Emilio de Miguel Calabia el 05 jun, 2023 Ya hay que ser feo para que, de las pocas noticias biográficas que nos hayan llegado de una persona, una sea la de su fealdad. Esto es lo que sucedió con el gran poeta judeoespañol Salomón ibn Gabirol. Para más inri sufría de una enfermedad de la piel que volvía su aspecto aún más desagradable. Por si quedase alguna duda de la veracidad de estas noticias, ibn Gabirol nunca se casó, algo muy raro en un judío tradicional. Ibn Gabirol ha pasado a la Historia por su sabiduría y sus poemas sapienciales. Hace muchos años la Biblioteca de la Cultura Andaluza publicó uno de sus poemas más famosos, “La Kábala del Kéter-Malkut”. “Kéter” significa “la corona” en hebreo y “Malkut”, “El reino”, y son el sefiroth más elevado y el más bajo del árbol cabalístico. Es un poema de una gran belleza en el que ibn Gabirol despliega sus conocimientos cabalísticos y astronómicos y su profunda devoción a Dios. Y sin embargo, no son ni su sabiduría, ni su devoción lo que más me ha gustado del poema. La sabiduría se puede fingir, sacando a colación conocimientos de segunda mano, y la devoción también, adoptando un tono de pecador arrepentido. Lo que más me ha gustado es el poema número 37 de la colección, en el que ibn Gabirol pasa revista a lo que es una vida humana con todas sus miserias. La emoción que emana del poema sí que es genuina e inimitable. “No me arrebates en la mitad de mis días hasta que haya preparado alimento para mi ruta, y me haya aprovisionado para el día de mi partida” Le pide el poeta a Dios. Como todos, no quiere pensar en una muerte repentina y cree que si Dios le otorga un poco más de tiempo, la muerte sí que le pillará preparado. Va a ser que no. “En efecto, si debo partir de este mundo, tal como he venido, y regresar, desnudo, a mi lugar de partida tal como salí, ¿por qué he sido creado? ¿Acaso para ver la desgracia a la que fui llamado? Mejor para mí hubiera sido que allí me quedara…” La idea de que más valiera no haber nacido es tan vieja como el nacer. Sófocles ya consideró que no nacer podría ser el mayor de los favores. El Eclesiastés dijo: “Y felicité a los muertos, los que ya murieron, más que a los vivos, los que aún viven. Pero mejor que ambos está el que nunca ha existido, que nunca ha visto las malas obras que se cometen bajo el sol.” El Libro de Job lo expresa con mayor fuerza todavía y de una manera que recuerda aún más a los versos de ibn Gabirol: “¿Por qué no morí yo al nacer, o expiré al salir del vientre? ¿Por qué me recibieron las rodillas y para qué los pechos que me dieron de mamar? Porque ahora yo yacería tranquilo; dormiría…” En Marcos 14.21, Jesucristo afirma que más le valdría a Judas no haber nacido, ya que va a traicionar al Hijo del Hombre y se verá condenado a las penas del infierno por toda la eternidad. Esta idea sería retomada por diversos pensadores cristianos en la Edad Media. La aspiración de todo cristiano es ir al cielo y ser dichoso por toda la eternidad contemplando a Dios. Ahora bien, si uno muere en el vientre de su madre, presa todavía del pecado universal, no podrá entrar en el cielo e irá al limbo. Pero aun así, su suerte será mucho más preferible a la de alguien que llega a nacer y muere en pecado mortal y es condenado al infierno. Algo parecido defendería el médico y filósofo persa Abu Bakr al Razi en su libro “Las cosas divinas”. Allí afirma que el mundo contiene muchos más factores que causan sufrimiento que factores que conducen a la felicidad. Por consiguiente, vivir es un castigo y un mal que se nos inflige. La idea de que nacer no es ningún regalo sigue vigente. Su último defensor ha sido el filósofo sudafricano David Benatar, tachado por algunos como el filósofo más pesimista el mundo. La argumentación de Benatar es muy sencilla: la ausencia de dolor es un bien, pero la ausencia de placer no es ni un bien ni un mal. Alguien que no llegue a nacer no conocerá el placer (algo neutral) pero