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Los libros de autoayuda allá por el 2000 a.C.

Emilio de Miguel Calabia el

Lo de dar consejos es algo que a los humanos se nos da muy bien. Los libros de autoayuda modernos no han venido a descubrir nada nuevo. Paolo Coelho tuvo predecesores en el Antiguo Egipto que se llamaban Hordyedef, Ptahhotep y Kagemni, entre otros. Quería escribir sobre los manuales de autoayuda en el mundo antiguo, pero he visto con que sólo con los egipcios me basta para una entrada y más.

Cronológicamente el primero es son las Instrucciones de Hordyedef, que nos han llegado muy fragmentadas. Hordyedef pertenecía a la nobleza y sus consejos, dirigidos a su hijo, son los que cualquier padre de familia burguesote daría a sus hijos para que prosperaran en la vida y no se metieran en problemas:

“Estate limpio ante tus ojos, no sea que otro venga a limpiarte” (este consejo es especialmente válido en la era de las redes sociales).

“Toma una esposa saludable, engendrarás un hijo”

“La muerte  ofrece poco, la vida proporciona tantas posibilidades, pero la casa de la muerte es de por vida” (me quedo más bien con Diógenes el cínico que decía, cuando le preguntaban si se había preocupado de dónde lo enterrarían cuando muriera, que no le preocupaba, que el hedor se ocuparía de enterrarlo. También me quedo con Lucrecio, que decía que la muerte no es problema: cuando nosotros estamos, ella no está y cuando está, nosotros dejamos de estar).

“Escoge tu campo de manera que sea inundado cada año” (Éste es un consejo sólo aplicable si vives a orillas del Nilo, preferiblemente hace 4.000 años).

Ptahhotep fue visir del faraón Izezi de la V Dinastía. Sus instrucciones están llenas de sabiduría. Son las palabras de un hombre que conoce los corredores del poder y sabe que moverse por ellos no es fácil. Las enseñanzas de Ptahhotep se concretan en prudencia, no seas arrogante, sé obediente y respetuoso con tu superior y comprensivo con tu inferior. Ptahhotep escribe al final de su vida y el inicio de las instrucciones es patético: “… el final de la vida está a la vuelta de la esquina. La vejez ha descendido sobre mí. Viene la debilidad, se renueva la infancia (…) los ojos son pequeños, los oídos sordos. La energía ha disminuido, el corazón no tiene descanso (…) el corazón se ha parado y no se acuerda de ayer. Los huesos duelen en todo el cuerpo (…) Todo el sabor se ha ido. Esto hace la vejez al hombre…” Algunas de las máximas de Ptahhotep:

“No seas orgulloso porque has aprendido. Habla con el ignorante como con el sabio.”

“Si eres un líder, como el que dirige el comportamiento de la multitud, esfuérzate siempre en ser gracioso, que tu conducta no tenga tacha.”

“Si estás entre los huéspedes de un hombre que es más importante que tú, acepta lo que te dé, llevándotelo a los labios.”

“Si has conocido a un hombre de baja clase que ha ascendido, no seas altanero con él por lo que sabes sobre su pasado, sino honra que ha sido ascendido, honra en lo que se ha convertido.”

Kagemni fue otro visir, en este caso del faraón Snofru, que también instruyó a sus hijos sobre cómo manejarse en el pantanal social. Kagemni se habría llevado bien con Ptahhotep. Él también aconseja prudencia y buen carácter:

“El hombre humilde florece y quien obra con honradez es alabado. El sancta santorum se abre al hombre silencioso. Ancho es el asiento del hombre precavido con la palabra, pero el cuchillo está afilado contra quien fuerza la vía, que no avance, salvo en el momento debido.”

“Si te sientas con un grupo de gente, no desees la comida, aunque la quieras. Toma sólo un breve momento refrenar el corazón y es desgraciado ser codicioso…”

“No alardees de tu fuerza entre soldados jóvenes. Cuidado con suscitar pelea, nadie sabe lo que pueda ocurrir, lo que el dios hará cuando castigue.”

“La sátira de los oficios” tal vez sea el texto de instrucciones que nos sonará más familiar. Un padre le dice a su hijo que se aplique en los estudios, que el mejor oficio es el de escriba, que en los demás oficios uno las pasa putas:

“He visto a los que han sido apaleados. ¡Aplícate a los libros! He visto a los que fueron llamados al trabajo. Mira, nada hay mejor que los libros; son como un barco en el agua (…) Es más grande que cualquier otra función [se refiere a la función de escriba]; no existe en la tierra su igual. Cuando aún no es más que un niño, ya comienza a florecer. Se le saluda; es enviado para realizar misiones. Cuando aún no ha alcanzado la edad ya lleva faldellín [o sea que ya porta insignias de rango, mucho antes de lo que le correspondería]. Nunca vi a un escultor como mensajero, ni que un orfebre fuera enviado [lo de ser mensajero o enviado no tenía nada que ver con trabajar para Glovo; era una función de mucho prestigio]…”

Una vez establecido lo genial que es la profesión de escriba, el padre va señalando lo arduo de otras profesiones:

“… He visto al herrero en su trabajo, a la boca de su horno. Sus dedos son como garras de cocodrilo, y apesta más que las huevas de pescado. El carpintero que esgrime la azuela está más fatigado que un campesino; su campo es la madera; su arado es la azuela; su trabajo no tiene fin. Hace más de lo que sus brazos pueden hacer. Aún durante la noche tiene la luz encendida. El joyero golpea con el cincel, sobre todo tipo de duras piedras. Cuando ha terminado de rellenar un ojo, sus brazos están exhaustos, y se encuentra fatigado. Está sentado hasta la puesta de sol, con sus rodillas y espalda encorvadas…”

Aún hay muchos otros textos de instrucciones egipcios, pero me quedo con estos cuatro. Lo que me llama la atención es que dan instrucciones muy de andar por casa, todas dirigidas a lograr el éxito social. Insisten en la buena conducta y defienden una cierta prudencia. A diferencia de los libros de autoayuda contemporáneos, aquí no se trata de ser feliz, ni de estar contento consigo mismo, ni de aplicar el pensamiento positivo. Aquí todo son normas muy prácticas y muy realistas. Como que me quedo con estos manuales de hace 4.000 años, antes que con los libros de autoayuda modernos.

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