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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Chandler como escritor

Emilio de Miguel Calabia el

Chandler se estrenó como escritor profesional a los 45 años, escribiendo relatos policiacos para revistillas baratas. Esas revistillas se denominaban “pulp magazines” porque estaban hechas de pulpa de madera. Las revistillas, el material de que estaban hechas y sus lectores no valían gran cosa. El lector medio de aquellas revistas sólo buscaba escapismo, una historia que le atrajese mientras tuviese la revista abierta y de la que olvidarse apenas la hubiera cerrado. Lo lógico habría sido que Chandler se convirtiera en algo así como el émulo lobotomizado de Pérez-Reverte y sin la ironía de éste. En su lugar se convirtió en el padre de la novela negra.

Creo que hubo dos cosas que influyeron para que Chandler se convirtiera en un gran escritor, a pesar de haberse iniciado en un género menospreciado y escribiendo para un público poco selecto. La primera, pienso, fue su educación clásica. Ahora que se insiste tanto en educar a los niños para que se integren en el mercado laboral, yo creo que la mejor educación era la clásica. Traducir la “Odisea” del griego clásico, te prepara mucho mejor para la vida y para ser persona que saber lo que es el umbral de rentabilidad, que es una cosa que parece muy importante, pero que es algo tan tonto como saber que mientras lo que ganes en un negocio no se iguale con lo que te cuesta, vas a perder dinero. Eso lo entiende hasta mi abuela. ¿Pero quién es el guapo que sabría manejar a Circe si se le apareciera delante?

La segunda es el estilo. El estilo es algo a lo que Chandler daba mucha importancia. Es algo con lo que se nace o no se nace. Los talleres de escritura están para aportar herramientas y ayudar a pulirlo, pero si has nacido sin estilo, más vale que te apuntes a un taller de mecánica del automóvil y que ni pierdas tu tiempo, ni se lo hagas perder a tus profesores.

Existe un largo párrafo en una de sus cartas, en la que Chandler se explaya sobre el estilo: “Lo más duradero en el arte de escribir es el estilo, y el estilo es la mejor inversión que un escritor puede hacer con su tiempo (…) el escritor que estampa su marca individual en su forma de escribir siempre será rentable. No puede hacerlo intentándolo, porque la clase de estilo a que me refiero es una proyección de la personalidad y es preciso tener una personalidad antes de poder proyectarla. Pero en el supuesto de que la tenga, sólo podrá proyectarla sobre el papel pensando en otra cosa (…) Corregir y pulir una y otra vez no producirá un efecto apreciable en el modo de escribir de un escritor. Se trata del producto de la calidad de su emoción y su percepción; es la habilidad de trasladarlas al papel lo que le convierte en escritor…” Hay algo taoísta en este concepto: para plasmar el estilo, hace falta no intentarlo, no esforzarse, dejar que fluya espontáneamente.

Otra frase que me gusta de Chandler es ésta: “Es preciso tener pasión. La técnica sola no es más que un guante de cocina bordado.” Ciertamente, pero el guante de cocina sigue siendo necesario para sacar la novela cocinada del horno. Este aparente desprecio de la técnica se compadece mal con los esfuerzos que Chandler hizo en sus inicios para aprenderla.

Leonardo Padura, quien, por cierto, también escribe novelas policiacas, comentaba en una entrevista suya que leí que “escribir libros es muy difícil y muy jodido”. Yo añadiría que aprender a escribirlos lo es aún más y al ejemplo de Chandler me remito. Chandler había seguido en su juventud un curso por correspondencia de redacción de cuentos cortos. O sea, que la técnica sí que le importaba algo. Cuando decidió convertirse en escritor profesional de novelas policiacas su máxima fue: “Analiza e imita.” Leyó mucho e imitó todavía más. Una manera de aprender que utilizó fue la de hacer una sinopsis muy detallada de un relato que le hubiera gustado y escribirlo entonces a su manera. Otra manera consistía en escribir un relato y compararlo con el trabajo de los profesionales para ver si había conseguido los mismos efectos y el mismo ritmo. Después de la comparación, lo volvía a escribir.

Resulta irónico que Chandler comenzase escribiendo un género, el de la novela policiaca, al que llegó a despreciar y cómo a partir de ese desprecio, creó un género nuevo, el de la novela negra. Chandler era muy crítico con la novela a la Agatha Christie: se cogen unas cuantas personas de la alta sociedad, se coloca un cadáver en medio y se arma un puzzle, que el lector siempre será incapaz de volver a montar porque se le ha hurtado alguna pieza clave.

Chandler aprendió de Hammett a escribir novela negra. Antes que él, Hammet ya había descubierto que la novela policiaca transformada podía servir para hacer crítica social. Chandler comentó que Hammett devolvió el relato policiaco “a la gente que lo comete por alguna razón, no sólo para suministrar un cadáver.”

Sin embargo, a la larga, Chandler superó con mucho a Hammett. Para empezar, Philip Marlowe es un personaje más redondo y más interesante que Sam Spade. Hammett y Chandler, cada uno por su lado, hizo el descubrimiento de que la novela negra vale lo que vale su protagonista. Son novelas que se construyen en torno a un personaje, que suele ser el investigador privado. Si falla el personaje, la novela se viene abajo. El estilo de Chandler, que además era especialmente bueno en la creación de diálogos, es superior al de Hammett.

Es interesante que Chandler hubiese empezado con un género que era considerado menor y que quisiese, y lograse, convertirlo en otra cosa, en algo muy próximo a la gran literatura, a la que seguramente quería alcanzar. En marzo de 1939 escribió un plan literario de lo que quería realizar en los próximos años. La parte del león se la llevaban obviamente hasta cuatro novelas policiacas que quedaron en proyectos. Pero el plan también incluía una novela melodramática que habría llevado el título de “English Summer”, así como varios relatos fantásticos. Sólo cabe lamentar que este plan nunca se llegase a realizar. Habría sido fascinante una novela no negra de Chandler.

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