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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Pratityasamutpada (1): Desde el estrado

Emilio de Miguel Calabia el

Elevado medio metro, veía las cabezas de los estudiantes según salían de la meditación. Greñas, canas, calvas… Eran muchos años de ver cabezas y de no saber lo que había dentro. El mundo está repleto de cabezas con las que nos cruzamos cada mañana y sobre cuyo interior lo ignoramos todo, salvo que albergan mucha gilipollez. Igual que la nuestra.

¿Qué tal ha sido la meditación?- Era la pregunta de cada sesión. La había formulado ya tantas veces que cada vez le importaban menos las respuestas. De hecho al cabo de unos cuantos retiros, uno tenía la sensación de haber oído todas las respuestas posibles. Incluso la del listillo que había leído mucho zen y creía que el budismo vajrayana iba de lo mismo y le respondía: “El sonido de una palmada dada por una sola mano”. Bueno, en el fondo el budismo zen y el vajrayana iban de lo mismo, pero es como ser del Real Madrid o del Barcelona. Los dos juegan con las mismas reglas, pero si eres del Real Madrid, quieres que gane el Real Madrid. Bueno, tampoco era una comparación adecuada, porque las escuelas budistas predican el mismo Dharma en última instancia y tampoco es cosa de ponerse zancadillas, pero reconocía que los monjes zen japoneses que había conocido, le ponían un poco de los nervios, con sus cabezas tan rapadas,- los monjes tibetanos también se las rapan, pero menos bien-, sus sonrisas, sus cortesías y su manera de convertir todo lo ordinario en algo excepcional.

Cuando empezó a aburrirse de las respuestas de los estudiantes, que hacía un rato que había dejado de atender, dijo con tono afirmativo: “Bien”. Y después de una pausa, pensada para que reflexionasen sobre si ese “bien” había querido significar “bien, bien, bien” o “bien, pero podríais hacerlo mejor”, añadió: “¿Alguna pregunta?”

Un brazo se levantó. Era Baltasar, un jiennense de cuarenta años, soltero y pesado como él solo. Era al resto de la Sangha lo que la cabra de la Legión es a los legionarios. “¿Sí?”, le invitó a que formulase la pregunta, cuando hubiera querido decirle que, después de tres horas de sesión y a punto de terminar la jornada de la mañana, uno no hace preguntas, sino que se levanta, va hacia la puerta, se calza los zapatos, hace un pis por si acaso, se lava las manos y se va al refectorio, que el gazpacho ya está esperando.

No tengo muy claro eso del patatitasamupada que explicó ayer.

Mentecato. En lugar del pratityasamutpada deberías preguntarme lo que hay que hacer para espabilar. No, esa pregunta es demasiado complicada para ti. Mejor, pregúntame cómo se liga, que tienes cara de seguir virgen todavía. 

Te refieres a pratityasamutpada, la cadena del surgimiento interdependiente, ¿verdad?

Sí. Es que el nombre nunca se me queda.

No me extraña. Lo raro es que hayas conseguido memorizar tu número del DNI, porque… lo tienes memorizado, ¿no?

El surgimiento interdependiente es una de las principales enseñanzas de Buda. La idea base es que todos los dharmas tienen su origen en otros dharmas. A través de doce eslabones, Buda nos enseña cómo es la cadena que nos ata al samsara y que nos hace renacer. Rompe la cadena y habrás alcanzado la liberación.

Mientras lo decía, se sintió pomposo. Llevaba muchos meses ya sintiéndose engolado y engreído, pensando que repetía las mismas cosas una y otra vez, que era como un disco rayado. No sabía porqué su lama le dijo que estaba listo para enseñar. No, no lo estaba. Ni tan siquiera estaba listo para ser persona. No pasaba de ser un neurótico más, como el resto de sus estudiantes. 

¿Cuáles son esos doce eslabones?

Hubiera debido prever esa pregunta. Los tontos siempre quieren saber todos los detalles, menos la enseñanza fundamental: ¿cómo hago para ligar? Porque sí, con esa cara, seguro que ése es tu principal problema en la vida. Sumérgete primero en el samsara y cuando estés medido en él hasta las trancas piensa en cómo salir. Pero vive primero. 

La cadena empieza con la ignorancia, que es la causa última de que nos encontremos en el samsara, que es un sitio bastante desagradable [Risas tontas. El privilegio de ser maestro es que todos tus chistes son buenísimos]. Seguiré el orden en que aparecen en el Vibhanga Sutta.

¿Lo puede repetir?- Baltasar ya estaba con un lapiz y un cuadernillo preparado para tomar nota.

Es el nombre del discurso de Buda en el que menciona los eslabones. No hace falta que lo anotes.

Aquí nadie te va a examinar, gilipollas. En esta vida, el único examen es el que nos hacen en el segundo final, cuando tenemos que probar si aprendimos algo en esta vida de mierda o nos vamos tan gilipollas como nacimos. 

La ignorancia es la causa para que surjan las formaciones volitivas o impresiones [mejor utilicemos una palabra que entienda, que lo de “formaciones volitivas” le cae muy lejos], que pueden ser corporales, verbales o mentales. Estas impresiones hacen que surja la conciencia.

¿Qué hago enseñando este galimatías? Yo tenía que estar con la divorciada que conocí el sábado en la discoteca. Anda que no me lo puso a huevo. Si estaba loca por dejarme su número de teléfono. Y yo en plan displicente, porque un lama me dijo hace cinco años que estaba listo para enseñar y me lo creí y desde entonces voy de listillo. Los maestros no ligan en las discotecas de divorciados, no. Eso es samsara. Y si no ligan en las discotecas de divorciados, ¿a qué fui el sábado a esa discoteca? Tío, estás colgado. No eres tan diferente de Baltasar. 

La conciencia es la condición para que surja el nombre-forma, esto es, el complejo cuerpo-mente.

¿Podría decirlo más despacio? Me cuesta copiarlo.

Te lo podría decir del derecho y del revés, rimado y en francés e inglés, después de cinco años que llevo enseñando. Y en estos cinco años, lo que me ha hecho vibrar más fuerte es la mujer que conocí el sábado. Elena. Me gusta el nombre. La hice poco caso y no la he llamado en estos días, porque era más importante sentirme maestro y venir a hablaros de pratitya samutpada. 

Repitió con resignación los cuatro eslabones que llevaba dados. Un tercio de la cadena. Reprimió el bostezo que le vino, cuando pensó que aún le quedaban ocho eslabones más.

La combinación cuerpo-mente es la condición necesaria para que surjan los seis asientos de los sentidos.

Serán cinco, ¿no?

El budismo considera la mente como un sentido más, que viene a sumarse a la vista, el oído, el olfato, el sabor y el tacto. El sentido de la mente procesa las impresiones mentales.

¿Y si el samsara no fuera tan malo? Hay vistas y sonidos y olores y sabores y tactos y pensamientos que son agradables. Sí, al final todos son insatisfactorios, pero ¿por qué no tirarse de cabeza en el samsara con su sufrimiento y todo lo demás? A lo mejor de eso iba lo que decía su maestro con la cantinela de que el samsara y el nirvana son lo mismo. Aún tenía el teléfono de Elena en el bolsillo. Aún estaba a tiempo de llamarla y descubrir juntos lo que era el samsara. 

El maestro se quedó callado. Los estudiantes le miraron con intensidad. Todos, menos Baltasar, que seguía tomando notas.

El maestro se levantó. Bajó del estrado y salió de la sala al tiempo que se sacaba el móvil del bolsillo.

 

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