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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Los consuelos de la filosofía

Emilio de Miguel Calabia el

Está muy bien que haya filósofos que se devanen los sesos, preguntándose por la naturaleza de la realidad, si existe algo ahí afuera o todo es un producto de nuestras cabezas. También es enternecedor verlos estudiando cómo surge el conocimiento sobre el mundo, cómo funciona nuestra percepción. Y no digamos de la emoción que causa ver a los filósofos haciéndose preguntas éticas, como si es lícito matar en Segovia a otro ser vivo,- pongamos un lechón-, para tener una experiencia gastronómica única. De hecho ya hay un filósofo, Julian Baggini, que se ha hecho esa pregunta en el libro-puzzle filosófico “El cerdo que quiere ser comido: 100 experimentos para el filósofo de salón.”

Pero creo que prefiero a los filósofos que a la manera de los antiguos se preguntaban: ¿qué puedo hacer para ser feliz? Alain de Botton ha recuperado a esos filósofos en el libro “Los consuelos de la filosofía”. Utilizando como puntos de partida a Sócrates, a Epicuro, a Séneca, a Montaigne, a Schopenhauer y a Nietzche, de Botton explora algunas experiencias que todos hemos tenido alguna vez: ser impopulares; no tener suficiente dinero; ver frustradas nuestras expectativas; sentirnos fuera de lugar; no ser amados y hacer frente a las dificultades.

En cada capítulo de Botton comienza trazando la semblanza de uno de los filósofos. Por ejemplo, Sócrates era un tocapelotas, al que le gustaba ir provocando; con unas cuantas preguntas y observaciones sutiles, conseguía forzar al contrario a reconsiderar sus ideas, que muchas veces no eran más que prejuicios poco pensados. Epicuro no era el hombre sensual y hedonista que asociamos al adjetivo “epicúreo”, sino que para él la felicidad se resumía en estar rodeado de unos cuantos buenos amigos, gozar de libertad y tener ropa, comida y morada, sin necesidad de que ninguna de esas tres cosas fuese lujosa. Séneca no fue el arribista que describe Antonio Gala en “Séneca o el beneficio de la duda”, sino un hombre honesto, al que la fortuna tan pronto le encumbró como le pisoteó y que sobrellevó esos avatares con ecuanimidad. Montaigne fue un pensador escéptico y un tanto desengañado del mundo, que se había dado cuenta de que donde quiera que vayas te encuentras con los mismos capullos; sólo cambia la tez. Para lo que había que ver, Montaigne optó por una vida solitaria, rodeado de sus libros y sus pensamientos. Schopenhauer era un hombre taciturno y un tanto pesimista, que opinaba que “la existencia humana debe de ser un tipo de error” y que pensaba que el amor era una añagaza de la naturaleza que hacía que nos sintiéramos atraídos por personas que nos complementaban físicamente y compensaban nuestros defectos, de manera que nuestra progenie fuera más armónica. Con estos antecedentes, no es de extrañar que su vida amorosa se limitase a su perrita. Finalmente está Nietzche, que buscaba una vida plena y terminó fracasando en el amor y perdiendo la cordura, lo que no sé si es una buena carta de presentación para su filosofía. Para cualquier filosofía.

Creo que el elenco de filósofos está bien escogido, aunque Schopenhauer y Nietzche me caen un poco gordos. Me parece que soy demasiado optimista como para que me atraiga la frase: “Mucho se habría ganado si por medio de consejos e instrucción a tiempo se hubiera podido erradicar de la mente de los jóvenes la noción errónea de que el mundo tiene mucho que ofrecerles” (Schopenhauer). En cuanto a Nietzche, sus escritos me atraen, pero cuando examino su vida… ¿de qué sirve crear un sistema filosófico magnífico, si llevas una vida de mierda? Puede que la filosofía de Epicuro fuera menos original y brillante que la de Nietzche, pero le ayudó a llevar una vida equilibrada y feliz.

En cuanto a los temas escogidos, creo que de Botton ha sabido elegir entre las grandes cuestiones que nos hacen la vida miserable en esta época neurótica que nos ha tocado vivir. Y si de esas grandes cuestiones tuviera que quedarme con una sola, elegiría la decepción de ver frustradas nuestras expectativas.

Para nuestros antepasados, las expectativas se reducían a que las lluvias llegasen a tiempo y las cosechas no se malograsen, porque de otra manera te morirías de hambre, a que no hubiera una razzia de piratas berberiscos que te hicieran prisionero y te llevaran como esclavo a Árgel, y a que de diez hijos que tuvieras, al menos cuatro sobrevivieran hasta la madurez. En nuestra época hipermimada e hiperprotegida, te hacen creer que naces con derecho a todo y que todas tus expectativas tienen que cumplirse. La mentalidad la ejemplificó a la perfección un político español hace unos años cuando dijo que si un chaval tenía la ilusión de ser médico, por qué se le iba a arrebatar por el simple hecho de que no tuviera la media necesaria para entrar en la Facultad de Medicina. No me extraña que en esta época sea cuando hay más gente intentando no envejecer o incluso no morirse (sí, como suena, entre las grandes ideas que circulan está la de insertar tu cerebro en otro organismo o la de la criogenización para que te puedan resucitar cuando haya cura para la enfermedad que te llevó de este mundo cruel). En fin, delirios que se resolverían leyendo un poco más a Séneca y a Alain de Botton.

 

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