Emilio de Miguel Calabia el 21 jun, 2024 Marc tiene 27 años y está frustrado. Silvia, su pareja, tiene 28 años y se siente atrapada en su trabajo. Otros en sus circunstancias se dirían: ¿y si nos casamos y tenemos un niño y…? El y… resume la estupidez que la pareja está a punto de hacer. Pensar que una institución creada para constreñir,- y eventualmente para ayudar- te va a resolver la vida y que cambiar pañales malolientes va a aproximaros más como pareja es como creer en los Reyes Magos. Silvia y Marc, afortunadamente, encontraron otra solución: trasladarse a Shanghai. Su descripción de Shanghai es maravillosa: “Shanghai mola y lo sabe. Ella no es ni bonita, ni sostenible, ni ética. Es hortera, caótica e inmadura. Debería ser una firme defensora del comunismo, pero hace años que prefiere el consumismo.” Alquilan un quinto piso sin ascensor y que en los bajos tiene un restaurante maloliente. Por si lo anterior no sonase lo suficientemente duro, Marc añade algunos detalles extras: colchones duros; dispensador de agua potable (¡indispensable!) porque el agua del grifo tiene mucho metal y no sirve ni para hervir la comida; ducha con poca presión, salvo en invierno, que no tenía ninguna porque se helaban las tuberías; depurador de aire para minimizar la contaminación; vecinos que utilizan los espacios comunes para colgar y secar carne. Marc lo resume en “… pero era la primera vez que vivíamos juntos y era perfecto.” ¡Qué bonito es el amor que nos ayuda a verlo todo de color de rosa!”. Conocí a un descreído, que había sido lector en Camerún y que decía: “Cuando eres joven, en la miseria sabes encontrar lo romántico. Cuando cumples los treinta, en la miseria ves miseria.” Me gusta mucho lo bien que Marc describe los rituales del expatriado recién llegado a un sitio. Uno de ellos son los votos que se hacen al llegar: aprenderé el idioma; voy a adoptar el modo de vida local; no me encerraré en un gueto de extranjeros. Estos votos se resumen en la frase que le dice Marc a un francés que se está marchando: “Tenemos que adaptarnos a las reglas de juego locales. ¡No vamos a pretender que se adapten ellos a nosotros!” El francés, que ha acumulado más experiencias en Shanghai de lo que querría, simplemente se ríe. Al final Marc descubrirá que en un momento dado, casi sin que se diera cuenta, la historia de amor con Shanghai se convirtió en una historia de desamor. Pero no adelantemos acontecimientos. Una parte del proceso de adaptación es descubrir tus lugares y tus personajes favoritos en la ciudad. Luego vienen las primeras amistades, que suelen ser los colegas del trabajo. Si eres un expatriado recién llegado y tus primeros amigos no son los colegas del trabajo, o tienes una personalidad muy peculiar o has caído en la oficina de los horrores. Van pasando los meses y Marc se descubre rompiendo el primero de sus votos, el de “no me encerraré en un gueto de extranjeros”. Pues sí. A veces lo ajeno es tan ajeno, que acabas necesitando rodearte de gente como tú, gente que comparte tus mismos códigos, gente con la que puedes quedar un par de veces por semana y ser tú mismo, y dejar de pretender que eres un explorador y que en el fondo has empezado a pensar que como en casa, no se está en ninguna parte. Un buen día se produce el punto de inflexión, el día que te das cuenta de que las cosas extrañas que antes te hacían gracia, ahora te irritan. Ya no las encuentras tan graciosas. Quieres oír noticia españolas, pero tu VPN ha sido interceptada. Desayunas té verde con dos tostadas y en lugar de disfrutarlo, te dices a ti mismo: “¡Qué rollo! Otra vez lo mismo.” La vecina sigue acumulando basura en la escalera. Han puesto carne a secar encima de tu moto y además te han robado el retrovisor. A tu novia le han vuelto a robar la bici… Tal vez sea que se ha deshecho el hechizo o se te ha agotado la tolerancia. El caso es que ya no puedes dejar de ver las taras. Los otros dos votos que te quedaban se van por la ventana. Ya no quieres dedicar tanto tiempo a estudiar el idioma, porque has entendido que no te quedarás allí para siempre. Y tampoco tienes ganas de adoptar el modo de vida local. Finalmente has entendido que por muchas ganas que le pusieras eres blanco y te van las cosas de los blancos. Se te ha agotado la empatía. Regresan y se encuentran con ese momento en el que redescubres como novedades lo que eran las rutinas de tu ciudad de la que has estado ausente cuatro años. “Como pasear bajo un cielo azul [en Shanghai el cielo es más grisáceo, le falta la nitidez de los cielos mediterráneos], desayunar en un bar y leer el diario del día en papel, hacer una cola más o menos ordenada para comprar el pan, encontrar queso y embutidos en el mercado local [algo imposible de encontrar en Asia, como no sea en supermercados pensados para extranjeros]…” Y llega el último momento en la vida del expatriado: el del regreso cuando ya llevas un año y descubres que no te acabas de acomodar, que los años pasados fuera te han hecho diferente. En psicología tiene un nombre: “el síndrome del retornado”. Entonces sólo te queda una alternativa: o volverte a marchar, o quedarte pese a todo. Esta novela gráfica de Marc Morera está publicada por Ediciones Amok. 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