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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Obsesionados (1)

Emilio de Miguel Calabia el

Estar obsesionado significa no estar nunca presente del todo, porque una parte de la mente está con el objeto de la obsesión. Estar obsesionado significa estar escindido: por una parte va la mente y por otra la obsesión y si se querellan, siempre gana la segunda. Literariamente la obsesión es un gran tema que ha producido grandes obras, sobre todo la referida a hombres obsesionados con mujeres.

Empecemos con Flaubert, que es una buena manera de empezar. “La educación sentimental” es para mi gusto su mejor novela. Está llena de tramas y personajes, cuyo eje es el joven Frederic y el eje del joven Frederic es su amor por Mme. Arnoux, de la que se enamora locamente al encontrársela de muy joven en un barco. La descripción de la escena es perfecta:

“… ella estaba bordando algo; y su nariz recta, su mentón, toda su persona se recortaba sobre el fondo del aire azul.

Nunca había visto este resplandor de su piel morena, la seducción de su cintura, ni esta finura de los dedos que la luz atravesaba…”

Tras esa visión Frederic se hace las preguntas que se han hecho todos los obsesionados desde que el mundo es mundo: cómo se llama, dónde vive, cómo es su vida, cuál es su pasado (parece una canción de Perales).

“La educación sentimental” es una novela de aprendizaje. En ella vemos cómo Frederic se adentra a la vida y también vemos cómo se sabotea una y otra vez por su desmedido amor por Mme. Arnoux. Así, por ejemplo, cuando recibe 15.000 francos que habrían de servir para fundar un diario, se los acaba dando al marido de Mme. Arnoux, un canalla que se dedica a la compraventa de arte, que la engaña regularmente, y que está muy endeudado. El lector sabe desde el primer momento que Frederic nunca recuperará ese dinero y puede que también lo sepa el mismo Frederic, que sólo busca entrar en el círculo del matrimonio Arnoux. Aun así, Frederic acepta interceder por Mr. Arnoux ante el banquero que es su principal acreedor. El banquero le ofrece un puesto importante en una compañía hullera que se propone crear. Frederic faltará a la cita porque habrá ido a ver a Mme. Arnoux.

Si él mismo se pone zancadillas en su ascenso social por su amor desmedido por Mme. Arnoux, peor es con las mujeres. Ignora el amor que le profesa la joven Louise Roque, la hija de su vecino y que es un buen partido y con la que está a punto de casarse, aunque la boda no tendrá lugar finalmente. Mme. Arnoux que es un poco como el perro del hortelano, se ve conmocionada ante la noticia de la boda de Frederic, cuyos avances ha rechazado cortesmente. Flaubert no conocía el término tocapelotas, que aquí habría venido al pelo. En todo caso, todas las relaciones sentimentales que Frederic intente entablar se verán teñidas por el recuerdo de Mme. Arnoux.

La novela termina con la desolación de lo que no pudo ser. 26 años después Mme. Arnoux visita inopinadamente a Frederic. Le confiesa que le ha evitado, porque tenía miedo de él y de sí misma. Salen y pasean del brazo. Hablan del pasado y de sentimientos. Mme. Arnoux suspira: “No importa. Nos hemos amado bien.” Como hombre lleno de testosterona, Frederic replica: “¡Sin pertenecernos el uno al otro, sin embargo!”. “Tal vez eso valga más”, replica ella. “No, no,”- responde él. “Lo felices que habríamos podido ser.” “Sí, lo creo, con un amor como el tuyo.” Este penúltimo capítulo y sus diálogos es de lo mejor que ha escrito Flaubert. Frustración, amores imposibles, el pasado que no regresa…

La historia de “El desierto del amor” de François Mauriac comienza donde termina “La educación sentimental”, por el final. Una noche, por casualidad, Raymond Courrèges se encuentra con María Cross, la mujer a la que amó tanto 17 años atrás. Courrèges recuerda que era un adolescente de 17 años cuando en un tranvía se sentó enfrente de Maria, 10 años mayor que él y mantenida de un industrial. Raymond le gusta a María, pero, inexperto, Raymond estropea el momento en el que hubiera podido entablar una relación con ella. Después de eso, se verá rechazado por ella. La originalidad de Mauriac es que hace que el padre de Raymond,-Paul-,que es doctor y a través de su profesión ha conocido a María, también esté enamorado de ella. María no siente por Paul más que agradecimiento y respeto. Hoy diríamos que se ha quedado en la categoría de buen amigo, que es casi peor que la indiferencia.

Mauriac no es Flaubert y se nota. Raymond carece del carácter elaborado de Frederic. Frederic es el hombre enamorado de Mme. Arnoux, pero también es muchas más cosas. Raymond se queda atrapado por la no-relación con María Cross y esa frustración la llevará a todas sus relaciones futuras. Tal vez lo mejor de la novela sea cómo Mauriac juega con ese hilo fino que separa el amor del odio

El gran poeta del odio y amo es Cátulo. Sus versos más famosos son: Odio y amo. Por qué lo hago, me preguntas tal vez. /No sé, pero siento cómo se hace y me torturo”. En realidad la pregunta es: ¿por qué no la olvidas? De eso va otro de sus poemas, en el que el poeta se resiste a olvidar y a reconocer que todo está perdido: “¡Ay, Catulo, deja de hacer simplezas,/ y ten lo que está muerto por perdido!/ Radiantes soles te brillaban/ cuando, en esos días, ibas/allí donde quería la joven (…) En verdad, lucían soles radiantes./ Ella ya no lo quiere,/ no lo quieras tú, débil,/ ni persigas a la que huye (…) Adiós, muchacha. Cátulo aguanta ya, no te rogará ni pedirá nada…” Si uno no hubiera vivido tanto, hasta se creería ese llamamiento a la resistencia de Cátulo. Pero pone tanta vehemencia, que me lo imagino deseando en su fuero interior que Lesbia le llame para volver con él.

Incluso el poema final de ruptura, donde la pone de puta, tiene algo que no acaba de convencer. Cátulo quiere romper con la pérfida,… pero no demasiado: “… comunicad a mi amada este breve y/ no agradable mensaje:/ que viva y lo pase bien con sus amantes,/ esos trescientos que estrecha a la vez en sus brazos,/ sin amar la verdad a ninguno,/ pero rompiendo por igual/ los ijares de todos,/ y que no busque como antes, mi amor,/ que por su culpa ha muerto como una flor/ al borde de un prado, cuando el arado/ la troncha al pasar.”

 

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