Emilio de Miguel Calabia el 14 feb, 2020 Me encantaría poder decir que “España. Un relato de grandeza y odio” de José Varela Ortega me ha encantado. Pero no puedo. Se trata de un libro sobre la imagen de España en el mundo desde el siglo XVI, que derrocha esfuerzo y erudición. Lo que lo echa a perder es la estructura errática que ha escogido el autor para presentar sus materiales, así como las repeticiones que abundan sobre todo en la segunda mitad del libro. Para empezar, sospecho que el título del libro fue idea de su peor enemigo. “España. Un relato de grandeza y odio” suena muy poco eufónico. Además “grandeza” y “odio” son dos términos que casan mal. Yo habría optado por un título más pedestre, pero que refleja mucho mejor el contenido del libro: “La imagen de España a través de los siglos”. Y si parece un poco insípido, le habría añadido como subtítulo: “Cinco siglos de collejas y de aplausos”. La primera parte del libro, titulada “Admiración y confrontación: el español militante (1479-1680)”, es sin duda la mejor. En ella cuenta cómo tras la conquista de Granada, España se convirtió en el país de moda. Después de la caída de Constantinopla y de las correrías de los turcos por los Balcanes, la Europa cristiana finalmente tenía una victoria que exhibir frente al Islam. A la conquista de Granada seguirían el descubrimiento, exploración y conquista de América, que otorgarían a España la consideración de país que no se arredraba ante nada. Más tarde, España se convertiría en el núcleo del Imperio de Carlos V y pasaría el siguiente siglo y medio embarcada en la aventura imperial de los Habsburgos. Se ha dicho que la participación en los sueños habsburgos y en sus guerras fue un desastre para España. Algo de eso hay. Pero también cabe decir que las élites españolas se incorporaron plenamente al proyecto imperial habsburgo y lo vieron como propio. Si la revuelta de las Comunidades hubiera triunfado, otro gallo nos hubiera cantado. Pero no triunfó y hay otro hecho que a menudo se olvida: fue una revuelta de ciudades, burgueses, mercaderes y nobleza menor. La alta nobleza escogió el bando de Carlos I y se identificaría plenamente con su ideología y sus planes hasta el final de la dinastía de los Habsburgo. Acostumbrados a mirar a Europa desde abajo y con complejo de inferioridad, no somos conscientes de que en el siglo XVI éramos el país que más molaba de la Cristiandad. La Biblia Políglota Complutense se adelantó en 25 años a la Biblia alemana de Lutero. Plutarco, Séneca y los mejores clásicos latinos y griegos se tradujeron al español antes que al francés. En las universidades castellanas se matriculaban 25.000 estudiantes al año y lo que se escribía en Salamanca y en Alcalá tenía relevancia mucho más allá de nuestras fronteras. Obras como “Don Quijote” y “La Celestina” se convirtieron en best-sellers a escala continental. Shakespeare necesitó de muchos más años que Cervantes para que su fama traspasase las fronteras de su nación. El español era el idioma de moda en Europa. En las paces de Westfalia y de Nimega, que sellaron el fin de nuestras ambiciones hegemónicas, el español fue el principal idioma de comunicación. Durante los siglos de Oro, no sólo nuestros artistas eran muy solicitados, sino que eran muchos los artistas extranjeros que deseaban trabajar en España y para la Corona española. Una familia de arquitectos de Colonia completó algunas obras de la catedral de Burgos. El escultor de Amberes Gil de Siloé esculpió el retablo de la cartuja de Miraflores. Plateros alemanes e italianos trabajaron en Valencia. El escultor italiano Leone Leoni, el escultor borgoñón Philippe Bigarny, el Greco, Tiziano… son otros tantos nombres que trabajaron en España. La grandeza genera envidias y más cuando esa grandeza va acompañada de un contenido ideológico muy fuerte. España se convirtió en el baluarte del catolicismo frente a la Reforma y se convirtió en el enemigo a batir para los protestantes. La propaganda ha existido siempre. Alguno de los libros del Viejo Testamento es una obra propagandística contra los asirios y César escribió “La Guerra de las Galias” para ensalzarse y dar algunos capones a sus enemigos políticos. La diferencia es que en el siglo XVI existía la imprenta. La campaña propagandística protestante contra España, que daría lugar a la Leyenda Negra, tuvo un éxito arrollador. Tanto, que todavía hoy se sigue recurriendo a ella, cuando se quiere atacar a España, lo que es un poco como sacar a colación la matanza de hugonotes en la Noche de San Bartolomé de 1572 cada vez que los agricultores franceses vuelcan un camión español cargado de fruta. El libro “La destrucción de las Indias” del padre Bartolomé de Las Casas fue uno de los grandes argumentarios de la Leyenda Negra. La destrucción de los indios norteamericanos y el sometimiento de los indios de la India, que también sería merecedor del nombre de “destrucción”, no generaron una Leyenda Negra equivalente. Asimismo, una cosa que se olvida, y de lo que dan prueba el libro de de Las Casas, las Leyes de Indias y la Junta de Valladolid de 1550 y 1551, es que los españoles hicieron algo que casi ningún imperio ha hecho: preguntarse por la ética y la justificación de lo que estaban haciendo en América. Otra base de la Leyenda Negra sería la actuación de España en la rebelión de Flandes. La “Apología” de Guillermo de Orange sería un elemento clave para