Emilio de Miguel Calabia el 17 dic, 2021 Cada vez que he leído un libro de relatos escritos por un autor singapureño, la impresión que me ha quedado es la misma. Me cuentan historias intimistas de gente anodina, que no consigue ser feliz, que lentamente se va cociendo en sus frustraciones, en una ciudad anónima y gris como ellos, que acaso se llame Singapur. Lo que varía entre los autores es dónde ponen el énfasis. Christine Suchen Lin en “Mentiras que mantienen unido un matrimonio” subraya el valor del cariño dentro de la familia como el elemento redentor, que ayuda a ir más allá de los dramas y los secretos familiares. O Thiam Chin en la colección de relatos “Nunca he estado mejor” también habla de secretos familiares, pero aquí no hay ningún elemento salvador. La vida es jodida de por sí, y encima estamos en Singapur. Punto pelota. Y finalmente están los relatos de Amanda Lee Koe en “El Ministerio del Pánico Moral”. Aquí el eje de los relatos son las relaciones sentimentales en la ciudad menos romántica del planeta. Por ejemplo, en “El amor no es una gran verdad” una mujer que se casó a los dieciocho años a la manera tradicional habla aburridamente de su vida: “Él había sido mi único compañero sexual. Antes de mi menopausia, el sexo no era tan fastidioso. Lo veíamos como parte del deber de la esposa hacia su marido, ¿no es así? Tal vez porque nunca he tenido un orgasmo, no lo entenderé. No anhelas lo que no conoces.” Su marido la deja al cabo de unos años por otra mujer. Ella se deprime, se recupera y acaba aprendiendo la lección con la que se cierra el cuento: “La soledad es libertad”. Eso es todo lo lejos que se puede llegar en el camino de la felicidad en Singapur. En “La balada de Arlene y Nelly”, dos amigas que tuvieron una relación lésbica al inicio de la veintena, se reencuentran con cuarenta años. Arlene se quedó soltera y Nelly, que no tiene hijos, se acaba de divorciar de su marido, que la ha dejado por otra. Reentablan la relación que tuvieron. Arlene nunca le pregunta a Nelly por qué se divorció. Quiere pensar que fue por ella. Al cabo de varios años, Arlene sospecha que tiene un cáncer, pero prefiere seguir viviendo y no hacer nada, hasta que es demasiado tarde. Arlene muere y Nelly vuelve con su ex-marido, que también se ha quedado solo, porque “era fácil dejar que las cosas siguieran su propio rumbo, encontrar una comodidad sin gracia pero intransigente en esa familiaridad antigua y desencantada.” La principal lección de la historia es la de Arlene: “Las muertes – las pequeñas, las falsas, las reales- que asumimos en nombre del amor, son lo más cerca que nunca llegamos a estar a la grandeza”. Dentro del libro, “La balada de Arlene y Nelly” es lo más cerca que estamos de un amor que triunfa. Porque para Amanda Lee, no sé si por ser singapureña o por ser descreída, el amor al final siempre fracasa. “Dos maneras de hacer esto” comienza: “Zutorul estaba hecha para el amor, solo que había nacido en el ambiente equivocado para que naciese el amor”. Zurotul es una empleada doméstica indonesia, de las que hay tantas en Singapur. Zurotul es contratada por un matrimonio sin hijos. El marido amable y educado es maltratado por su antipática esposa. Zurotul y el marido se enrollan. La mujer los acaba descubriendo y lo que sucede a continuación es una buena lección sobre el verdadero poder del amor: “De alguna manera se había imaginado que si alguna vez les descubrían, él la elegiría a ella, ¿cómo podría ser de otra manera? Ella limpiaba la casa, se ocupaba de su madre, cocinaba sus platos favoritos, le proporcionaba placer. Estaría loco si no la escogía. Le sorprendió también que la mujer hubiese optado por quedarse. Tal vez atacase al marido y se lo hiciese pagar a fuego lento. Pero le amo al señor mucho tiempo, dijo repetidas veces lloriqueando. Pero amo al señor mucho tiempo. La esposa se levantó y le dio una bofetada fuerte en la cara. ¿Amor? La esposa aulló de risa. ¿Qué crees que sabes sobre el amor?” En “Flamingo Valley” después de cuarenta años se reencuentran en el hospital un hombre y una mujer que tuvieron un breve romance cuando eran jóvenes. Él era malayo y musulmán y tocaba en el pub del padre de ella. Ella era china. Los ingredientes para que un amor fracase. Ella se acaba casando con un chino. Cuarenta años después se reencuentran en el hospital. Él ha sufrido su segundo infarto y ella ha tenido un derrame, que la ha dejado demenciada. Él comienza a visitarla a su habitación, le toca música , le recuerda el pasado, comen juntos en la cafetería. Ella comienza a recuperarse gracias a él; de pronto los cuarenta años de su matrimonio y su difunto marido se le han borrado de la memoria. Amanda Lee tiene la inteligencia de no forzar un final feliz e inverosímil a la historia. A él le dan el alta y regresa con sus tres mujeres. Ella, que no acaba de entender la situación, queda atrás con el corazón roto. Podría seguir hablando de los demás cuentos del libro, pero pienso que la idea general está clara: si crees en el amor, no viajes a Singapur. Literatura Tags Amanda Lee KoeAmorChristine Suchen LinLiteratura singapureñaO Thiam Chin Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 17 dic, 2021