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El orden mundial (4)

Emilio de Miguel Calabia el

A continuación, Kissinger trata el continente mayor y más diverso de todos, Asia. Asia es una realidad demasiado compleja como para darle un tratamiento conjunto. Lo mejor es considerarla según las regiones geográficas y culturales en las que está dividida naturalmente. De este a oeste, tendríamos en primer lugar el mundo sínico, compuesto por China, la Península Coreana y Japón. Al suroeste tendríamos los once países del Sureste Asiático, donde la cultura india y la china se entremezclan y se les suman los aportes del colonialismo europeo. Al oeste del Sureste Asiático está el mundo índico, donde se entremezclan la riquísima civilización india con las aportaciones musulmanas que recibió, sobre todo a través de Persia. Y finalmente, al oeste del continente, enclaustrado, está el mundo túrquico del Asia Central.

Es en Asia donde los principios westfalianos han arraigado con más fuerza. A diferencia de África Subsahariana, aquí ya había Estados cuando llegaron los europeos. Cuando Asia recuperó su independencia, los viejos Estados volvieron a su ser con fuerza renovada. Mientras que en Occidente hemos pasado por etapas en las que se defendía que el Estado era un instrumento de opresión per se y que había que abolirlo (anarquismo, marxismo) o bien que el Estado irá convirtiendose en algo residual ante la fuerza de los mercados y las corporaciones, en Asia el Estado es lo que estructura a la nación y de ahí dimanan naturalmente ideas como que hace falta una cierta intervención del Estado en la economía, que la seguridad nacional es un valor que está por encima de todos los demás, incluidos los Derechos Humanos, y que el principio de no ingerencia en los asuntos internos de otro Estado es la clave de bóveda del sistema internacional.

De los Estados de Asia, Kissinger se queda con tres para analizar su geopolítica: la India, Japón y, como no, China.

Históricamente la India ha sido una difusora cultural, pero no una conquistadora. Sus grandes dinastías limitaron su alcance político al territorio enmarcado por sus fronteras geográficas: las selvas bengalíes del este y los Himalayas en el norte. Cuando la India fue conquistada, los conquistadores siempre vinieron del Asia Central y muy pronto se vieron hinduizados. La excepción fueron los ingleses, que llegaron por el mar y que se mostraron absolutamente impermeables a la cultura india.

La India vivió su acceso a la independencia como una victoria moral. Había forzado la salida de los ingleses mediante acciones basadas en una ética de la no violencia. Sintió que esto le daba una autoridad moral para probar una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo, algo que se concretó en el Movimiento de los No-Alineados MNA). El MNA pudo verse como una iniciativa superior éticamente, que intentaba ofrecer a los países recientemente independizados una vía independiente de los juegos de poder de suma cero que se traían EEUU y la URSS. Esta vía, además, ofrecía a la India algo que valoraba mucho: libertad de maniobra; no tenía que acompasar sus movimientos a lo que hiciera bien la URSS o bien EEUU.

Con el final de la Guerra Fría, la India ha entendido que la tercera vía que le servía en el conflicto bipolar, ha perdido su eficacia. En un mundo que parece caminar hacia la multipolaridad, la India tiene que aspirar a convertirse en uno de los polos emergentes. Esto implica en primer lugar asegurar la hegemonía sobre el que es su espacio natural: el Subcontinente indio e islas adyacentes (Sri Lanza y Maldivas). Esta hegemonía se ve amenazada por el conflicto enquistado con un Pakistán aliado a China y por las intromisiones de China en su espacio natural. Pero la India tiene potencial para ser mucho más que un hegemón en el Subcontinente indio y ya está comenzando a desarrollar una estrategia más amplia que abarca el Indo-Pacífico, un concepto geográfico emergente, que podría llegar a desplazar el más tradicional de Asia-Pacífico.

Japón es un caso excepcional en Asia: no sólo logró evitar ser colonizado por Occidente, sino que realizó autóctonamente una serie de reformas que le permitieron ser admitido entre las grandes potencias occidentales como una más de ellas, a pesar de las diferencias culturales y raciales. Japón aprovechó el debilitamiento de las potencias europeas producido por la I Guerra Mundial para intentar convertirse en el hegemón asiático y crear un orden geopolítico en Asia que expulsase a las potencias coloniales europeas. Demasiada ambición para sus capacidades reales. La historia terminó con su claudicación sobre la cubierta del buque de guerra norteamericano USS Missouri.

