ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

¿Necesita Estados Unidos una política exterior?

Emilio de Miguel Calabia el

Me gusta tanto Henry Kissinger como tratadista de relaciones internacionales, que no me importa leer libros suyos desactualizados. Kissinger es uno de los pocos tratadistas de las relaciones internacionales que entiende el peso de la Historia y que a menudo estudiar las relaciones internacionales es un continuo ejercicio de déjà vu. Cambiarán las tecnologías y los nombres de los países, pero el ser humano y su manera de defender sus intereses siguen siendo las mismas que las del tiempo de los romanos.

Aunque en el libro Kissinger intenta ofrecer una visión completa de la geopolítica mundial, advierto un olvido muy común: no habla del Pacífico. Generalmente quienes escriben sobre relaciones internacionales, cuando se refieren al Pacífico, lo hacen pensando únicamente en sus orillas. Se les olvida que entre una orilla y otra hay un espacio que en algún momento sobrepasa los 19.000 kilómetros de longitud y que no está vacío. Parece que los occidentales, y tal vez no sólo nosotros, tuviéramos algunas dificultades para integrar en nuestros mapas mentales la inmensidad del Pacífico. Y no debiéramos, porque alberga las mayores reservas no explotadas de pescado del mundo y es un escenario de rivalidad geopolítica de primer orden. No olvidemos que fue por controlarlo que Japón y EEUU fueron a la guerra. Aparte de esto, en el Pacífico hay catorce Estados insulares y doce (dos de los Estados han atribuido a Nueva Zelanda la conducción de sus relaciones internacionales) votos en el sistema de NNUU, cuando están coordinados, son muchos votos. En cuestiones como la lucha contra el cambio climático o la gestión de los océanos, estos Estados ya han mostrado que se ha de contar con ellos.

El libro se terminó en la primavera de 2001, cuando la presidencia de Bush daba sus primeros pasos y todavía estaban en pie las Torres Gemelas. Kissinger pasa revista a la situación del mundo y se permite algunos pronósticos, en general bastante razonables y que en buena medida se han cumplido. Más que sus pronósticos acertados, lo que me parece notable es aquello que no vaticinó, aunque hubiera podido.

Lo primero es el auge del fundamentalismo islámico y cómo pondría a Occidente en el punto de mira. Cuando Kissinger habla de fundamentalismo, lo pone en relación con Irán y con el conflicto de Palestina. Para 2001 ya había indicios de que el fundamentalismo, en su encarnación de al-Qaeda, podía convertirse en un problema serio para Occidente. En 1998 se habían producido los atentados contra las Embajadas de EEUU en Nairobi y Dar-es-Salaam y en 2000 tuvo lugar el atentado contra el USS Cole.

Lo segundo es la emergencia de China como potencia global, o más bien la rapidez de esa emergencia. Kissinger parece contemplar más bien una situación en la que la emergencia de China puede verse contrapesada por el ascenso de otros actores en Asia: Japón, la India y Rusia. La preocupación de China no es tanto la conquista de sus vecinos, como impedir que una combinación de Estados vecinos se le ponga en contra. En opinión de Kissinger, China, si mantiene su cohesión interna, está llamada a ser una gran potencia, pero no seria la única; la India, Brasil y Rusia tienen opciones similares y, según Kissinger, menos obstáculos. Siempre que se refiere a China y su posible papel de gran potencia, Kissinger piensa únicamente en una China buscando la hegemonía en Asia. La idea de que China podría llegar a ser un actor relevante en África Subsahariana o Latinoamérica, ni se le pasa por la cabeza.

Tal vez los capítulos que más me hayan gustado sean los que dedica a la globalización y a las líneas ideológicas de la política exterior norteamericana.

Kissinger es un partidario decidido de la globalización impulsada por EEUU, quien también ha sido su principal beneficiario. Esto no lo digo yo, lo dice el propio Kissinger. No obstante, advierte que la globalización, además de traer bienestar al mundo, puede proporcionar los mecanismos para difundir crisis económicas y sociales por el globo y señala la ironía de que un tropiezo de la economía norteamericana, podría tener consecuencias gravísimas, que fuesen más allá del terreno economico. Resulta profético. Esto lo escribió 7 años antes de la crisis de las hipotecas subprime, que comenzó en EEUU.