la imagen de un Felipe II, y ya de paso la Corona española, tiránico y cruel. Otros elementos clave serían la ejecución del Conde de Egmont,- un inmenso error político-, y el saco de Amberes a cargo de soldados amotinados de los Tercios a los que se debían las soldadas. Por cierto que de esos soldados, sólo en torno al 10% eran españoles. La Leyenda Negra creada por los holandeses tuvo además ventajas adicionales para ellos. La primera fue hacer olvidar que Guillermo de Orange se había rebelado contra su señor natural, algo que en el contexto de la época era muy serio. Poniendo a Felipe II de ocupante extranjero, tirano y cruel, la cosa cambiaba. La segunda ventaja fue ocultar el hecho de que la rebelión de Flandes, sobre todo en sus primeros compases, fue una guerra civil entre flamencos atizada por los conflictos religiosos. Si España pudo conservar a la postre los estados flamencos del sur, origen de la actual Bélgica, fue porque su población católica la apoyaba y prefería el dominio español al dominio de los calvinistas del norte. Y algo de razón tenían, porque la Leyenda Negra ha oscurecido las brutalidades del bando holandés, que las hubo, y muchas. Un elemento clave de la Leyenda Negra sería la atribución a la Monarquía española de ambiciones hegemónicas y de dominio del mundo. Aquí hay que reconocer que algo de razón tenía la Leyenda. El ideal de Carlos I había sido el de una Cristiandad unida bajo la guía del Emperador. Aunque no ambicionase ocupar territorios ajenos, en un mundo donde las viejas lealtades medievales se estaban quebrando y cada uno quería ser soberano en su propia casa, no dejaba de ser algo que inspiraba temor. Felipe II, como buen Monarca habsburgo, sólo aspiraba a conservar sus dominios patrimoniales y, si acaso, a acrecentarlos con aquéllos a los que tuviera un justo título como la Corona de Portugal. La idea de que lo que a él le parecía de justicia a otros les pareciese una amenaza imperialista, no creo que se le pasase por la cabeza. Españoles y partidarios de la Casa de los Habsburgo tenían la enojosa tendencia a escribir panegíricos y poemas que alimentaban la idea de una dinastía que se proponía mandar sobre todo el orbe. Desde el siglo XV el lema de los Habsburgo había sido A.E.I.O.U. (Austriae Est Imperare Orbi Universo- A Austria le corresponde mandar sobre el universo mundo; aquí hay que entender Austria como una referencia a la dinastía, no al país). El gran consejero de Carlos I, Mercurino de Gattinara, decía que a éste le correspondía lograr la unidad cristiana por medio de una “monarquía universal”. Hernando de Acuña, en honor a la victoria de Lepanto, escribió un poema donde dice: “… y anuncia al mundo para más consuelo/ un monarca, un imperio y una espada”. En “El diablo cojuelo” de Vélez de Guevara, un español le espeta a un francés: “guerra contra todo el mundo (…) para ponerlo todo él a los pies del rey de España”. Una pregunta que me hago y que no veo respondida en el libro es cómo nos dejamos ganar por goleada la batalla de la propaganda. Pienso que, para empezar, los monarcas habsburgo tardaron mucho, demasiado, en darse cuenta del enorme poder de la imprenta para crear opinión pública. Ellos eran más de tratadistas sesudos y razonables que se dirigían a otros tratadistas sesudos y razonables. No entendieron que con la invención de la imprenta habíamos entrado en la prehistoria de las redes sociales y de las fake news y que cualquiera podía ahora imprimir un par de miles de panfletos y diseminarlos por toda Europa. En esta parte de libro, he hecho algunos descubrimientos históricos curiosos, de los que no era consciente. Por ejemplo, que uno de los grandes temores de la Corona era que los conquistadores feudalizasen América. Las Leyes de Indias no sólo buscaban proteger a los indios. También trataban de juridificar la conquista y asegurar el control de las tierras conquistadas por parte de la Corona. En “Empires of the Atlantic World: England and Spain in America”, J. H. Elliott afirma que los esfuerzos de los Austrias por fiscalizar lo que ocurría en América dejaban mucho que desear, sobre todo con los Austrias Menores. Con Carlos III, en la segunda mitad del siglo XVIII, Madrid conseguiría imponer más eficazmente su control sobre las Indias. Elliott señala que, en parte, ese mayor control fue uno de los factores desencadenantes del proceso emancipador. El cine y las novelas nos han vendido que en los siglos XVI y XVII había unos piratas, generalmente ingleses, muy fieros, pero con su propio código de honor, que una día sí y otro también capturaban navíos españoles dirigidos por capitales engreídos y obtusos. Pues va a ser que no. Trafalgar y los desastres de Cavite y Santiago de Cuba nos han hecho olvidar que durante muchos siglos la Armada española era un enemigo a temer y que era capaz de defender el comercio atlántico español con bastante éxito. Varela Ortega cuenta, por ejemplo, que entre 1555 y 1598 más de tres mil buques españoles cruzaron el Atlántico en ambos sentidos. De éstos se perdieron doscientos (menos del 10%); y de los 200 perdidos, no más de cuarenta lo fueron por acciones enemigas. Es decir, que los piratas apenas consiguieron capturar más del 1% de los navíos españoles. Historia Tags HabsburgoHistoria de EspañaJosé Varela OrtegaLeyenda NegraPiratasRebelión de Flandes Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 14 feb, 2020