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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Jaime Gil de Biedma, el poeta sátiro y enamorado

Emilio de Miguel Calabia el

Jaime Gil de Biedma ha dejado tras de sí la fama de un hombre que vivió mucho, bebió mucho y folló más todavía. Da la impresión de que a él, el niño de la alta burguesía, educado para triunfar en los ambientes más selectos, le divirtiese rodearse de un aura de malditismo. En su poema “Contra Jaime Gil de Biedma”, arranca diciendo: “De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,/ dejar atrás un sótano más negro/ que mi reputación- y ya es decir-…” La alusión a su reputación negra tiene algo de jactancia. Pero más adelante, la jactancia se transforma en patetismo. Gil de Biedma se habla a sí mismo en una escena que, seguramente, en un tono parecido debió de ocurrir alguna noche de francachela en la que regresó borracho del brazo de algún chapero:

(…)

Te acompañan las barras de los bares

últimos de la noche, los chulos, las floristas,

las calles muertas de la madrugada

y los ascensores de luz amarilla,

cuando llegas, borracho,

y te paras a verte en el espejo

la cara destruida

(…)

A duras penas te llevaré a la cama,

como quien va al infierno

para dormir contigo.

Muriendo a cada paso de impotencia,

tropezando con muebles

a tientas, cruzaremos el piso

torpemente abrazados, vacilando

de alcohol y de sollozos reprimidos.

Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,

y la más innoble

que es amarse a sí mismo!”

El “amar” de los tres últimos versos me deja un poco desconcertado, porque no creo que se refiera al significado habitual del verbo amar. El primer “amar” me parece más fácil de interpretar como la servidumbre de necesitar de los otros, de necesitar de sus abrazos, de no soportar la soledad de una cama y preferir cualquier compañía, aunque sea fugaz y mercenaria. El segundo “amar” lo veo como la necesidad de satisfacer continuamente a un yo, que nos traiciona, que nos emborracha, que nos hace trasnochar, cuando hubiéramos preferido estar en casa leyendo a Auden. Detestamos a ese yo tirano, al que no podemos dejar de amar.

Como dije, Gil de Biedma fue hombre de muchos polvos de una noche y sin embargo, en los poemas en los que habla de ellos, da la impresión de que anda buscando algo más, un encuentro más íntimo y profundo. Uno diría que Gil de Biedma es un follador nato que pretende que no cree en el amor y, sin embargo, lo va buscando en cada encuentro. De alguna manera él mismo lo reconoce en uno de sus poemas más famosos, “Pandémica y celeste”:

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo

quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos

a ser posible jóvenes:

Yo persigo también el dulce amor,

el tierno amor para dormir al lado

y que alegre mi cama al despertarse,

cercano como un pájaro…”

En la literatura occidental el amor romántico nace con la poesía provenzal. Había un género poético entonces muy bello que era la albada. La dama y el caballero han pasado la noche juntos y llega el alba y con él la separación. Gil de Biedma retoma ese género en su poema “Albada” y presenta una relación de una noche como una suerte de paréntesis maravilloso en una vida dura y rutinaria:

(…)

Acuérdate del cuarto en que has dormido.

Entierra la cabeza en las almohadas,

sintiendo aún la irritación y el frío

que da el amanecer

junto al cuerpo que tanto nos gustaba

en la noche de ayer,

y piensa en que debieses levantarte.

Piensa en la casa todavía oscura

donde entrarás para cambiar de traje,

y en la oficina, con sueño que vencer,

y en muchas otras cosas que se anuncian

desde el amanecer.

Aunque a tu lado escuches el susurro

de otra respiración. Aunque tú busques

el poco de calor entre sus muslos

medio dormido, que empieza a estremecer.

Aunque el amor no deje de ser dulce

hecho al amanecer.

– Junto al cuerpo que anoche me gustaba

tanto desnudo, déjame que encienda

la luz para besarse cara a cara,

en el amanecer.

Porque conozco el día que me espera,

y no por el placer.”

Creo que sólo Gil de Biedma es capaz de encontrar romanticismo en un polvo de una noche y de descubrir que la fugacidad le da un color especial al amor. También tienen un color especial los amores inacabados, que se interrumpen y se retoman y se vuelven a interrumpir. Puede que sean amores donde predominó lo carnal, pero Gil de Biedma parece decir que lo carnal es también parte- ¡y muy importante!- del amor. El final de “Amor más poderoso que la vida” describe lo que quiero decir:

La misma calidad que tu expresión,
al cabo de los años,
esta noche al mirarme:
la misma calidad que tu expresión
y la expresión herida de tus labios.