tampoco el dolor (algo positivo). Alguien que nace, en cambio, inevitablemente conocerá el dolor. ¿Suena a sofisma? No comer caviar es neutro; puedes pasarte sin él. Si tienes un ansia insaciable de caviar, ya estamos hablando de dolor. En fin que si naces, hay muchas más causas de dolor que de placer. Conclusión: “Haber sido arrojado a la existencia no es un beneficio, sino que siempre es un mal”. Pero volvamos a ibn Gabirol: “Viene al mundo y no sabe por qué, se alegra y no sabe de qué, vive sin saber cuánto tiempo.” La formulación es casi existencialista. Para Sartre, 800 años después, el absurdo de la existencia parte de que no sé ni cómo aparecí en el mundo ni cuando terminará mi vida. Nacimiento y muerte son los dos momentos clave de la vida humana y no tenemos control sobre ellos. “Si hoy triunfa, mañana será un hervidero de gusanos (…) Persiguiendo la riqueza, es más rápido que el águila, olvida la muerte, pero ésta le sigue.” Tenemos la idea de que nuestra sociedad no quiere afrontar la muerte. Le tiene miedo. Prefiere apartarla, esconderla, no pensar en ella. Tal vez olvidarse de la muerte cuando las cosas nos van bien, sea más universal de lo que pensamos. En muchas tradiciones religiosas se incita a meditar sobre la muerte como manera de avanzar en el sendero espiritual. No se trata de realizar una meditación morbosa, sino de ser consciente de que la muerte es nuestra compañera y de que podríamos morir mañana. El Sexto Dalai Lama tiene un poema muy hermoso, titulado “Meditación sobre los modos de la impermanencia”, en el que dice cosas como: “Sobre las montañas doradas lejos en la distancia/ anillos de niebla cuelgan como cinturones en los prados./ Ahora parecen tan sólidos, tan pronto se disuelven./ Mi mente se vuelve hacia pensamientos sobre mi muerte.” Más próximo a nosotros, el emperador Marco Aurelio dijo: “El recuerdo constante de la muerte es la prueba de la conducta humana.” Buda lo habría aplaudido: “… de todas las meditaciones conscientes, la de la muerte es la suprema.” “A cada instante está destinado a la ruina, a todas horas a la desgracia, en todo momento a los accidentes. Y cada día, sobre él, el miedo.” Una versión más suave de estos versos, sería la budista: todo en la vida es insatisfactorio; las desgracias porque nos duelen; las alegrías porque no duran. Una manera de vivir con esa realidad es el miedo, miedo a que te sobrevenga una desgracia y miedo a perder lo que atesoras. Otra manera es aceptarla. Como diría Marco Aurelio: “La primera regla es mantener el espíritu en calma. La segunda es ver las cosas frente a frente y saber qué son”. Y si las desgracias no acaban contigo antes, lo que te espera es la vejez: “A medida que el dolor aumenta, se debilita su inteligencia, los niños se burlan de él y los gamberros le dominan, es una carga intolerable para sus propios hijos. Y como a un extranjero lo tratan todos aquellos que le conocen.” Ibn Gabirol casi suena optimista con la descripción que hace de la vejez Ptahhotep, un visir de la V Dinastía egipcia: “… el final de la vida está a la vuelta de la esquina. La vejez ha descendido sobre mí. Viene la debilidad, se renueva la infancia (…) los ojos son pequeños, los oídos sordos. La energía ha disminuido, el corazón no tiene descanso (…) el corazón se ha parado y no se acuerda de ayer. Los huesos duelen en todo el cuerpo (…) Todo el sabor se ha ido. Esto hace la vejez al hombre…” Séneca le dedicó todo un libro y la miró de frente como más tarde recomendaría Marco Aurelio que se miraran las cosas: “ya que la vejez de cualquier forma llega, pues tomémosla con buen sentido”. La esperanza final del poeta,- la única posible-, es la clemencia de Dios. “Sin embargo, piedad, Dios mío, recuerda todos estos males que sobre el hombre recaen. Y si yo he obrado mal, sé Tú clemente.” Y que así sea. Literatura Tags Literatura juedoespañolaSalomon ibn Gabirol Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 05 jun, 2023