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Una Historia cultural y política de Afganistán (4)

Emilio de Miguel Calabia el

Hablemos de las élites que dejó Abdur Rahman. Las élites urbanas, especialmente las de Kabul, se convirtieron en abanderadas de la modernización, que les beneficiaba, y ocuparon todos los resortes del poder, ejerciendo una influencia desproporcionada en relación con su número. Sus ingresos provenían del patronaje estatal y de su capacidad para influir en las políticas estatales. A diferencia del pasado, estas élites estaban desvinculadas de las zonas rurales. Los más beneficiados por las políticas de Abdur Rahman fueron los pashtunes y después de ellos los tayikos de Kabul.

Su hijo Habibullah le sucedió pacíficamente en 1901, lo que para los estándares afganos es todo un logro. Habibullah recuperó a muchas familias que habían partido al exilio bajo el reinado de su padre. Estos exiliados volvieron con nuevas ideas que habían aprendido en los países de su exilio. Hablaban de modernizar los países musulmanes importando las innovaciones económicas y culturales de Occidente, de solidaridad panislámica, de resistencia anticolonial. Pero entre ellos había divisiones. El movimiento de los Jóvenes Afganos era antibritánico y panislamista, pero recelaba de los ulemas, a los que veía demasiado tradicionalistas. Los ulemas, por su parte, temían que el contacto con los británicos minase el orden musulmán tradicional. Estos dos grupos acabarían conglomerándose en dos facciones diferentes y enfrentadas en la Corte.

Habibullah lo tenía todo para fracasar. Le faltaba el carácter implacable y hdp de su padre, pero al mismo tiempo era débil y poco astuto políticamente. Primero enfadó a los ulemas. Como protesta contra el acuerdo anglo-ruso de delimitación de sus respectivas esferas de influencia, en el que no se había consultado a Afganistán declaró una jihad. Iba de farol, pero sus súbditos no lo sabían. Respondieron con tal entusiasmo que el rey sintió que la situación se le estaba yendo de las manos. Los británicos le advirtieron de que bromitas con la jihad, pocas. Habibullah terminó cancelando el llamamiento a la jihad y ejecutando a algunos de los que se la habían creído. De paso se alienó al movimiento nacionalista, que no apreció su bajada de pantalones con los ingleses. Como no hay dos sin tres, poco después descubrió que había un partido secreto de constitucionalistas que quería abolir la Monarquía. El partido agrupaba a estudiantes, nacionalistas, ulemas liberales y, según algunos rumores, sus propios hijos. Habibullah detuvo a sus integrantes y ejecutó a algunos de sus líderes.

Cuando estalló la I Guerra Mundial, el rey declaró la neutralidad de Afganistán. Era la postura más inteligente para un país enclaustrado entre Rusia y el Imperio británico. Pero la población y las élites mayoritariamente apoyaban la entrada en guerra del lado de los Imperios centrales. El panislamismo, la admiración por las reformas de los Jóvenes Turcos, el recuerdo de lo que les había hecho el imperialismo británico, fueron otros tantos argumentos para la participación en la guerra. Cuando terminó la guerra y los británicos se negaron a otorgar a Afganistán la plena independencia, la posición de Habibullah se volvió insostenible. Los religiosos conservadores le acusaban de haber contribuido a la derrota del Imperio Otomano con su inacción (acusación más que exagerada; la intervención de Afganistán en la guerra les habría ocasionado algunos dolores de cabeza a rusos y británicos, pero no habría cambiado el curso de los acontecimientos). Los nacionalistas le echaron en cara que no hubiera utilizado la neutralidad como moneda de cambio para conseguir la independencia total del país. En 1919, mientras estaba cazando, alguien le asesinó. Nunca se supo quién fue, pero gente con motivos no faltaban.

A Habibullah le sucedió su hermano Nasrullah, conforme a un acuerdo concertado mientras Abdur Rahman aún vivía. Los dos hijos mayores del difunto rey aceptaron el acuerdo. El tercer hijo, Amanullah, lo rechazó. Amanullah tenía a su favor que era el virrey de Kabul en el momento de la muerte de su padre y enseguida se hizo con el control del Ejército y del arsenal. Además se ganó a la facción nacionalista de la Corte.

El conflicto sucesorio a la muerte de Habibullah refleja cómo habían cambiado los patrones de poder. Lo primero es que ninguno de los rivales pudo retirarse a una base regional de poder para contraatacar. Se había impedido que los príncipes pudieran crearse lealtades regionales y, además, se había debilitado mucho el poder de las regiones. Lo segundo es que por primera vez la ideología hizo su aparición en el conflicto. Nacionalismo y religión fueron los dos estandartes; ya no se arriarían.