Japón supo reinventarse tras su derrota (para quienes quieran ver el proceso de reinvención, les recomiendo el libro “La soledad del país vulnerable” de Florentino Rodao) y aceptar el predominio norteamericano y su propia desmilitarización. Los ejes de su política exterior fueron: 1) La alianza con EEUU, que garantizaría la seguridad de Japón; 2) Como consecuencia de 1), la desmilitarización y la renuncia a la guerra; 3) La revitalización económica, que se convertiría en la punta de lanza de la influencia japonesa en el mundo, una vez que la vía del militarismo había fracasado.

Kissinger señalaba en 2014 que ante el riesgo de una retirada norteamericana de la región, el auge de China y la amenaza de Corea del Norte, Japón debería optar entre tres caminos: 1) Seguir enfatizando la alianza con EEUU; 2) Adaptarse al auge de China, lo que podría implicar una política más sinófila y menos pro-occidental; 3) Desarrollar una política exterior propia. La política errática de la Administración Trump en Asia-Pacífico ha mostrado los riesgos de poner todos los huevos en la canasta de la alianza con EEUU. El Primer Ministro Shinzo Abe sin abandonar del todo la opción 1), entre 2012 y 2020 (fecha en que dimitió por problemas de salud) trabajó claramente y con cierto éxito por la opción 3).

Como no podía ser menos, Kissinger dedica un capítulo entero a China. Kissinger tiene una relación especial con China. Fue el artífice de la genial jugada geoestratégica por la que EEUU arrastró a la China comunista a su órbita y la alistó en su rivalidad con la URSS. Dicen que Richard Nixon, el Presidente que auspició esa política, en sus últimos años se preguntaba si abriendo China, EEUU no habría creado un monstruo de Frankenstein. Y sí, hay veces que un éxito geoestratégico en el corto plazo puede revelarse en un desastre en el largo. Pero, bueno, Kissinger sigue pensando que fue una buena idea y que al final la cooperación prevalecerá sobre la rivalidad.

China se ha concebido tradicionalmente a sí misma como el país que está en el centro y en torno al cual orbitan todos los demás. A diferencia de otros imperios, China no basaba su hegemonía en el poderío militar, sino en la superioridad de su civilización que, asumía, todos sus vecinos trataban de emular. El sistema geopolítico patrocinado por China aspiraba a la universalidad: todas las naciones, por muy alejadas que estuvieran, formaban parte del mismo y tenían que aceptar la superioridad del Emperador chino.

Kissinger se pregunta cómo un país con esa tradición geopolítica puede compaginarse con EEUU y cómo gestionarán las relaciones una potencia establecida (EEUU) y otra en ascenso (China). En “Destined for War” Graham Allison ha mostrado que ese tipo de rivalidad terminó en guerra en 12 de los 16 casos que analiza, ocurridos en los últimos 500 años. Kissinger procura mantener el optimismo y recuerda cómo los presidentes Bush y Obama acordaron son sus homólogos chinos crear un partenariado estratégico en el área pacífica para preservar el equilibrio de poder y reducir las amenazas militares. Kissinger concluye el capítulo con una mezcla de buenos deseos y de admonición: “El orden siempre requiere un equilibrio sutil entre la contención, la fuerza y la legitimidad. En Asia, debe combinar el equilibrio de poder con un concepto de partenariado. Una definición puramente militar del equilibrio conducirá a la confrontación. Un acercamiento puramente psicológico al partenariado despertará temores de hegemonía. Un hombre de estado sabio debe intentar encontrar ese equilibrio, pues fuera de él, el desastre acecha”.

Sería interesante preguntarle a Kissinger por sus pensamientos al respecto en 2021. EEUU no tuvo al frente a un hombre sabio, sino a uno que optó claramente por el enfrentamiento. Pero la opción de Trump por el enfrentamiento no fue una venada que le dió, sino que responde a una visión que se ha impuesto entre muchos decisores en EEUU, que ven cada vez más a China como a un rival. La rivalidad entre China y EEUU es estructural y va mucho más allá de la opinión de una sola persona.

 

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