y vehículos sin motor,  así que no queda otra opción para llegar a la costa que atravesar el nuevo puente de Chuong Duong, unos seiscientos metros río abajo.

El moderno puente de Chuong Duong soporta una increíble cantidad de tráfico

Más allá del puente empieza otro Vietnam de arrozales verdes, mucho más sosegado, que devolvió la paz a mi espíritu y me preparó para la increíble aventura que me esperaba en Halong, pero eso os lo contaré otro día…

 

 

 

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