Una cosa que me gusta de Kissinger es que no deja que la ideología interfiera con la realidad. Él mismo reconoce que el modelo norteamericano (definido como capital barato, mano de obra cara y éxito basado en mejoras de la productividad vía el progreso tecnológico) no está al alcance de todos los países y que tarda tiempo en poder desarrollarse. Asimismo critica al FMI con gran justeza: “… sus remedios en el pasado a menudo han complicado los problemas porque son esencial y abstractamente económicos, mientras que cuanto más se agudiza la crisis, más política se vuelve. Y el FMI está mal equipado para lidiar con las consecuencias políticas de sus programas.” Resulta interesante, por una vez, oír una crítica al FMI desde la derecha.

Muchos años antes de que la distribución desigual de la riqueza se convirtiera en un problema mayor de nuestras sociedades, Kissinger ya advertía de que se ensanchaba la brecha entre los beneficiarios de la globalización y los que se quedaban atrás. Kissinger advierte de la brecha entre los países industrializados, que cuentan con los capitales necesarios, y los demás. También, en el interior de cada sociedad, se abre una brecha entre quienes forman parte de ese mundo globalizado y los que no. Al final tenemos unas élites transnacionales unidas por valores compartidos y por las nuevas tecnologías y amplias masas de población que pueden verse tentadas por el nacionalismo y las luchas identitarias. En su opinión, las bases para un ataque a la globalización y el ascenso de los populismos en caso de crisis están puestas. Pudo haber minusvalorado lo del auge de China, pero lo de la globalización lo ha calcado.

También he disfrutado leyendo su interpretación de la política exterior norteamericana desde sus inicios como una combinación de tres corrientes: la hamiltoniana, la jacksoniana y la wilsoniana. Alexander Hamilton defendió que EEUU, para defender sus intereses, debía modular su apoyo a los poderes europeos en aras del mantenimiento del equilibrio del poder, pero sin casarse con nadie. Los jacksonianos son los aislacionistas. Finalmente están los wilsonianos que rechazan la realpolitik y creen que éticamente EEUU está por encima de los demás naciones y que su misión es crear un mundo más seguro para la democracia. Se puede imaginar cuál es la corriente con la que el pragmático Kissinger congenia más.

Resulta iluminador ver su lectura de la Presidencia de Nixon, en la que fue Secretario de Estado, y la guerra de Vietnam a la luz de estas tres corrientes. Tras la II Guerra Mundial se había producido una alianza entre wilsonianos y jacksonianos; los primeros querían llevar la paz y la democracia a todo el mundo; los segundos buscaban el aislacionismo a menos que sintieran que los intereses y la paz norteamericanas estaban amenazadas. La amenaza soviética era el cemento de esta alianza.

Kennedy se metió en Vietnam lleno de buenismo wilsoniano: iba a llevar la democracia y el capitalismo norteamericanos a un país sin casi clase media y sin experiencia democrática. Al ver que no conseguían sus objetivos maximalistas, los wilsonianos se retiraron de Vietnam, sin pensar que tal vez sí que hubieran podido conseguir objetivos más modestos. Los jacksonianos creían que las guerras son para ganarlas y no entendían de guerras limitadas. Si no se podía ganar la guerra, lo mejor era retirarse. Wilsonianos y jacksonianos rompieron su alianza a propósito de Vietnam.

En contra de la idea que podamos tener de él, Kissinger afirma que Nixon era wilsoniano, pero entendía que un exceso de wilsonianismo había llevado a la debacle de Vietnam. Por tanto, recurrió a los hamiltonianos, que daban prioridad al interés nacional. Nixon quería que la política exterior norteamericana estuviese en consonancia con sus intereses y que sus intereses lo estuvieran con sus capacidades. “Nuestros intereses deben modelar nuestros compromisos y no al contrario”, Nixon dixit. Parece de Perogrullo, pero no debe de serlo tanto cuando Kissinger insiste tanto en ello.

En el epílogo Kissinger hace algunas reflexiones sobre lo que han supuesto las nuevas tecnologías para quienes se ocupan de las relaciones internacionales. Ahora un bedel tiene más información a su disposición sobre relaciones internacionales que la que tenía un estadista del siglo XIX. Kissinger recuerda que lo que distingue al estadista no es un conocimiento detallado, aunque un mínimo es indispensable, sino su comprensión instintiva de las grandes corrientes históricas y su habilidad para discernir cuáles de ellas serán las que modelen el futuro. Kissinger subraya la importancia del estudio de la Historia y de la filosofía, en un momento en el que el exceso de datos lleva a un estrechamiento de la visión.

Termino con una última reflexión de Kissinger: en el debate entre realismo e idealismo, no toma partido. “Un realismo excesivo produce el estancamiento; un idealismo excesivo conduce a cruzadas y eventualmente a la desilusión.”

Otros temas

Tags

Emilio de Miguel Calabia el

Entradas más recientes