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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Un día en un monasterio de clausura

Un día en un monasterio de clausura
Francisco López-Seivane el

El claustro de San Andrés de Arroyo (Palencia) es una joya del románico. Sus capiteles vegetales dibujan plantas delicadísimas que transmiten al ánimo la armonía de toda obra maestra. Nadie niega el arte y la dedicación de aquellos canteros medievales, pero lo más asombroso de ese claustro casi milenario es que entre sus elegantes columnas nunca ha de dejado de latir la vida interior.

La impresionante belleza y armonía del claustro de San Andrés de Arroyo/ Foto: César del Valle

Desde que la condesa Mencía López de Haro -hija del señor de Vizcaya, López Diaz de Haro, y viuda del conde Álvaro Pérez de Lara-, que llegó a ser reina consorte de Portugal, fundara en 1181 este monasterio para monjas cistercienses, nunca ha dejado de haber una comunidad monástica alumbrando las amanecidas con el murmullo de sus maitines. No sabe uno si centrarse más en la belleza del claustro o en las renunciantes enclaustradas que lo habitan desde hace siglos de espaldas al mundo, entregadas a sus salmos, antífonas y silencios contemplativos.

Una vista más próxima y detallada de las filigranas algunas columnas y capiteles/ Foto: César del Valle

Los monasterios deshabitados pueden ser magníficas obras de arte que se visitan con asombro y admiración, pero un cenobio medieval en el que aún aliente la vida espiritual es un lugar extraordinario, anclado en el tiempo, ajeno a los avatares del mundo, pero vivo, donde la fe, la devoción, los rezos y los cantos han fluido inconmovibles de generación en generación, rebotando en la piedra de su paredes y dejando una huella invisible que quizá no perciban los sentidos, pero que toca las fibras del espíritu.

La elaborada fuente del claustro/ Foto: César del valle

Lo visité hace poco, ansioso de conocer de cerca el misterio que alberga todo claustro vivo. Perfectamente encastrado en una pequeña hondonada, como una joya en su caja, San Andrés de Arroyo es un complejo amurallado que contiene muchos edificios en su interior. Algunos, alineados contra la muralla, eran las antiguas viviendas de los colonos y trabajadores. Encuadran lo que podría considerarse una gran plaza, a la que se accede por un arco ojival. A la izquierda se alza una esbelta espadaña y, junto a ella, se yergue la columna del ‘rollo de justicia’, todo un símbolo que otorgaba a la abadesa jurisdicción civil y penal sobre varios pueblos del entorno, viniendo a ser lo que antiguamente se conocía como ‘señora de horca y cuchillo’. Habría que añadir aquí que la primera abadesa fue la propia Mencía López de Haro, fundadora del monasterio, cuyo sepulcro se encuentra en la Sala Capitular.

Vista panorámica del complejo monacal de san Andrés de Arroyo/ Foto: Archivo Fundación Santa Maria la Real

César del Valle había acordado una cita con la abadesa actual. La tarde era fría en aquel páramo desolado, pero por fortuna las arcadas del pórtico de acceso al monasterio están magníficamente acristaladas y fue más llevadera la larga espera hasta que una voz humana respondió ¡por fin! al moderno telefonillo que hay junto al vetusto torno, ya en desuso. Seguramente llegamos en tiempo de rezos, ya que la vida monástica está severamente dividida en momentos de oración, que van de los maitines a las completas, pasando por los laudes, el ángelus o las vísperas. Nos abrió la propia abadesa. No sabía cómo dirigirme a ella, pero enseguida me sacó de dudas, tendiéndome la mano con desenvoltura: “Llámeme madre”. Se me hacía un poco extraño al principio, porque podría ser mi hija, pero me plegué fielmente a sus deseos.

