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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Antigua, la imborrable huella de España en Guatemala

Numerosos terremotos no consiguieron borrar por completo la faz de la que fuera la gran capital de América Central

Antigua, la imborrable huella de España en Guatemala
Fantástica arcada de la época española
Francisco López-Seivane el

No puede haber un español conocedor de la historia que no sienta cierta emoción en Antigua, la primera capital de Guatemala, fundada como Ciudad de Santiago de los Caballeros en 1524 por Don Pedro de Alvarado. A pesar de los devastadores efectos del terremoto acaecido el 29 de julio de 1773, que destruyó gran parte de la ciudad y aconsejó el traslado de la capital a la actual ubicación de la moderna Guatemala, aún permanecen intactas sus calles empedradas y numerosas iglesias y edificios que lograron sobrevivir. Otros, parcialmente en ruinas, preservan el suficiente atractivo monumental e histórico para merecer la admiración y el asombro de los visitantes.

Increíbles arcadas de indudable sello colonial en Antigua

Las limpias calles de empedrado irregular convierten el paseo en un suplicio para el caminante, pero las rectas hileras de casas coloniales de una sola planta, como aconsejan los frecuentes seísmos, y primorosamente pintadas en suaves tonos pastel, dan cuenta de un pasado colonial que pervive incólume, como testigo intemporal de la historia. La Antigua Guatemala es hoy una reliquia, un crisol que atesora gran parte de la historia de España en América. Perdido entre sus calles, uno puede llegar a creerse en cualquier pueblo andaluz, salpicado de casonas castellanas. La arquitectura neoclásica de los siglos XVII y XVIII se adaptó a los imperativos telúricos de la región, reforzando sus muros y acortando sus torres. El resultado fue un estilo singular e inconfundible que ha llevado a Antigua a ser reconocida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

El crudo empedrado que dejaron los españoles sigue incólume bajo el Arco de Santa Catalina, que resistió todos terremotos.

El corazón de Antigua es el Parque Central, lugar de encuentro de lugareños y visitantes, mercado improvisado, paseo y ágora. A cualquier hora del día puede verse alrededor de la fuente el torbellino de colores de las vendedoras indígenas, entre el variopinto pelaje de los turistas y el atuendo sencillo, pero formal, de los ociosos habitantes. El parque es, en realidad, una plaza flanqueada, al oeste, por el Palacio de los Capitanes, sede, durante la conquista, del gobierno español para toda la región de Centroamérica, que incluía Chiapas, Guatemala, Honduras y Nicaragua. El edificio de dos pisos, aún conserva la doble arcada original de la fachada, aunque el resto hubo de ser reconstruido el siglo pasado. Ahí instaló su cuartel general el adelantado Pedro de Alvarado en 1543 y desde allí se planearon todas las incursiones en las junglas y montañas de América Central hasta 1773.

Junto a las ruinas aún se celebra el tradicional mercado indígena. Todo un espectáculo en Antigua.

Frente al Palacio, se levanta la Catedral de Santiago, construida un año antes que aquél, pero, muy maltratada por los terremotos, perdió irremisiblemente el florido barroco de su interior. Hacia el norte, visible desde la plaza, se encuentra el famoso Arco de Santa Catalina, que resistió todos los terremotos y, más allá, la Iglesia de la Merced, la más sobresaliente de las iglesias coloniales. Varias veces destruida, luce una fachada barroca que data del siglo XIX. En su interior se conserva una fuente de veintisiete metros de diámetro que pasa por ser la mayor de América Central.

Las arcadas enmarcando el volcán, una de las vistas más fotografiadas en Antigua

Otro templo notable que data del siglo XVI es la Iglesia de San Francisco, muchas veces reconstruida y siempre inacabada. El convento de las Capuchinas, levantado por monjas madrileñas en 1736, no resistió la fuerza sísmica de la región, pero sus ruinas sirven perfectamente para constatar la vida religiosa de la época. Las novicias, a menudo jóvenes indisciplinadas a quienes la familia encerraba en el convento por la fuerza, vivían en celdas espartanas y podían ser sometidas a duros castigos si no observaban estrictamente las normas. Todavía se conserva el nicho donde la transgresora de turno debía permanecer horas, cuando no días, arrodillada en el suelo, mientras una gota de agua le caía implacablemente sobre la cabeza, mimetizando el cruel tormento malayo.

Restos indelebles que permanecen en pie en los antiguos conventos religiosos tan castigados por los terremotos.

Aunque, quizá, el más sobresaliente de los conventos de Antigua fuera la casa de Santo Domingo, un vasto complejo dominico que incluía iglesia, convento, claustro y tierras de cultivo. Casi totalmente destruido, la propiedad se fraccionó y pasó a manos privadas. Hoy día, todo el complejo ha sido comprado por una empresa hotelera que ha convertido el antiguo convento en un hotel de lujo, cuya audaz y lograda decoración despierta el elogio de propios y extraños, llegando a utilizar la mesa de un antiguo altar como mostrador de recepción. Para muchos guatemaltecos, es todavía un signo de distinción casarse en las ruinas de la antigua iglesia, perfectamente adecuadas para tales ocasiones.

 

 

 

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