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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El físico al que no le gustaba el Big Bang (1)

Emilio de Miguel Calabia el

Lo del miércoles por la noche fue una revolución copernicana, de ésas que te ponen en tu sitio y descubres que la Tierra o tú mismo no sois el centro del universo, en torno al que gira todo, sino que sois algo pequeñito que da vueltas en torno a algo mucho más grande… que sois una piltrafilla en resumen.

El miércoles por la noche, cuando llegó a casa del Instituto de Física y Cosmología y justo antes de que se conectara a internet para ver los periódicos del día, Marisa le dijo que llevaba dos años enrollada con un compañero del trabajo que se llamaba Julián, que estaba muy enamorada y que quería divorciarse. Seguro que dijo muchas más cosas además de ésas. Lo mismo hasta le dijo los centímetros de polla que calzaba el tal Julián, que hay mujeres muy retorcidas a la hora de divorciarse. Da lo mismo lo que le dijera. La mente de Jesús colapsó y sólo registró “cuernos + divorcio”, que era una manera muy realista de ver la situación.

Después del bombazo y de haber sustituido un universo terracéntrico por otro heliocéntrico, Marisa se retiró al dormitorio, tal vez para contarle a su amante que el paso más difícil ya estaba dado, tal vez para llorar, o tal vez para ponerse cómoda, que con la tensión de saber que ésa sería la tarde del bombazo, seguía con la misma ropa que cuando regresó del trabajo. También es posible que hiciera las tres cosas o que no hiciera ninguna de ellas. Las mujeres que acaban de soltar un bombazo y han pronunciado la palabra “divorcio” son impredecibles y puede que también sean muy retorcidas.

Jesús quedó sólo en el salón. Abrió la página de “El País” y de pronto descubrió que le daba lo mismo que un avión se hubiera estrellado en Turkmenistán y hubieran muerto trescientas personas, o que el Presidente del Gobierno fuese a dirigirse a la nación al día siguiente, tal vez para hacer una revolución copérnicana, diciendo que se divorciaba. Marisa trabajaba en el Ministerio de la Presidencia. Lo mismo ese compañero del trabajo del que se había enamorado no se llamaba Julián, sino que era el propio Presidente. Cosas más raras se han visto.

Navegó distraidamente por internet. Todo le resbalaba. La pantalla era un amasijo de unos y ceros, que su cerebro se negaba a procesar. Hizo una incursión en “Bukubuku”, su blog favorito. Ese día el autor había colgado un cuento: “Manual de instrucciones para sobrevivir a un gran amor”. Sólo llegó a leer la primera de las instrucciones: “La ruptura duele. Me corrijo. La ruptura duele MUCHO.” Se echó a llorar quedo, sin estridencias, como el Sol cuando haya consumido todo su combustible y quede convertido en una enana blanca incapaz de mantener la heliosfera y la heliopausa. Si el Sol al final terminará en un fracaso, ¿cómo no iba a terminar así su matrimonio? Hacía tiempo que el combustible se les había agotado y había sido Marisa la primera que se había dado cuenta.

Se sirvió una copa de güisqui y puso la televisión. Una cantante anunciaba ufana que tenía una nueva pareja. Lo mismo hasta se llamaba Julián. Pero no, ahora salía la nueva pareja: una chica que tenía el pelo rapado en la parte izquierda del cráneo y un piercing en la nariz y se llamaba Sandra. Brindó por ellas. El amor en sus inicios es muy bonito, pero allá por el día número 1.711 llega un miércoles en el que tu pareja te dice que se ha enamorado de otro/otra/otre y te da la patada. Hasta ese momento no le había encontrado la gracia al lenguaje inclusivo, pero mira por donde, si se imaginaba que Julián era un bisexual, no-binario, que respondía al pronombre de “elle” como que le hacía menos daño.

Marisa reapareció en el salón. Llevaba el camisón blanco con un poco de escote que había dado pie a largas noches eróticas y a varias masturbaciones cuando ella estaba con la regla y que ya nunca le quitaría. Hubiera preferido verla con el pijama de felpa amarillo que se ponía cuando iban a visitar a sus padres a Burgos en invierno. Hubiera estado más a juego con su última noche conyugal.

– Esto es muy difícil para mí (¿Suponía la frase que en el universo de Marisa poner los cuernos era un ejercicio mucho más complicado que sobrellevarlos?). Os quiero a los dos. Sí, con Julián es especial, pero tú has sido mi marido estos cinco años y hemos tenido nuestros buenos momentos. Pero últimamente se había apagado la chispa, ya no había más combustible.

– Helio- Si iba a utilizar como metáforas lo que él le había contado tantas veces sobre la muerte del sol, al menos que se atuviese a los detalles. “Combustible” es un término demasiado impreciso.

– ¿Perdona?

– No, sigue. Es el güisqui.

– Bueno, el caso es que me puse a analizarlo y me pasó eso de la caída de la función de onda, lo mismo que me contaste que les pasaba a los neutrones que no sabían por dónde pasar cuando había dos ranuras.

Cinco años juntos y todo lo había entendido al revés. No era la caída de la función de onda, sino el colapso, y no ocurría con neutrones, sino con electrones, y no había ranuras…

Las partículas cuánticas pueden ocupar más de un lugar al mismo tiempo, una condición conocida como superposición. Pero en el momento en que se mide su ubicación, la función de onda de la partícula se colapsa en una sola de las ubicaciones posibles. Lo de las ranuras, por cierto, se refiere al experimento de Young para determinar la dualidad onda-corpúsculo.

Marisa le miró con irritación. “¡Es por cosas como ésta por lo que te dejo!” No estaba mal. Con un pequeño comentario había conseguido que la función de onda de los sentimientos de Marisa se colapsase en un solo lugar. Y ese lugar era el corazón o la polla, o ambos, de Julián. Lo bueno de la Física es que permite ver todo con una cierta distancia. Y lo bueno del güisqui es que también.

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