Hay quien cree que los desiertos son aburridos. No el de Atacama, desde luego. Basta salir de San Pedro de Atacama a las cinco de la madrugada, bien abrigados, eso sí, y subir hasta los 4.300 m de altura por agónicas carreteras de tierra para llegar a ver el soberbio espectáculo de las cien fumarolas y sesenta y cuatro géiseres que entran en acción al amanecer en El Tatio, una pequeña altiplanicie rodeada de volcanes, en el corazón de los Andes. Frío y mal de altura, lo que quieran, pero ¡por Dios! que vale la pena. Pasear entre el vapor y los surtidores de agua hirviendo es como estar en otro planeta, con el añadido de que uno siente que, bajo sus pies, hay un mar de lava ardiente que ha puesto en ebullición a todo un lago subterráneo. Si se animan, no deben olvidar el traje de baño, porque, tras el frío gélido de la mañana, apetece meterse en una piscina natural con el agua a casi cincuenta grados.
También está, más al sur, El Valle de Elqui. Un milagro verde, un oasis entre imponentes laderas peladas que serpentea más de cien kilómetros a lo largo del río Elqui hasta La Serena, capital del Norte Chico. Conocido por su producción de pisco y por ser la cuna de la gran poetisa Gabriela Mistral, el valle ha atraído a un buen número de artesanos y amantes de la vida alternativa. Aunque la mayor parte de las uvas que se cultivan son de moscatel para la elaboración del pisco, también hay algunas pequeñas bodegas familiares que hacen un excelente vino de Shiraz. Por su clima privilegiado, su fertilidad y aislamiento, Elqui se ha convertido en un lugar muy buscado por los amantes de la tranquilidad, las excursiones a caballo y las actividades al aire libre. Y, oiga, está en medio del desierto.
Pocos lugares habrá en el mundo donde el cielo sea tan claro tantas noches al año y las estrellas estén tan cerca, por eso en el desierto de Atacama proliferan los observatorios para contemplar la luna y el firmamento con telescopios de gran aumento y sin contaminación lumínica. En el Valle de Elqui hay media docena de ellos, situados en distintos lugares estratégicos, que ofrecen esta extraordinaria experiencia al anochecer. Uno de los más atractivos, sobre todo para la gente joven, quizá sea el Cerro Mayu, el más reciente y singular, gestionado por estudiantes de física y astronomía de la universidad de La Serena con los que se puede departir informalmente.
Mapa arriba, en las proximidades de Iquique, en pleno Norte Grande, se levanta la ciudad fantasma de Humberstone, fundada en 1872 y abandonada en los años sesenta cuando la aparición de los nitratos orgánicos dejó obsoleta la extracción de este mineral, dejando a tres mil obreros sin trabajo. Es un espectáculo surrealista contemplar el antiguo Teatro, donde un día actuaran renombradas estrellas, el salón de baile donde los mineros buscaban el amor, o la extraña piscina de hierro procedente de barcos naufragados. Hay que explorarla con precaución, porque muchos edificios están en estado ruinoso, mientras sólo unos pocos han sido restaurados.
Desde allí es muy fácil continuar, en dirección a Bolivia, hasta el Cerro Unita, a catorce kilómetros de Huara, donde se encuentra la mayor representación del mundo de un ser humano (86 m. de altura), conocida como el Gigante de Atacama. El geoglifo, rodeado de misterio, parece representar a un chamán sobre la ladera occidental del cerro.
Tierra adentro, a sólo doce kilómetros de Arica, se halla el Museo Arqueológico del Valle de Azapa, donde se exhiben las famosas momias de Chinchorro, de 9.000 años de antigüedad, las más primitivas de que se tiene noticia, antecediendo en más de dos milenios a las egipcias. Ya se han descubierto varios centenares de ellas, pertenecientes a todas las edades y clases sociales, lo que sugiere que la momificación no se practicaba exclusivamente a los notables, sino que era un hecho extendido entre aquellos pueblos de pescadores y cazadores que poblaban lo que hoy es el norte de Chile y el sur de Perú. Los cadáveres eran desmembrados y eviscerados antes de rellenarlos con palos, carrizo, barro y piel de camello. La piel se parcheaba con piel de foca y se añadía al cuerpo una máscara de barro y una peluca de cabello auténtico.
Ya me dirán si les sigue pareciendo aburrido adentrarse en Atacama.
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