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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Talibanes y khmeres rojos

Emilio de Miguel Calabia el

Cuando uno ha estado mucho tiempo dedicado a las relaciones internacionales, empiezan a asaltarle los “déjà-vu”. Es posible que desde que Ur decidió atacar a Uruk para arrebatarle un pozo de agua hace cinco mil años, la política exterior no haya hecho más que repetirse.

El 29 de febrero EEUU y los talibanes firmaron un acuerdo de paz, cuya ejecución durante el mes de marzo se ha revelado frustrante, por decirlo de una manera suave. A pesar de las dificultades los elementos para que el acuerdo se mantenga a trancas y barrancas están ahí: EEUU tiene ganas de poner fin a su guerra más larga, un deseo que sin duda se volverá más acuciante en el año del Covid-19 y de las elecciones presidenciales, y los talibanes saben que mientras EEUU apoye al gobierno de Kabul, no pueden ganar militarmente la guerra. De alguna manera, tengo el “déjà-vu” de que en parte estamos reviviendo lo que sucedió entre 1979 y 1989 con Camboya y los khmeres rojos.

Los khmeres rojos implantaron entre abril de 1975 y enero de 1979 un régimen genocida en Camboya. La invasión vietnamita de 1979 derribó a los khmeres rojos e implantó un régimen comunista pro-vietnamita. Los azares de la geopolítica,- eran los tiempos de la Guerra Fría,- hicieron que la comunidad internacional casi al completo considerase más importante forzar la salida de los vietnamitas de Camboya y la caída del régimen que habían implantado, que llevar a los khmeres rojos ante un Tribunal internacional.

Una de las frustraciones de quienes buscaban derribar al régimen pro-vietnamita en Phnom Penh, es que de las fuerzas que se le oponían, los únicos militarmente eficaces eran los khmeres rojos. Por más ayuda que recibiesen de la comunidad internacional, ni el realista FUNCINPEC, ni el demócrata Frente de Liberación Nacional del Pueblo Khmer del ex-Ministro Son Sann consiguieron crear unas milicias creíbles. Esto hacía que cualquier acuerdo de paz debiera incluir necesariamente a los khmeres rojos.

Por su parte, el gran temor de los vietnamitas era que el régimen que habían instalado en Phnom Penh se derrumbase si ellos se iban. La retirada del apoyo soviético, que les puso en evidencia su aislamiento internacional y la mala situación económica doméstica, forzaron a Vietnam a retirarse de Camboya. La sorpresa fue que el régimen que habían instalado fue capaz de sobrevivir.

En el caso de los talibanes, el Emirato Islámico de Afganistán que gobernó el país de 1996 a 2001 no fue una experiencia que muchos afganos quisieran repetir. Como ocurriera con los khmeres rojos, los talibanes son respetados militarmente y existe la idea, después de dieciocho años de guerra, de que es imposible derrotarles militarmente. En la actualidad, según FDD’s Long War Journal, los talibanes controlan 75 de los 378 distritos del país y contestan el control de otros 189. En las guerras insurgentes, a menudo la insurgencia no controla un distrito porque los habitantes del mismo simpaticen ideológica o étnicamente con ella necesariamente. A menudo el elemento clave es si los habitantes del distrito creen que los insurgentes pueden vencer. Aparentemente en torno al 20% de los afganos creen que los talibanes pueden ganar. Lo más realista, por tanto, parece que es tratar de alcanzar un acuerdo de paz con ellos.

La situación debe de tener algo de “déjà vu” para los EEUU (ya dije que el “déjà vu” se convierte en una sensación habitual para quien quiera que se dedique a las relaciones internacionales). En 1973 tuvieron una experiencia similar. Deseaban a toda costa poner fin a su intervención en la guerra de Vietnam, aun cuando dudasen de si el régimen de Saigón sobreviviría a su marcha (spoil: sólo sobrevivió dos años). En el caso de Afganistán las razones para marcharse son incluso más acuciantes de lo que fueron las razones para abandonar Vietnam: 1) La duración y el coste de la guerra. La intervención norteamericana ya ha durado el doble de lo que duró su intervención en Vietnam (dieciocho años frente a nueve) y un poco más del doble de dinero (dos billones frente a 950.000 millones); 2) Aunque no exista el clamor social que hubo contra la guerra de Vietnam, la opinión pública norteamericana hace tiempo que dejó de entender cuáles eran los objetivos que su país buscaba en Afganistán; 3) 2020 es un año presidencial y declarar que la guerra ha terminado sería una buena baza para el Presidente Trump; 4) El gasto que van a suponer la lucha contra el coronavirus y sus consecuencias económicas, hacen que cualquier recorte del gasto, sobre todo de uno impopular, sea más atractivo que nunca.

La cuestión es si el gobierno afgano puede sobrevivir a una retirada del apoyo norteamericano. El régimen de Saigón, dividido y atenazado por la corrupción, no consiguió sobrevivir en 1975. En cambio, el régimen pro-vietnamita de Phnom Penh, más cohesionado y militarmente más eficaz, sí que lo consiguió. Tal vez pudiera sobrevivir a la salida de las tropas norteamericanas; a lo que no podría sobrevivir es a la retirada de la ayuda internacional (EEUU cubre algo más de la mitad del presupuesto del gobierno afgano).

Los khmeres rojos no supieron aprovechar los Acuerdos de Paz de París de 1991, que les ofrecían la posibilidad de insertarse políticamente en la Camboya de la posguerra. Sobreestimaron su fuerza y subestimaron la del gobierno de Phnom Penh. Torpedearon los acuerdos y los violaron. Siete años después habían desaparecido del mapa. ¿Ocurrirá lo mismo con los talibanes? ¿Verán el acuerdo del 29 de febrero como el precio a pagar para lograr la retirada norteamericana en mayo de 2021, tras la cual se verían con las manos libres para tratar de lanzar una opa militar y muy hostil al gobierno de Kabul? Y si es así como lo ven, ¿a qué se parecerá más el gobierno afgano, a Phnom Penh en 1989 o a Saigón en 1975?

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