Amor que tiene calidad de vida,

amor sin exigencias de futuro,

presente del pasado,

amor más poderoso que la vida:

perdido y encontrado.

Encontrado, perdido…”

Me gusta de Gil de Biedma que no parece creer mucho en el amor platónico. Yo, tampoco. El enamorado platónico no se enamora de una persona real, sino de una idealización que se ha creado en la cabeza. Las personas reales se tiran pedos, amanecen con legañas y si por la noche te los comerías a besos, por el día te los comerías a mordiscos, por pesados. Sólo follando uno acaba sabiendo de qué va el amor; al menos ésta es la tesis de “Pandémica y celeste”:

Para saber de amor, para aprenderle,

haber estado solo es necesario.

Y es necesario en cuatrocientas noches

– con cuatrocientos cuerpos diferentes-

haber hecho el amor. Que sus misterios,

como dijo el poeta, son del alma,

pero un cuerpo es el libro en que se leen…”

Explicando este poema en una entrevista con Carme Riera, Gil de Biedma dijo: “Es un poema sobre la experiencia amorosa y tenía una finalidad práctica, que era justificar mis infidelidades. Lo que ocurre es que esa finalidad práctica medio, sin yo haberlo imaginado ni haberlo previsto, una entrada maravillosa en el poema, que es un poema de amor a partir de una infidelidad, un poema sobre la fidelidad a partir de la infidelidad, que es lo que todos hemos vivido en nuestra vida.” Es una respuesta tan alambicada que me da que lo que pretendía Gil de Biedma era, simplemente, justificar los inmensos cuernos que le había puesto a su pareja. Pero aun así, si lo que pretendía era defender que es posible ser fiel emocionalmente e infiel corporalmente, la idea tiene su aquél.

Y a pesar de tantos polvos de una noche y de tanta defensa de la infidelidad, Gil de Biedma sí que fue capaz de tener alguna relación de larga duración, de esas que nos dan estabilidad y rutina, que bien llevada es otra forma del amor. Su pareja más longeva fue el actor Josep Madern, con quien estuvo, al menos desde 1978, aunque me imagino, conociendo al poeta, que con intermitencias. Tiene un poema, “Canción de aniversario”, supongo que dedicada a Josep Madern, que expresa lo que todos en el fondo queremos: un amor con el que ser felices y envejecer juntos, aceptando la vida tal como es, con sus verrugas y todo:

Porque son ya seis años desde entonces,

porque no hay en la tierra, todavía,

nada que sea tan dulce como una habitación

para dos, si es tuya y mía (…)

Y luego levantémonos más tarde,

como domingo. Que la mañana plena

se nos vaya otra vez en hacer el amor (…)

La realidad- no demasiado hermosa-

con sus inconvenientes de ser dos,

sus vergonzosas noches de amor sin deseo

y de deseo sin amor,

que ni en seis siglos de dormir a solas

las pagaríamos (…)

La vida no es un sueño, tú ya sabes

que tenemos tendencia a olvidarlo.

Pero un poco de sueño, no más, un si es no es

por esta vez, callándonos

el resto de la historia, y un instante

– mientras que tú y yo nos deseamos

feliz y larga vida en común-, estoy seguro

que no puede hacer daño.”

Podría terminar aquí la entrada, pero ya se sabe que los poetas son un poco mentirosos. Es más de fiar la sinceridad de los diaristas. Termino con lo que escribió Gil de Biedma sobre cómo fue su último día de 1978 con Josep Madern:

Josep y yo, cada cual por su lado y los dos juntos, hemos sido envidiablemente felices. Quizá yo más que él, porque a las once de  la Nochevieja, cargado de whiskis y de sueño atrasado, y probablemente colapsado por un porro que no debí fumar, huí a la cama, dejándole con un palmo de narices, veinticuatro uvas y dos botellas sin abrir. Pero si sabe cabrearse bien –y es una cualidad suya que me gusta–, también sabe deponer luego las armas con gracia, en el justo momento. Ayer a mediodía, cuando sentados al sol nos bebimos la botella de champagne –sin uvas porque no las pedía ya la hora–, otra vez éramos la primera pareja reinante en la mejor de las Sodomas posibles”.

 

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