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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La conectividad (3)

Emilio de Miguel Calabia el

No hay iniciativas creíbles sin financiación. El AIIB

Uno sabe que un plan va en serio cuando el promotor pone dinero; y sabe que está pensando en el largo plazo cuando crea una institución. Esa institución fue el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB, por sus siglas en inglés), que Xi Jinping ya propuso durante la Cumbre de APEC en Bali en 2013. Parte del atractivo del Banco para muchos países en desarrollo era que ofrecía financiación para sus proyectos sin todas las pamemas y las cautelas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.

El AIIB era mucho más que un banco. Era un proyecto geopolítico. Durante muchos años China se había quejado de que su posición en el Banco Mundial y en el FMI no se correspondía con su verdadero poderío económico (su cuota era del 6,40%, la tercera en importancia; EEUU tiene el 17,43%). Ahora había creado un banco que buscaba rivalizar con las instituciones de Bretton Woods y en el que ejercería un poder semejante al que EEUU ejerce en dichas instituciones. China tiene el 27% de la participación del banco, a gran distancia del segundo participante, que es la India con el 7,6%. Esa participación le permite de facto un derecho de veto en determinadas cuestiones que requieren una supermayoría del 75% y dos tercios de los miembros. Algunas de estas cuestiones son la aprobación de la membresía de un nuevo miembro, el aumento del capital y los cambios en el tamaño o la composición del órgano ejecutivo. El capital total del Banco es de 100.000 millones de dólares, de los que China contribuye la mitad. Esto representa un tercio del capital del FMI.

EEUU, que entendió la significación geopolítica del Banco, optó por no ingresar e incluso pidió a sus aliados que no se adhirieran tampoco. El gran golpe vino cuando su aliado más estrecho, el Reino Unido, se unió al AIIB en mayo de 2015. A la postre, el único aliado de peso norteamericano que optó por quedarse fuera fue Japón.

Menos conocido que el AIIB es el Fondo de la Ruta de la Seda, que se creó en diciembre de 2014 con un capital de 40.000 millones de dólares. El 65% del Fondo lo aportó la Administración Estatal de Cambio de Divisas, dependiente del Banco Central de China. El resto del capital fue aportado por la China Investment Corporation, el Export-Import Bank of China y el China Development Bank. Su finalidad era coadyuvar a las políticas y prioridades de la IFR. Algunas de sus operaciones han sido: inversión de 1.650 millones de dólares en el proyecto hidráulico de Karot en Pakistán, como parte del Corredor Económico China-Pakistán; adquisición el 9,9% del proyecto ruso Yamal de gas natural líquido; adquisición del 5% de Autostrade de Italia, el principal concesionario de autopistas del país. A pesar de su vinculación con la IFR, da la impresión de que parte de sus operaciones responden más bien a la misma lógica de inversiones estratégicas de otros fondos soberanos.

Aparte del Fondo de la Ruta de la Seda, existen otros Fondos de carácter regional que no están necesariamente vinculados a la BRI, pero que a menudo invierten en infraestructuras. Son el China-ASEAN Investment Cooperation Fund y el China-CEE Investment Cooperation Fund, para Europa Central y Oriental.

La presentación en sociedad de la IFR

La IFR tuvo su presentación en sociedad los días 14 y 15 de mayo de 2017 en Pekín, donde se celebró el primer Foro de la IFR. El objetivo del Foro, en palabras del Vicepresidente de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma era crear “una plataforma de cooperación internacional más abierta y eficiente, una red de partenariado más fuerte y estrecha e impulsar un sistema de gobernanza internacional más justo, razonable y equilibrado.” Inevitablemente bastantes vieron en este Foro un intento de remodelar el orden internacional bajo el liderazgo chino.

Entre los logros tangibles del Foro cabe citar el alineamiento de los planes de infraestructuras de Laos, Camboya y Hungría con el BRI, la firma de varios acuerdos económicos con China por parte de los EEMM de ASEAN, acuerdos energéticos con Arabia Saudí, Azerbaiyán y Rusia, un Tratado de libre comercio con Georgia, un acuerdo con Pakistán para construir un aeropuerto en Gwadar, la constitución de un fondo de inversión conjunto con Rusia para proyectos regionales…

Al término del Foro se emitió un comunicado conjunto, redactado en tales términos que permitía soñar con un futuro de cooperación y desarrollo, medioambientalmente sostenible. Efectivamente, el comunicado defendía la globalización y el libre comercio, se oponía a toda forma de proteccionismo, en línea con la normativa de la OMC. En cuestiones medioambientales la BRI se guiaría por el Acuerdo de París y la Agenda 2030. El documento anunciaba la intención de extender la BRI a África y a Latinoamérica.

Del 25 al 27 de abril de 2019 se celebró el Segundo Foro de la Iniciativa de la Franja y de la Ruta, en el que estuvieron representados más de 150 países. Para entonces la Iniciativa se había concretado más y se había extendido a todo el planeta. China había aumentado el nivel de ambición de la Iniciativa y había pasado de hablar de desarrollo económico a referirse a una comunidad de destino compartido de la Humanidad.

Pero más allá de los comentarios laudatorios, surgieron las primeras críticas serias. La principal era la de que varios de los participantes habían caído en “la trampa de la deuda”, esto es habían realizado proyectos de infraestructuras sobredimensionados que no podían pagar. El caso paradigmático era el del puerto de Hambantota en Sri Lanka. El puerto no era económicamente viable y el gobierno srilankés tuvo que acabar permitiendo que la compañía china China Merchants Port se hiciera con una participación del 70% en el puerto y que lo arrendase por 99 años. La discusión es si esta trampa de la deuda había sido activamente perseguida por China o si era un resultado de malas decisiones de los gobiernos afectados, en un contexto de abundancia de liquidez internacional semejante al que ocurrió con los petrodólares a finales de los 70 y comienzos de los ochenta.

Otras críticas que se habían formulado eran: corrupción en varios de los proyectos, algo que ha ocurrido desde siempre en los grandes proyectos de infraestructuras, sobre todo en países de instituciones débiles; impacto medioambiental. Algo que habían apreciado muchos de los gobiernos beneficiarios era que no se les pedían requisitos medioambientales tan exigentes como, por ejemplo, en el caso del Banco Mundial. Vale, pero a la larga eso tiene un coste; opacidad; mientras que la Iniciativa había hablado en sus inicios mucho de win-win, algunos señalaron que los beneficios iban más bien para China a expensas de sus socios.

Consciente de esas críticas, China quiso demostrar que la IFR era capaz de cambiar para tomarlas en consideración. Ahora en los discursos oficiales aparecieron nuevos conceptos: “desarrollo de calidad”, “innovación”, “verde”, “infraestructuras de alta calidad y “sostenibilidad”. China elaboró un Marco Sostenible de Deuda para los Países que participan en la BRI y anunció que haría la BRI más sostenible en términos financieros y medioambientales.

 

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