Emilio de Miguel Calabia el 10 jun, 2021 Resulta curioso. Estos días hablaba sobre el amor y la muerte con una amiga y voy y me reencuentro con la poesía de Alfonso Costafreda. Hay vidas que parecen hechas para brillar brevemente y luego hundirse en las sombras. Alfonso Costafreda alcanzó la celebridad poética muy pronto, a los 23 años con su libro “Nuestra elegía”, que ganó el premio Boscán. En él, la labor del poeta se concibe como una labor de revelación del mundo. El poeta descubre y cuenta lo que son las cosas y eso salva y le salva, en un mundo en el que la muerte nunca está lejos (él precisamente lo había podido comprobar a los 10 años, cuando murió su padre). “Desde pequeño soñé ser el poeta que explicase a los niños la historia de los pájaros; cómo en ellos se apasiona la vida, se adelgaza, se cumple, y en los cielos, ella misma se canta.” A pesar de todo, la vida está ahí y merece la pena ser vivida. En palabras del propio poeta: “En “Nuestra elegía se cantan la alegría de la vida y la angustia. Es una cósmica visión con el amor y la muerte por fondo.” “Sí, sí, deseamos vivir, deseamos cumplir plenamente nuestra dura y hermosa existencia, el placer y el dolor de la vida”. O, expresado de una manera más dionisiaca: “Bebamos, amigos, que la muerte no existe, que los trigos son ciertos, que la mujer espera; bebamos, acariciad la vida, y aceptad el abrazo del fuego. Cantad pájaros, que todo se estremezca en la alegría.” Éste es el poema que cierra el poemario: un poema de exaltación de la vida; casi único en la poesía de Costafreda, la muerte sólo aparece para negar su existencia. Sospecho que fue la época más feliz de su vida. Alberto Oliart, que lo trató, dice que “vivía para escribir poesía”, todo lo demás lo ponía en un muy segundo plano. En Madrid, donde había estudiado Derecho, lo apadrinaron Vicente Aleixandre y Carlos Bousoño, que eran los dos patriarcas para todos los jóvenes que querían abrirse camino en el complicado mundo de la literatura. En 1948 se trasladó a Barcelona y, en atención a que ya había publicado, allí ejerció un poco de mentor para muchos de los jóvenes poetas que conformarían la escuela de 1950: Gil de Biedma, Barral, Ferrán, Ferrater, Castellet… Y en 1949, el premio Boscán. Costafreda es el más cosmopolita de todos ellos, casi hasta más que Gil de Biedma. En 1950 es el primero del grupo en viajar a París, donde pasará largas temporadas estudiando lengua y literatura francesas en la Sorbona. Viaja en varias ocasiones a Dublín para estudiar inglés en el Trinity College. En estos años conoce a la sueca Maj-Britt, con la que se casó en 1955. También ese año, aprueba las oposiciones a funcionario de la Organización Mundial de la Salud y se traslada a vivir a Ginebra. Lentamente iría sintiéndose aislado. Con la lejanía va perdiendo contacto con sus amigos poetas, que empiezan a olvidarse de él. Y entonces, en 1960, llega la puñalada trapera. Ese año Josep María Castellet publicó “Veinte años de poesía española”, una obra fundamental, que sirvió para catapultar a los poetas de la escuela de Barcelona. Costafreda quedó fuera del libro. Parece que la razón principal fue la inquina que le tenía Gil de Biedma, que justo era el asesor de la antología. Al parecer estaba dolido porque en 1951, cuando el consagrado era Costafreda, le enseñó varios de sus poemas. Costafreda dijo le gustaba uno de los poemas, pero que se sentía capaz de mejorarlo en un 50%. Esas cosas joden entre los artistas, donde suele haber mucho más ego que talento. Más allá de las razones rastreras de Gil de Biedma, tal vez fuese justo que quedase fuera. Se había desvinculado mucho del grupo barcelonés y su poesía había quedado anquilosada. “Nuestra elegía” pertenecía a una forma de hacer poesía que ya no se practicaba; ahora lo que estaba en boga era la poesía social. En 1966 publicó su segundo poemario, “Compañera de hoy”, en el que incluyó ocho poemas que había publicado en la revista “Laya” a comienzos de los 50. “Compañera de hoy” es un poemario más desesperanzado. La poesía le ha fallado, ni redime, ni es capaz de abarcar el mundo: “Pienso en mis límites, límites que separan el poema que hago del que no puedo hacer, el poema que escribo del que nunca podré escribir…” Ni tan siquiera la poesía social que aspiraba a transformar la sociedad, sirve de nada. La nación está sorda: “… tercos nosotros junto a nuestros libros, poetas españoles, sorda España! Contra la oscura piedra de tus siglos, fugacidad de la palabra. Desmedida pasión de ti, pasión de amor equivocada!” El siguiente poema, titulado “El silencio” expresa la angustia del poeta al que le falla la palabra. El silencio puede bastarle al filósofo (pienso en Wittgenstein y su “de lo que no se puede hablar, mejor callar”) o al maestro zen, que deja que la espontaneidad del gesto le ahorre las palabras mentirosas; para un poeta el silencio es el fracaso, la muerte: “No puedo hablar, aunque quisiera; no puedo hablar con alegría. ¿Qué he de decir? Ni tan siquiera presentar puedo una página limpia. No puedo hablar, sólo tinieblas crecieran sobre la hierba maldita. He de callar, pero yo diera mi vida.” En este poemario el amor aparece como la posible tabla de salvación cuando la poesía y la propia vida parece que fallan. El primer poema, que da título al libro, es uno de los poemas de amor más tiernos que he encontrado nunca: “Compañera de hoy, no quiero otra verdad que la tuya, vivir donde crezcan tus ojos, dando tu luz, tu cauce a lo que veo y siento… Deshacer ese ovillo oscuro del temor, encontrar lo perdido, quebrar la voz del sueño… Y lenta, lentamente aprender a vivir, de nuevo, de nuevo, como en una mañana cargada de riqueza.” Sin embargo, puede que el amor no sea bastante, que su destino sea la derrota ante la muerte inapelable. Tiene un poema desgarrador, “Ella quiso seguirte”, que describe a su joven madre tras la muerte de su padre: “Ha muerto mi padre. Se repite su ausencia cada día… (De “Nuestra Elegía) Ella quiso seguirte, encerrada en su sueño arañaba las puertas para que tú la oyeras para que respondieras a gritos te llamaba. Su palabra vencida, se sentó gravemente como si un pensamiento profundo la ocupara, y entre su propia sangre fue entretejiendo sombras, en su fe, en su armonía, en su sustancia humana. Nosotros confundidos, ella hacia ti, sin rumbo… En medio de dos mundos total desorientada. Late su pulso aquí, su memoria en tu nada.” Literatura Tags Alfonso CostafredaJaime Gil de BiedmaJosep María CastelletMuertePoesia espanola siglo XXVeinte años de poesía española Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 10 jun, 2021