La abadesa nos guió a paso ligero por el claustro, cuyas delicadas columnas pareadas desfilaban por mi vista como los postes de telégrafo cuando se viaja en tren. Me hubiera gustado quedarme un tiempo solo en aquel lugar, imbuirme de su paz, de su callada belleza, sentirme monje por un rato, pero el paso ligero se convirtió pronto en paso de carga, y así recorrimos la sala capitular y la congelada iglesia, casi sin tiempo de admirar la pétrea estatua románica del apóstol San Andrés, que fue encontrada en un arroyo cercano y da nombre al monasterio. Las madres tenían frío y nosotros también, así que fuimos invitados prontamente a pasar al locutorio, el único lugar del monasterio al que tienen acceso los escasísimos visitantes que son admitidos. Se trata de una sala partida en dos por una balaustrada de madera. A un lado se sentaron la propia abadesa y sor Sagrario. Al otro, César y yo. Juntos, pero no revueltos.

Detalle de uno de los hermosos capiteles del claustro/ Foto: Archivo Fundación Santa María la Real
Interior de la iglesia del monasterio/ Foto: César del Valle

Le pregunté a la madre qué impulsaba a las monjas a retirase del mundo y recluirse de por vida en un lugar así. Me habló de la entrega a Dios, que da sentido a todo. Yo, bajando un poco a la tierra, le pregunté entonces si podía describirme su rutina diaria y me desgranó la sucesión de rezos que marcan su jornada, los trabajos que cada una hace y los momentos de recreo en que juegan a las cartas, charlan de todo o hacen teatro, “como cualquier familia”. ¿Tienen internet? “Por supuesto, me dijo, tenemos incluso una hermana peruana que es ingeniera de sistemas y se encarga de todo lo relativo a la red”. ¿Están al tanto de lo que pasa en el país, en el mundo?. “Si, claro, todos los días escuchamos un poco las noticias antes de acostarnos”. “La clausura ya no es lo que era”, me dice un cura jubilado que fue confesor del monasterio durante un tiempo hace muchos años. ¿Pero qué pecados puede cometer una monja en tan severa reclusión? “Los pecados de toda comunidad cerrada, por eso el papa trata de estimular que se abran un poco más al mundo”

San Andrés de Arroyo fue concebido en origen como una extensión del Monasterio de las Huelgas, de Burgos, que siempre fue su casa madre. Allí se hicieron los planes y los planos y se seleccionaron los mejores canteros. De ahí la extraordinaria calidad de sus capiteles, perfectamente aptos para vegetarianos, ya que sus motivos son invariablemente florales y vegetales.

Hermosos capitales con motivos vegetales/ Foto: Cesar del Valle

¿Cómo se concilia hoy la clausura monástica con las visitas turísticas? El monasterio sólo tiene abierto al público la iglesia, el claustro y la sala capitular. El resto está vedado a los visitantes. Hay, sin embargo, un punto de encuentro, una pequeña tienda donde se venden los deliciosos ‘raquelitos’, una especie de hojaldres típicos que puso de moda sor Raquel. Lo curioso es que la autora de la receta decidió más tarde abandonar la clausura por razones familiares y ahora vende el mismo producto en su tienda de Cervera de Pisuerga, llamándolos ‘socorritos’, en memoria de su madre. En fin, el ‘ora et labora’ también tiene sus pequeñas historias. Pero lo extraordinario es que este viejo cenobio, extraviado en un pequeño vallejo de la Ojeda palentina, ha mantenido ininterrumpidamente desde hace muchos siglos una comunidad espiritual que lo aviva. Ahora es Monumento Nacional y está perfectamente conservado.

Cabecera de la iglesia de San Andrés, defendida por los muros monásticos/ Foto: Archivo Fundación Santa María la Real.

Cuando el vicetodo Guerra fue en una ocasión a visitarlo de la mano de Peridis, las monjitas le saludaron con cortesía, dejándole claro que eso no significaba que compartieran sus ideas. Al final, la despedida fue mucho más cordial y el poderoso vicepresidente socialista no dudo en complacer las peticiones de la comunidad, aflojando la mosca para dejarles el monasterio como un pincel. Claro que a Guerra le regalaron una caja de ‘raquelitos’. A mi, ni me los dieron a probar. ¿Para qué?, si no manejo presupuestos. (Madre, espero de su bondad que sepa perdonarme este pequeño pellizco de monja)

Portada: Mágnifica vista del claustro de San Andrés de Arroyo, Monumento Nacional/ Foto: César del Valle

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