Nada más conquistar el poder, Amanullah proclamó la indepedencia y declaró la jihad, aunando a nacionalistas y religiosos. Era la Tercera Guerra Anglo-Afgana. Los británicos, agotados por la I Guerra Mundial y teniendo que hacer frente a levantamientos tribales jihadistas, se avinieron a firmar el Tratado de Rawalpindi, por el que reconocieron la independencia de Afganistán como Estado soberano. Más tarde, obtendría nuevas concesiones de los británicos para contrarrestar el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Afganistán y la URSS. Amanullah sabía muy bien cómo jugar sus cartas.

Aprovechando el prestigio que le había dado su enfrentamiento con los británicos, se lanzó a la modernización del país. El movimiento más osado fue la promulgación de la Constitución de 1923. Tan osado, que desencadenó en 1924 la rebelión de Khost, ocasionada por los pashtunes del este que temían que su estilo de vida tradicional se viera afectado y liderada por el clero local que veía la modernización como una amenaza a su autoridad. Lo malo es que a Amanullah le pilló con las arcas vacías como consecuencia de la Tercera Guerra Anglo-Afgana. Además, con el Tratado de Rawalpindi los británicos le habían dicho como los padres a los hijos que se enquistan en casa: ¿No eres independiente? Pues adiós paga. Pues eso, los subsidios se terminaron.

Amanullah tardó nueve meses en aplastar la rebelión, que puso de manifiesto la debilidad de su régimen, que quedó exhausto financieramente y perdió la aureola de invencibilidad que sus Ejércitos habían tenido desde los tiempos de Abdur Rahman, ya que tuvo que pedir ayuda a los ejércitos tribales para vencer a los rebeldes, después de que el Ejército profesional hubiera sufrido varias derrotas. Amanullah se vio obligado a convocar una loya jirga (gran asamblea) en la que realizó diversas concesiones a los conservadores, retirando algunas de sus reformas más controvertidas.

Entre noviembre de 1927 y junio de 1928 Amanullah realizó una gran gira por Europa. Era la primera vez que un monarca afgano salía del país para ir a un sitio que no fuera la India. Volvió hipnotizado y decidido a modernizar a Afganistán a cualquier precio. Lo malo de los entusiastas es que tienen ideas y Amanullah las tuvo. Vaya si las tuvo: creación de una Asamblea nacional, imposición de la vestimenta occidental y de los sombreros, coeducación obligatoria en las escuelas primarias, prohibición de la poligamia, la Justicia sería administrada por jueces seculares y no por los cadíes consuetudinarios… Amanullah había decidido entrar en curso de colisión con el establishment de los ulemas, que se negaba a las reformas. Pero tampoco satisfizo a los modernistas que, más avispados, preferían un ritmo de reformas más pausado, que comenzase por la economía.

Pisó tantos callos y con tanta desconsideración que pronto se produjo una repetición de la rebelión de Khost, pero a mucha mayor escala. Los ulemas intervinieron para dar sus bendiciones a la rebelión, declarando infiel a Amanullah. Amanullah prometió que cancelaría las reformas, pero ya era demasiado tarde. Su mismo Ejército había empezado a desertar. Amanullah abdicó, algo novedoso en la política afgana, en la que los gobernantes eran profesionales que sabían que el derrocamiento era uno de los gajes del oficio. Un gobernante tradicional se habría hecho fuerte en alguna provincia leal, para intentar recuperar el poder desde esa base. Amanullah prefirió marcharse a ese extranjero que le había parecido tan avanzado y que le había gustado tanto.

Otra novedad de esta guerra civil fue que los Kohistanis escogieron para reemplazar a Amanullah a un bandolero tayiko, Habibullah Kalakani. Habibullah sólo era bueno en asuntos de combates, en todo lo demás era un desastre y encima un desastre conservador. En los 9 meses que duró en el Trono deshizo todas las reformas de Amanullah. Desde el comienzo Habibullah tuvo dos graves problemas: la falta de numerario y su condición de outsider. Cuando entró en Kabul se encontró con el Tesoro bastante vacío. Lo poco que había, lo utilizó para comprar voluntades y pagar a sus soldados, pero cuando se terminó, ya no hubo más. Lo de que fuera un outsider también pesaba mucho; ¡y encima era un outsider tayiko, no pashtun!

De pronto muchos empezaron a pensar que Amanullah no era tan malo después de todo; ¡incluso había prometido durante la guerra civil que aboliría las reformas! Amanullah seguramente habría recuperado el Trono si no se hubiesen cruzado en su camino una derrota militar contra las tropas de Habibullah y el astuto Nadir Jan, que tenía el apoyo de los pashtunes orientales.

 

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